Se me ocurrió adaptar la hermosa frase de Albert Einstein que titula esta nota a la práctica de los primeros difíciles años de vida de un kibutz recién nacido, ya que durante el 2013 estuvimos realizando los festejos por los 60 años de la creación del Kibutz Metzer, reconocido hasta hoy como el primer y único kibutz puramente originario de Argentina.
Desde el movimiento juvenil Hashomer Hatzair fuimos llegando a Israel en grupos de aliá y nos instalaron en distintos kibutzim veteranos para adaptarnos a una vida pionera de colectivismo absoluto, al trabajo y a las costumbres, y así poner en práctica nuestros sueños de realización del sionismo socialista.
Asi esperábamos las resoluciones respecto al lugar y el momento en que iniciaríamos nuestro objetivo de crear un kibutz nuevo.
Mientras tanto, nuestros anfitriones nos invitaban a quedarnos a realizar nuestros sueños en sus kibutzim. ¿Por qué no? Al fin y al cabo se trataba de jóvenes idealistas dispuestos a bindarse totalmente.
Pero el momento llegó: septiembre de 1953. El lugar destinado: junto a la frontera con Jordania, donde nos esperaba una colina rocosa, cubierta de yuyos y piedras.
Eso ya fue otro cantar. Alrededor nuestro, y casi pegadas, aldeas árabes-israelíes, y en frente aldeas árabes-jordanas. Esta realidad nos hizo desarrollar intensamente desde entonces hasta hoy nuestra excelente convivencia entre ambos pueblos.
¿Qué dijo Einstein sobre el conocimiento? Aparte del atrevimiento - que nos sobraba - carecíamos de conocimientos mínimos para levantar nuestro proyecto. Debíamos aprender mucho más el hebreo, necesitábamos entender de agricultura, tractores, tambo, construcciones, cocina para comedor público, economía, comercio, seguridad y educación, entre otros asuntos básicos, y no había tiempo ni dinero para estudios académicos, sólo cursos breves, al mejor estilo israelí.
Pero si faltaban conocimientos por lo menos debería haber experiencia. La verdad es que llegamos a Israel abarrotados de sueños de autorrealización pero con una carencia absoluta de conocimientos y experiencia para crear, de la nada, ni más ni menos que un kibutz nuevo.
¿Cómo dice el titulo? «La imaginación vale más que el conocimiento». Imaginación no nos faltaba. Nuestra necesidad de actuar nos hizo adoptar, con éxito, la costumbre tan israelí de la improvisación como una técnica para resolver problemas.
Fue aquí que descubrí cuanta imaginación se necesita para realizar una buena improvisación. Claro que este método no resuelve problemas por completo. Además, el resultado es un poco dudoso, pero ayuda a seguir adelante.
También descubrimos que errores eran bases legítimas para volver a improvisar, pero a un nivel más alto.
¿Y qué aconteció con respecto a nuestra meta idealista? Todos nuestros términos visionarios trabajaban horas extras. Estábamos incentivados por nuestro ideal político-ideológico a creer en nuestro futuro; tal vez para consolarnos por el presente tan difícil.
No poco usábamos los términos más altos del vocabulario ideológico para atender incluso cuestiones banales y eso parece que ayudaba a sobreponernos.
Personalmente creo que si la visión viene condimentada con mucha imaginación, se sabrá adaptar a los cambios de vida del kibutz moderno y servir con nuevos valores a las necesidades de la población renovada.
Creo que nuestro viejo ideal kibutziano vive y se renueva en la mente de los miembros del kibutz, especialmente en momentos de incertidumbre.
Nosotros los fundadores veteranos de Metzer, a nuestros 83 años de edad, y después de los 60 años de vida productiva en el kibutz, ya nos hemos tranquilizado, pero aún no olvidamos la fuerza de la visión - tal vez por la fuerza de la costumbre -, y de la necesidad de una imaginación sana y constructiva.
Por todo ello, aún seguimos creyendo en el futuro de nuestro kibutz, ya fortificado por generaciones venideras.
Fotos: Gentileza Archivo del Kibutz Metzer