Hace 20 años, Yigal Amir disparó tres balas en la espalda de Rabin cuando salía de un mitin por la paz en Tel Aviv, dejándolo mortalmente herido. Los asesinatos políticos no siempre alteran el futuro de un país, pero el homicidio del primer ministro hizo justo lo que esperaba el asesino: propinó un golpe mortal al endeble proceso de paz, que muchos esperaban pondría fin a un siglo de guerra comunal entre israelíes y palestinos.
Desde el asesinato de Rabin, los dos pueblos - vecinos y enemigos en una tierra que ambos reclaman - viven atrapados en un ciclo incesante de profundo odio, negociaciones fallidas y creciente violencia. El legado más perturbador del magnicidio es lo fácil que la animosidad da paso al derramamiento de sangre. El paroxismo más reciente ocurrió en octubre, cuando más de tres docenas de judíos y árabes murieron en una serie de apuñalamientos palestinos y tiroteos israelíes por todo Israel, en Cisjordania y en la cerca fronteriza con Gaza.
Los frentes del conflicto ya se encuentran en cualquier parte donde israelíes y palestinos puedan encontrarse de manera rutinaria: autobuses, mercados o caminando por la calle. Nerviosos funcionarios israelíes instan a ciudadanos judíos a portar armas con licencia adondequiera que vayan; muchos acumulan rocío pimienta y armas paralizantes, recelando de cualquier árabe que viva o trabaje entre ellos.
Los palestinos describen la actual ronda de violencia como una tercera Intifada. Pero la primera insurrección, que estalló en diciembre de 1987, jamás terminó en realidad. La primera ronda de apedreos y manifestaciones palestinas masivas cedió en 1993, después que Rabin firmó los Acuerdos de Oslo que, presuntamente, deberían terminar con el conflicto y crearon la esperanza de un arreglo definitivo. Sin embargo, desde su asesinato, Oslo se desmorona paulatinamente y el conflicto continúa.
En esta lucha crónica entre vecinos, sólo cambiaron las armas. Con el fracaso de las negociaciones de Camp David, en 2000, las mismas fuerzas de seguridad palestinas que colaboraron con homólogos israelíes, volvieron las armas en su contra y los terroristas de Hamás emprendieron sus emblemáticos bombardeos suicidas, matando cerca de mil judíos. En respuesta, Israel implementó muros de concreto contra explosivos y cercas de alambre de púas como una barrera de seguridad que, en buena medida, aisló Cisjordania y la Franja de Gaza del resto de los centros poblacionales judíos más importantes. A la fecha, después de más de año y medio que el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, abortara el esfuerzo diplomático para buscar una salida, palestinos jóvenes y frustrados utilizan cualquier arma disponible -cuchillos, desarmadores y peladores de papas - para emprender ataques aislados que casi siempre terminan con la muerte del agresor en un tiroteo. Algunos palestinos incluso usaron sus autos como armas, arremetiendo contra multitudes de peatones.
Funcionarios israelíes responsabilizan al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás, de incitar la violencia con su llamado a defender la Explanada de las Mezquitas en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Abbás estaba respondiendo a ruidosas manifestaciones de judíos extremistas y legisladores ultranacionalistas mesiánicos israelíes que exigían modificar un acuerdo de casi 50 años, el cual prohibía que los judíos oraran en el sitio. Pero la violencia persistió pese a las negativas de Israel de que existan intenciones de cambiar el pacto.
Kerry regresó a la región en un nuevo intento de tranquilizar el descontento. Fuentes diplomáticas informaron que el esfuerzo involucró la ayuda del rey Abdullah II de Jordania, quien conserva autoridad en el sitio sagrado, y una declaración de Netanyahu, en el sentido de que no modificará el status quo.
Con todo, muchos opinan que la violencia es resultado de la creciente desesperación palestina por la interminable ocupación y la ausencia de un proceso de paz activo. Mustafa Barghouti, veterano político y activista palestino, señaló que las dos décadas desde el asesinato de Rabin son un periodo en que sus sucesores procedieron con extrema lentitud en la implementación de los Acuerdos de Oslo y expandieron la colonización de Cisjordania, estableciendo leyes desiguales para colonos judíos y palestinos, entre muchas otras cosas. Barghouti aseguró que la violencia también es una rebelión contra Abbás, quien se mostró incapaz de detener los asentamientos y poner fin a la ocupación.
«Están desafiando el liderazgo político, que no pudo producir lo que piden; independencia y libertad. Desde hace ya 20 años les prometieron que las negociaciones traerían una solución, y lo único que ven es más opresión y un sistema de apartheid», dijo Barghouti.
