Políticos israelíes suelen burlarse periódicamente del liderazgo palestino aduciendo que no pierden oportunidad de perder oportunidades políticas. Paradójicamente, nadie puede dejar de asombrarse como la Hasbará (esclarecimiento oficial) israelí no pierde oportunidad de perder toda batalla mediática. En estos días fuimos testigos de un nuevo y estruendoso fracaso.
Tras varios años de titubeo, tartamudeo político, presiones y amenazas, finalmente la Unión Europea (UE) tomó la decisión. El ente del viejo continente ha aprobado una directriz que obliga a los Estados miembros a especificar la procedencia en las etiquetas de los productos elaborados en los territorios ocupados por Israel y a eliminar, por lo tanto, el «Made in Israel» de sus envases y etiquetas. La decisión de Bruselas se refiere a los bienes producidos en las zonas ocupadas desde 1967, que incluyen Cisjordania, Jerusalén Este y el Golán.
Hasta el último minuto Israel presionó para evitar o postergar la decisión. Desde el momento que la suerte quedó echada, la diplomacia israelí pasó al ataque. Lamentablemente en esta nueva oportunidad se volvió a equipar la Hasbará con munición fallida, con argumentos ridículos.
1. Doble rasero
«Estas medidas son discriminatorias. Es un doble rasero. Es intolerable que Israel sea el único país al que se le aplica esta política cuando hay más de 200 conflictos territoriales en el mundo», declaró el Ministerio de Exteriores en Jerusalén.
Es probable que el dato de 200 conflictos sea verídico, aunque es de suponer que sólo en muy pocos se presenta el problema de colonización civil y usurpación de territorios conquistados y bajo dominio militar. Más aun, en la base del argumento del doble rasero está el reconocimiento que Israel comete un delito de guerra con la colonización de Cisjordania, pero los europeos deberían tener en cuenta que hay otros países más perversos que deben ser tratados con prioridad. Si se está convencido de que Israel no comete un delito de guerra con la colonización, entonces no hay motivos para presentar este argumento.
2. Los únicos perjudicados serán los palestinos
«La economía israelí es fuerte y aguantará esto, pero quienes saldrán más afectados son los palestinos que trabajan en las fábricas israelíes en Judea y Samaria (Cisjordania)», arengó Netanyahu.
Resulta admirable como la decisión europea hizo florecer repentinamente en Bibi y en empresarios judíos de Cisjordania esa oculta y central preocupación de su gestión por el bienestar económico de los palestinos. Como que todo el mundo no sabe que la corrida de empresas judías a Cisjordania se motivó básicamente por la recepción prácticamente gratuita de tierras usurpadas de lo que tendría que ser un Estado palestino y por los salarios irrisorios que se pagan a obreros de ese pueblo. Lo que todavía no entendió la Hasbará israelí es que aspiraciones nacionales de un pueblo dominado por un conquistador no se aplacan con dinero tal como se compra poder en Estados Unidos.
3. No promueve la paz
«Esto es injusto. Es una simple distorsión de la justicia y de la lógica y creo que también hace daño a la paz, no hace avanzar la paz», manifestó Netanyahu en sus críticas a la decisión europea.
Gracias a medio siglo de usurpación de tierras, establecimiento de empresas y colonización judía en Cisjordania, un conflicto entre ejército y grupos terroristas armados fue transformado en un «conflicto popular de dos pueblos». El enfrentamiento directo de los dos pueblos, resultado de la negativa de una separación imprescindible, está convirtiendo a la región en un infierno. El mundo se pregunta asombrado por el argumento: ¿Qué paz puede entorpecer la medida europea? ¿No será todo lo contrario?
4. La irracionalidad de recurrir al antisemitismo
«Altos políticos israelíes, inclusive de la oposición, calificaron la iniciativa de antisemita, comparándola con las estrellas amarillas que los judíos fueron obligados a llevar durante el Holocausto».
En una actitud totalmente reprobable, políticos israelíes optan por recurrir al agravio conscientes de la ridiculez y deficiencia de ese ofensivo argumento. Sólo cabe preguntar si el Estado judío hará valer si lo que argumenta son sus valores morales y prescindirá de las condiciones arancelarias preferenciales que le continúan ofreciendo esos antisemitas europeos. También debe surgir la pregunta si Bibi se olvidó de esa estrella amarilla cuando la semana pasada fue a mendigar por 50 mil millones de dólares durante 10 años a la oficina de Obama, que ocasionalmente también puede ser considerado antisemita pues en declaración pública de su vocero no se opone al etiquetado impuesto por Europa. ¿Quién es aquí el hipócrita?
El liderazgo de Israel tiene que entender que «la actitud europea obligando a etiquetar los artículos producidos en los asentamientos por separado del resto de productos israelíes es un llamado de alerta de amigos que tratan de dar una mano a un país que se hunde en un pantano de colonización y se aleja de valores occidentales y democráticos. El efecto del etiquetado será insignificante. Su importancia radica en su mensaje político, según el cual Cisjordania no es parte de Israel y el mundo moderno se opone enérgicamente a los asentamientos» [1].
El único argumento que podría despertar cierto consentimiento por parte de los países del mundo, aunque nada seguro, seria los derechos bíblicos del pueblo judío a esos territorios. Esta actitud necesariamente exige imponer la soberanía israelí con la consecuente, inevitable e inmediata concesión de ciudadanía a la población palestina que lo habita, o sea, la creación de un Estado binacional. Un medicamento mucho peor que la enfermedad.
Israel no puede continuar con la política de status quo de Netanyahu. Es totalmente impostergable que Israel defina lo que pretende en Cisjordania. El destino de Israel lo fija su pueblo y no puede depender de palestinos rebeldes o dóciles, como trata de convencernos Bibi. La continuidad de esa ambigüedad - dominio militar con colonización civil - proyectará a Israel en el mundo con una etiqueta repleta de argumentos ridículos.
Ojalá me equivoque...
[1] Editorial diario Haaretz; 13.11.15