Sentados ante un gran tablero de ajedrez se encuentran Israel e Irán, sumidos en una partida a vida o muerte. A su alrededor se amontona un nutrido número de partidarios de cada uno de los rivales y público curioso en general. Algunos sólo observan las movidas. Otros se atreven incluso a dar consejos y asistencia a los contrincantes.
Esta larga partida se viene desarrollando desde la llegada al poder del ayatola Jomeini en 1979. En los últimos años, el juego sin duda se ha tornando cada vez más activo y violento. Desde hace más de una década, cuando Irán anunció que se aprestaba a enriquecer uranio, y luego plutonio, con «fines científicos», Israel denunció la farsa y comprendió que debía hacer todo lo que esté a su alcance para frustrar el intento.
En un país donde sus dirigentes niegan públicamente el Holocausto, hegemonizan y solventan el terror islámico internacional y proclaman constantemente su intención irrevocable de «borrar a Israel del mapa», no le quedaba a los israelíes más que internalizar esas intenciones y llevar a cabo una estrategia de contraofensiva.
Pasaron muchos años, demasiados, hasta que el mundo se convenció de que Irán se estaba convirtiendo en un nefasto peligro internacional. Hoy, todos están de acuerdo acerca de las reales intenciones de Teherán, con excepción de algunas prominentes democracias como Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Corea del Norte. No cabe duda que los iraníes han hecho movidas excelentes sobre el tablero.
Los atentados en Buenos Aires, primero contra la embajada de Israel y luego contra la AMIA, fueron, desde el punto de vista iraní, tan magistrales como mortiferos. Sus consecutivos jaques amenazando la seguridad de Israel por medio de sus dos peones terroristas, Hezbolá en el Líbano y Hámas en Gaza, sumados a su alianza con Siria, han cambiado drásticamente el balance estratégico de la región y de las fronteras de Israel.
Desde entonces, podría decirse que Israel no sólo se enfrenta a un contrincante solo, sino que disputa una partida simultánea: contra Irán, Siria, Hezbolá en Líbano, y con Hamás en Gaza. Ante esos desafíos combinados, Israel se vio obligado a ejecutar el llamado «gambito de torres» para luego contraatacar con sus alfiles.
Así lo hizo en la guerra del Líbano en 2006, en represalia a un ataque de Hezbolá sobre un blindado militar que costó la vida de cinco soldados. Más tarde, según fuentes extranjeras, su fuerza aérea destruyó un reactor atómico secreto sirio en 2008. La operación «Plomo Fundido», en 2009 sobre Gaza, vino como reacción a un permanente ataque con misiles sobre su población civil.
En Líbano, parecería que Hezbolá se hizo cargo del golpe de disuasión asestado por Israel. A pesar de que esa organización ha sido pertrechada por Irán con más de 40 mil misiles de todo tipo y alcance, no ha vuelto a mover un dedo, fuera de las constantes peroratas amenazantes de su líder, Hassan Nasrallah.
En una lucha sorda y constante, y según fuentes extranjeras no oficiales, Israel ha ido eliminando, uno a uno, a jefes terroristas de alto calibre, en el corazón mismo de los países árabes. En Irán, han venido sucediéndose una serie de extraños percances explosivos en algunas de sus instalaciones nucleares. Al parecer, como consecuencia de exóticos virus cibernéticos. Además, varios de sus principales científicos y generales, involucrados en su desarrollo nuclear, han perecido violentamente en los últimos tiempos en las calles de Teherán.
En Gaza, la situación se ha tornado cada día más confusa y compleja. La dirigencia política de Hamás ha resuelto abandonar Damasco, buscando ahora refugio en El Cairo o Ammán. A pesar de que Hamás gobierna la franja, decenas de organizaciones terroristas palestinas de todo tipo y tamaño, han proliferado allí. Entre las más importantes, la Yihad Islámica y los llamados Comités de Resistencia Populares, que por una parte desafían a Israel y al mismo tiempo ponen en duda el monopolio del poder en manos de Hamás.
Estos peones menores han sido pertrechados y entrenados por Irán para ejecutar sus acciones desde la frontera con Egipto, aprovechando el vacío de poder que reina en el lugar desde la caída de Mubarak. En 2010 se lanzaron desde el Sinaí cohetes sobre la ciudad de Eilat. En agosto de 2011, un grupo terrorista de la Yihad, con el apoyo mercenario de beduinos egipcios, logró cruzar la frontera, causando la muerte de cinco civiles y tres militares israelíes.
