Abriendo la mano
- «Si hubiere entre tí un mendigo, abrirás tu mano a él» (Dvarim; 15; 7-8).
Cincuenta y cuatro preceptos son mencionados en Parashat Reé, entre ellos varios referidos a la tzedaká (benevolencia).
Nos hallamos en vísperas del mes de Elul, tiempo en el cual incrementaremos nuestras oraciones, nuestro arrepentimiento y nuestra tzedaká.
A lo largo de las generaciones, las fuentes hebreas han vinculado al precepto de la benevolencia con la prolongación de los días del hombre. Se nos dice, por ejemplo, que «el arrepentimiento, las oraciones y la tzedaká atenúan la severidad del veredicto divino» y en el libro de «Proverbios» se va incluso más lejos cuando se nos enseña que «la benevolencia salva de la muerte» (Proverbios; 10-2).
¿Qué significa ésto?
Hemos conocido a muchos malvados a quienes la vida les ha sonreído sin inconveniente alguno, mientras que otros hombres piadosos y justos han vivido vidas de infortunio.
¿Cómo debemos interpretar estos pasajes?
He aquí una historia real.
Natán Strauss, un conocido filántropo judío-norteamericano, visitó Israel (por entonces Palestina como parte del Imperio Otomano) junto a su hermano mayor Isidor en 1912. La leyenda cuenta que el impacto emocional que recibió fue mayúsculo. Sólo vio pobreza, sufrimiento y enfermedad. Decidió entonces que era hora de ayudar.
Según cuentan sus biógrafos, Natán Strauss donó dos terceras partes de su fortuna para diferentes proyectos en la Tierra de Israel: hospitales y centros de asistencias a los necesitados fueron sólo algunas de sus obras.
Una calle en el centro de Jerusalén, lleva hoy su nombre e incluso una bellísima ciudad en Israel perpetúa su memoria: Natania.
La historia cuenta que que en aquella oportunida Natán Strauss había llegado a Israel de paso, en el marco de unas vacaciones por Europa. Pero era hora de regresar; su hermano insistía con la fecha: el 10 de abril de 1912 tenían que estar en el puerto inglés de Southampton para tomar el barco de regreso a Estados Unidos.
Natán Strauss - cuenta la historia - prefirió quedarse en Tierra Santa; el panorama en Palestina era demasiado lúgubre como para que él regresara. Ese 10 de abril de 1912, su hermano Isidor llegó a Southampton y junto con su mujer subió al barco que los esperaba para retornar a casa. Dicho navío quedaría incorporado a una de las páginas más lúgubres de la historia del siglo XX. Su nombre era Titanic.
Natán Strauss se quedó en Palestina.
No sabemos como funciona el ajedrez celestial. A menudo resulta tranquilizante y reconfortante pensar que existe relación entre el precepto de tzedaká y la ubicación de los icebergs en el océano.
Los caminos de Dios son ocultos a los ojos del hombre.
Lo que sí es cierto es que dichos actos de benevolencia, como los mencionados en la biografía de Natán Strauss, son los que le dan a nuestra vida un halo de inmortalidad.
¡Shabat Shalom!