Este pasado viernes fue la jornada más mortífera que se vivió en Gaza en muchos meses: seis palestinos murieron al enfrentarse en dos sucesos separados con las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
Se ha producido un interesante giro en la cobertura mediática de los recientes atentados palestinos contra israelíes. Los apuñalamientos, atropellos y demás ataques árabes han sido incidentes «aislados», según AP. La corresponsal de «The New York Times», Diaa Hadid, hizo hincapié, en la segunda frase de un reciente despacho, en que los atacantes «parecían estar actuando solos y sin respaldo ni instrucciones de organización alguna».
«Los actuales sucesos recuerdan a los de septiembre de 2000, cuando Sharón subió provocativamente a la Explanada de las Mezquitas y estalló la segunda Intifada», declaró en en la radio militar israelí, Galei Tzáhal, el secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Saeb Erekat.
En el último conflicto entre Israel y Hamás, el pasado verano, el mundo denunció el genocidio palestino y la asimetría en la guerra. Israel era culpable de construir un gran ejército y una economía mundial de alta tecnología, mientras Hamás invertía el dinero para la reconstrucción de Gaza en túneles y desviaba recursos a cuentas secretas de líderes palestinos.
«En toda sociedad hay elementos extremistas y homicidas, y lamentablemente entre nosotros también», admitió Netanyahu, luego de que los dos últimos días de julio se perpetraran sendos ataques letales por parte de ultraortodoxos y ultranacionalistas, que conmocionaron no sólo a la comunidad internacional sino a la propia sociedad israelí.
La estrategia «divide y triunfarás» que el nuevo gobierno israelí aplica a sus enemigos podría jugarle en contra, sobre todo ahora que el grupo yihadista Estado Islámico (EI) afianza su poder en los países vecinos y se acerca al territorio hebreo.
Israelíes y palestinos ganarían miles de millones de dólares si alcanzaran un acuerdo de paz, y ambos se enfrentarán a duras pérdidas económicas en caso de que sigan otras alternativas, especialmente si se reanuda la violencia.
Un Ejecutivo de coalición de cinco partidos. Una mayoría de un solo escaño en el Parlamento. A casi seis meses desde la disolución de la anterior Cámara, el nuevo Gabinete surgido de las urnas aún no está completamente perfilado ni presentó un programa de legislatura detallado.
Estaba a punto de cumplirse el plazo dado por Reuvén Rivlin, el presidente de Israel, para que Netanyahu formara su cuarto gobierno. El día después de las elecciones, con su victoria contra todo pronóstico, no parecía que Bibi fuera a tener demasiados problemas para formar un ejecutivo de centroderecha estable, o todo lo estable que puede ser una coalición en Israel.
Con la captura de Berlín y la rendición del Tercer Reich concluyó la hecatombe en la que perecieron al menos 60 millones de personas, entre combatientes y civiles en Europa, Asia y África, sucumbiendo un promedio diario de 27.000, entre septiembre de 1939, cuando Alemania invadió Polonia y agosto de 1945 con la capitulación del imperio japonés.
Sin dudas, la fiesta de Pesaj de este año va a ser muy recordada en la historia política del Estado de Israel. Habiendo pasado casi un mes desde las elecciones, la súbita popularidad del «mago» Bibi está empezando lentamente a caer.
Por primera vez desde el discurso de Bar Ilán en 2009, Netanyahu abandonó oficialmente antes de las elecciones la idea de un Estado palestino. A los árabes israelíes prácticamente los tachó de enemigos cuando el día de los comicios alertó que estaban acudiendo en «masa» a las urnas para, después de todo, ejercer su derecho democrático al voto.
Binyamín Netanyahu, jefe del Gobierno israelí desde 2009, y que ya lo fue entre 1996 y 1999, centró su campaña en la política del miedo y la obsesión que tiene con la amenaza de Irán.
«La gente está harta de Netanyahu», dijo el pasado sábado el Canal 2 de la televisión israelí Itzjak (Buyi) Herzog, quien por supuesto se ofreció como alternativa.
Netanyahu aspira a revalidar su cargo azuzando al electorado con su tradicional política del miedo, en cuyo centro sitúa en posibles concesiones a los palestinos el programa nuclear iraní.
Adorado y odiado a partes iguales, Binyamín Netanyahu acabó personificando el poder israelí de tal forma que las elecciones legislativas del próximo martes se convirtieron en un plebiscito sobre su persona.
«Se ha logrado mucho; y falta mucho más por lograr». El resumen de la diputada Dra. Aliza Lavie, del partido Yesh Atid, que encabeza la comisión parlamentaria sobre la situación de la mujer en Israel, combina su satisfacción por los avances logrados en camino a una plena igualdad de género, con la conciencia acerca de los pasos aún no completados.
«Cuando muera, algo de mí morirá en ti. Cuando mueras, algo de ti en mí, morirá contigo. Porque todos - sí, todos - todos juntos formamos un único y vivo tejido humano; y cuando alguien nuestro se va, algo en nosotros muere, y algo queda con él». (Moti Hammer, «Un solo tejido humano»)
¿Quién es la persona que más manda en Israel? El primer ministro Binyamín Netanyahu, por supuesto. Falso.
Como si los muchísimos motivos de tensión en todo Oriente Medio no fueran ya más que suficientes para mantener en vilo a toda la humanidad, y como si el daño que los fanatismos religiosos no fuera ya demasiado, Israel está a punto de sumarse a las fuerzas que promueven un retorno hacia las páginas más tristes de la historia de la humanidad.