Desde hace un año, el gasoducto egipcio, que conduce el combustible a Israel, ha sido saboteado mas de diez veces y está paralizado. Buenas movidas, sin duda, por parte de Irán.
Desde entonces, Israel construye una sofisticada valla de siete metros de altura, a lo largo de 240 kilómetros en toda su frontera con Egipto, con un costo de más de 375 millones de dólares.
La última semana, los serviciosde seguridad israelíes detectaron los movimientos de un grupo de terroristas de los Comités de Resistencia Populares, que estaba preparando un nuevo atentado contra Israel desde el Sinaí. Un fulminante ataque aéreo mató al jefe de esa organización y a su lugarteniente cuando viajaban en un vehículo en Gaza. Ambos habían participado en el último atentado sangriento registrado desde el Sinaí. Su eliminación provocó de inmediato el lanzamiento de una lluvia de misiles contra las poblaciones civiles sureñas de Israel.
Al término de cinco días consecutivos de escaramuzas, los palestinos arrojaron más de 250 misiles en un radio de 40 kilómetros, paralizando toda la actividad civil de un millón de israelíes. La gran mayoría de los cohetes cayó en terrenos baldíos. 38 de ellos fueron detectados por el nuevo sistema antimisieles israelí «Cúpula de Hierro», y fueron destruidos antes de dar en el blanco. 26 palestinos murieron en los «quirúrgicos» ataques aéreos israelíes; 18 terroristas y 7 civiles ocultos en uno de los arsenales palestinos atacados.
Tzáhal evitó por todos los medios rechazar el ataque palestino por medio de cohetes o artillería, lo que hubiera cobrado decenas de víctimas. Eso era, en realidad, lo que, como siempre, pretendían las organizaciones terroristas palestinas, para poder exhibir las víctimas ante las cámaras de TV del mundo entero. Hamás no disparo ni un solo misil, ocultándose detrás de las espaldas de organizaciones minúsculas sobre las que alega no tener total control.
En Israel no hubo que lamentar víctimas y los daños materiales fueron menores gracias al sistema «Cúpula de Hierro» y a los refugios antiaéreos que protegen a su población.
Una frágil tregua entre las partes, se obtuvo mediante la mediación silenciosa del gobierno egipcio. Esta acción no fue más que otra movida de peones, por parte de Irán, en contrapartida a la exitosa visita de Netanyahu a Washington y del recrudecimiento de las sanciones económicas que Occidente ha decidido ejercer sobre el Gobierno de los ayatolas.
El matutino libanés «Al Safir» informó esta semana que los líderes Nasrallah de Hezbolá y Abu Marzuk de Hamás, mantuvieron un encuentro en Beirut. El tema urgente de la agenda fue llegar a un acuerdo sobre el tipo de reacción que tomarían en caso de que Israel emprendiera un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes.
La Hermandad Musulmana en Egipto, con mayoría absoluta en el recién electo Parlamento, exigió publícamele el retiro de su embajador en Tel Aviv y la expulsión del recién llegado embajador israelí en El Cairo. Nada ocurrió hasta el momento.
Mientras tanto, Bashar al-Assad en Siria continúa masacrando a su propio pueblo y ya la cuenta de los muertos pareciera rebasar la cifra de los 10 mil, con decenas de miles de heridos y similar número de exiliados en Turquía y Jordania.
El mundo apenas reparó en la escaramuza palestino-israelí. El tema del Estado palestino ha bajado momentáneamente de las primeras planas; no sabemos por cuanto tiempo. Oriente Medio produce constantemente sensacionales noticias alternativas al rutinario y desgastado tema palestino.
En tanto, los líderes de los países árabes observaban los violentos acontecimientos y callaban. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, calificó de «genocidio» la acción de Israel en la Franja de Gaza. Erdogan no se contenta con ser un espectador más de la dramática y sangrienta partida en la que se enfrentan Israel e Irán, sino que a veces se le da por mover por su cuenta las piezas en el tablero.
Quien apañara a la flotilla turca que intentó romper el bloqueo marítimo sobre Gaza, sigue arrogándose la prerrogativa de condenar a Israel en toda ocasión. Mientras tanto, no hace nada concreto para frenar las terribles acciones de su ex «amigo» Assad. Se olvida, por supuesto, que desde principios de este año, el Ejército turco ha matado indiscriminadamente a centenares de kurdos que luchan por sus derechos civiles en su propio país.
En Oriente Medio ha quedado demostrado una vez más que la hipocresía, la mentira descarada y la difamación gratuita no conocen límites.
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