Dios no es el problema sino el uso que hacemos de él. En la Shoá, seis millones de judíos fueron exterminados. De los indios americanos nativos murieron millones a manos de los conquistadores europeos. Más de 200.000 kurdos fueron exterminados en las décadas del '70, '80 y '90. Durante las cruzadas murieron como cinco millones entre cristianos y musulmanes.
Cuando los aviones derribaron las Torres Gemelas, el grito a bordo de la cabina fue «Allahu Akbar» (Alá es grande), mientras George W. Bush musitaba de su lado: «God bless, America».
Se oyó de nuevo eso cuando Bush decidió invadir Irak. Ahora el sectarismo religioso envenena la guerra en Siria. Para Hamás y Hezbolá el conflicto con Israel es religioso, para los israelíes es territorial.
En realidad nacemos sin llevar en el cuello una etiqueta que nos defina como judíos, cristianos, musulmanes, budistas o agnósticos. A partir del medio social, la educación recibida, nuestra situación geopolítica, el dinero, empezamos a distanciarnos, a enemistarnos.
Se debe añadir a estos factores mucha estupidez humana que puede llegar a las más espeluznantes atrocidades: tortura, decapitación, degüello, asesinato a sangre fría; desde los tribunales de la «Santa» Inquisición al Estado Islámico.
Las religiones se atomizaron en sectas, los cismas dividieron a la Iglesia, varias guerras de religión sembraron de cadáveres el suelo de Europa, el conflicto entre católicos y calvinistas culminó en la noche de San Bartolomé, masacre que causó miles de muertos.
Nunca terminaremos de ir a la fuente de todos los conflictos. Por un lado los papas en Roma claman que fuera de la Iglesia no hay salvación, mientras Alí Jamenei, lider supremo de Irán, proclama: «No hay otra verdad en la Tierra que el monoteísmo, seguir los caminos del islam y no hay otra forma de salvación para la humanidad sino el Gobierno del islam».
Un musulmán no sabe lo que es un rosario, pocos católicos leyeron el Corán. Ninguno de ellos vio un rollo de la Torá.
Se llegó a hablar de guerras justas o santas para oponerlas, incluso confundirlas. ¿Acaso pueden existir guerras santas? Que sean los católicos diezmando a los musulmanes en nombre de Dios para recuperar Jerusalén, los yihadistas asesinando adolescentes durante un concierto de rock, el asunto resulta imperdonable.
El hombre sigue siendo un lobo para el hombre, aunque pueda realizar hazañas dignas del más profundo progreso.
Mientras escribía este artículo recordé que en un atentado contra una multitud que marchaba en nombre de la paz hubo 95 muertos y 246 heridos, sucedió en octubre pasado en Turquía.
La única salvación sería la unión de todos los seres humanos bajo el estandarte de una filosofía que junte los preceptos positivos de las diversas creencias: el amor al prójimo, la defensa de los débiles, la justicia social, la tolerancia.
Pues eso existe, se llama humanismo, a veces civilización.