Semejante pesimismo contrasta marcadamente con las esperanzas que animaron a israelíes y palestinos el 13 de septiembre de 1993, cuando Rabin y Arafat estrecharon sus manos en el jardín de la Casa Blanca después de firmar los Acuerdos de Oslo. El histórico tratado fue el primero que incluyó el reconocimiento mutuo, así como un programa para retirar a los soldados israelíes de la Franja de Gaza y algunas zonas de Cisjordania, abriendo un camino para un acuerdo más extenso entre Israel y el mundo árabe. El entonces presidente, Bill Clinton, quien presidió la ceremonia, celebró a los mandatarios por su «valerosa apuesta por un futuro mejor que el pasado».
Pero cuánto apostaron Rabin y Arafat, fue evidente muy pronto. Extremistas de los dos bandos intentaron violar los acuerdos en repetidas ocasiones. Suicidas de Hamás mataron a decenas de israelíes en autobuses y cafeterías, rechazando cualquier trato que no sustituyera a Israel por un estado islámico. Por el lado israelí, colonos ultranacionalista y extremistas religiosos se opusieron a todo pacto que cediera cualquier territorio, el cual consideran la Tierra Prometida por Dios a los hebreos. En demostraciones cada vez más maliciosas, retrataron a Rabin como terrorista, nazi y traidor. Algunos, como Yigal Amir, creían tener la obligación religiosa de matar al primer ministro para salvar a Israel. Y aun hoy, el asesino, que purga una cadena perpetua por su crimen, no se arrepiente del magnicidio.
A la cabeza de las manifestaciones anti-Rabin se encontraba Netanyahu, entonces nuevo líder de la oposición del Likud. En vez de pronunciarse abiertamente contra la demonización del primer ministro israelí, Bibi diseminó en el Estado judío el temor por la seguridad, con la esperanza de deponerlo.
Hoy, en su cuarto periodo como líder de Israel, Netanyahu es el claro beneficiario y agente de la continua tendencia ultraconservadora del país. Muchos analistas opinan que esto se debe, en buena medida, a los temores por la seguridad y a la creciente convicción israelí de que los palestinos están demasiado fracturados, políticamente, para firmar y ejecutar un acuerdo definitivo. De igual manera, muchos analistas consideran que esas divisiones son una de las razones de que Arafat rechazara lo que los israelíes llamaron «la generosa oferta» de Ehud Barak de retirarse de gran parte de Cisjordania durante las negociaciones de Camp David.
Sin embargo, los líderes de Israel que siguieron a Rabin tampoco facilitaron el proceso de paz. Después que Netanyahu fuera electo para un segundo periodo, en 2009, se negó a respaldar la oferta de su predecesor, Ehud Olmert, de abandonar 93% del territorio. Abbás también se queja de que Bibi continúa la expansión de los asentamientos judíos, cosa que algunos analistas comparan a dos personas que negocian por una pizza mientras una de ellas se la come.
Más recientemente, el líder israelí hizo una nueva exigencia: que los palestinos reconozcan a Israel como un Estado nación del pueblo judío. Abbás dice que eso privaría de sus derechos a los ciudadanos árabes no judíos de Israel, quienes componen 25% de la población del país. Además, funcionarios palestinos señalan que reconocieron formalmente a Israel en 1988, y lo hicieron nuevamente en los Acuerdos de Oslo.
El pasado marzo, durante su campaña nacional más reciente, Bibi repudió la solución de dos Estados, medida que enfureció al presidente Obama aunque, según los analistas, le ayudó a ganar las elecciones. Ahora, el primer ministro encabeza el gobierno más conservador en la historia de Israel, con socios de coalición clave que exigen la anexión de Cisjordania. Entre tanto, el Partido Laborista de Rabin fue incapaz de conseguir una mayoría de votantes, quienes adjudican la reciente violencia a lo que consideran el odio ciego de los palestinos hacia los judíos, y dan poca importancia - como hacía Rabin - al efecto corrosivo de la ocupación.
Al reflexionar en el 20º aniversario del Asesinato de Rabin, el columnista de «Haaretz», Ari Shavit, hizo una evaluación de su impacto:
«Yigal Amir asesinó tanto al hombre como a la visión de una resolución pacífica para el trágico conflicto. Sin otro líder como Rabin, dispuesto a levantarse aun en estos días espantosos y manifestar de viva voz la necesidad de un proceso politico, veremos más actos de terror, construiremos obstáculos de concreto para aislar aldeas palestinas, emplazaremos a más civiles israelíes para que salgan armados de sus hogares y veremos más niños de ambos lados convertidos en víctimas y mártires».