El precio que el Estado de Israel tuvo que pagar por el error estratégico de Moshé Dayán resultó extremadamente costoso. Pero aquel monto será ridículo en comparación con el costo total que el país y sus ciudadanos habrán de pagar a causa del error de Moshé Ya'alón.
Querido Gilad, sabemos que cada día que pasa, es otro día de pesadilla, de sufrimiento insostenible, días y noches de ahogo y soledad interminables. Pero debes confiar en que no renunciamos a tí, no te olvidamos, no ignoramos el hecho de que este domingo cumples 25 años.
La misma historia se repite en todos nuestros gobiernos: Después de uno o varios atentados terroristas, ambas partes no hacen más que embarcarse en una reacción en cadena de ataques y contraataques. Al final, todo gira en torno a definir quién disparará el último misil.
La protesta de 2011 tiene éxito porque se convirtió en los reclamos de casi todo el mundo. Lo que se necesita ahora no es ni marxismo, ni populismo, ni odio, sino una acción para transformar al mercado israelí en un libre mercado, y al estado israelí en un estado de justicia social.
Este mes Gilad Shalit cumplirá 25 años, y las protestas actuales que nos mancomunan nacieron de jóvenes como él y por ellos. Es un bueno chico de la Galilea, un soldado combatiente que tendría que estar ahora finalizando su licenciatura en el Tejnión.
Quien escuche los latidos de los corazones de los manifestantes - no sólo en el Bulevar Rothschild de Tel Aviv, sino también en los barrios pobres del sur de la ciudad, y en los de Jerusalén, Ashdod, Haifa y Beit Shean - se dará cuenta de que se ha abierto una ventana a un futuro nuevo.
La pregunta del millón de dólares es: ¿en qué cree realmente el primer ministro Binyamín Netanyahu? ¿En la Gran Tierra de Israel? Ya no. ¿En la paz? Todavía no. ¿En los asentamientos? Definitivamente no. ¿En la división del territorio? En realidad, no.
Algunos políticos ya están hablando de elecciones para el próximo otoño, en la víspera de las elecciones de EE.UU. Esos son los optimistas. Y hay otros que hablan de elecciones para mucho antes, durante la primavera. De una forma u otra, el año electoral ya está en marcha.
Ser judío, según Bibi, es aferrarse a la Explanada de las Mesquitas en el Monte del Templo, aún a costa de un gran daño diplomático al propio Estado de Israel. Ser judío para él significa hablar en nombre de aquel abstracto pueblo judío sin fronteras, cuya entidad sólo existe en el plano retórico.
El hecho de que los partidos y el debate político mismo estén presos en la división del conflicto israelí-palestino es lo que ha permitido en Israel que su aguda transformación económica, con tal nivel de desigualdad, se lleve a cabo tan despreocupadamente y con tanta "naturalidad".
"No se puede vivir en un envase de queso cottage", dice uno de los carteles que adornan el campamento en el Bulevar Rothschild de Tel Aviv. Es tan cierto como ingenioso. Lamentablemente, la protesta por las viviendas es muy diferente a la del queso cottage.
Antes los esclavos sabían quien era el patrón. Si llamaban al esclavo "Jefferson", era porque trabajaba en el campo de Jefferson. Los esclavos modernos ni siquiera conocen quien sostiene la otra punta de la cuerda. Una red intrincada de nudos envuelve sus vidas.
La ley anti-boicot, más allá de sus consideraciones legales, de lo que decida la Corte Suprema, y del daño a la libertad de opinión, constituye otro eslabón en la cadena de leyes nacionalista-mesiánicas con un mismo objetivo: desbaratar cualquier posibilidad de paz.
¿Dónde está la gente a la hora de luchar por el queso cottage de nuestra existencia y futuro? ¿Dónde está cuando por vez primera se dejan oír en todo el mundo dudas acerca de la legitimidad de nuestra existencia como Estado judío?
Al igual que muchos israelíes legítimamente preocupados, también yo deseo conocer lo que las más altas autoridades vieron en la residencia del primer ministro Binyamín Netanyahu. ¿Qué fue lo que a Meir Dagán - quien ya ha visto todo - logró provocarle tal perturbación?
Cuando los veo santificando el nombre del provocador Dov Lior, atacando a la Corte Suprema, tratando de agredir a los fiscales y ultrajando los símbolos de nuestro país, me acuerdo del Rey David y los hijos de Sarvia que le eran tan insoportables como una epidemia.
Cuando se escriba la historia del segundo mandato de Netanyahu, su narrativa girará en torno a la enorme oportunidad desperdiciada de 2010; habrá de contar la historia de cómo permitió que se le escapara de la mano la oportunidad de avanzar en materia de paz y seguridad.
Se puede amar u odiar a Binyamín Netanyahu, pero no dudar de su éxito. Desde su retorno al poder, Israel ha disfrutado de relativa calma en materia de seguridad, crecimiento económico y una clase de estabilidad política desconocida para la última generación.
El Movimiento Sionista no podía conseguir un Estado por medio de la conquista. En lugar de ello, compró tierras. La adquisición de las mismas fue la llave de la colonización judía. Sólo después la población judía se apoyó en organizaciones parcialmente militares.
Más allá de todas las quejas palestinas, hay un hecho concreto; hecho, no narrativa: En 1947 el movimiento sionista aceptó el plan de partición de Naciones Unidas, mientras que la parte árabe lo rechazó y decidió ir a la guerra. Los efectos no pueden divorciarse de las causas.