Estimados,
El antiguo conflicto entre israelíes y palestinos sigue su curso, no se sabe a dónde, sobreviviendo a otros enfrentamientos que encuentran algún tipo de resolución.
En ambos bandos prevalece alternadamente la intransigencia del todo o nada, lo que constituye en sí mismo una garantía de estancamiento, desconfianza y enojo.
Lo que nos toca hoy es la disputa sobre si los palestinos pueden o deben reconocer a Israel como Estado judío.
En realidad, Israel ya es un Estado judío; así fue reconocido internacionalmente. Para ser ciudadano se exige estar enmarcado dentro de los parámetros de la Ley de Retorno.
La excepción se aplica sólo a los ciudadanos árabes israelíes que no se fueron del país luego de la Guerra de Independencia en 1948, y para ciudadanos en las mismas condiciones pero de otros credos. Los árabes israelíes constituyen casi una cuarta parte de la población de Israel, que es de más de ocho millones de personas.
En cuanto a los refugiados palestinos en otros países - Jordania, Líbano, Siria, Egipto -, la Organización de la ONU para los Refugiados Palestinos en Oriente Medio (UNRWA) estima que son cinco millones de personas. Se trata de quienes dejaron el Estado de Israel por su voluntad o por la fuerza y sus descendientes.
El mayor receptor de refugiados es Jordania (más de dos millones), seguido por Líbano y Siria (antes de la actual guerra civil). En Jordania gozan de todos los derechos de ciudadanía, cosa que no sucede en Líbano. Cientos de miles de palestinos, varias generaciones, viven como parias en condiciones miserables porque a sus anfitriones les conviene esa situación para mantener vivo el conflicto.
El Gobierno de Netanyahu se aprovecha de esta situación y contrapone la exigencia del reconocimiento como Estado judío para intentar desactivar definitivamente el derecho de retorno palestino. Al mismo tiempo, complica las negociaciones. Esto se suma a medidas universalmente rechazadas como la construcción de asentamientos en territorios que en algún momento deberán formar parte de un Estado palestino.
Por su parte, la Autoridad Palestina (AP) mantiene el reclamo del derecho de retorno porque así se asegura el apoyo de los demás países árabes. Pero el sentido común indica que ni Israel ni ningún otro país aún de mayor tamaño puede aceptar el ingreso a su territorio de cinco millones de personas.
Todo esto ocurre en el marco de las tratativas que dirige el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, que este 29 de abril cumplirán los nueve meses preestablecidos para alcanzar un acuerdo marco.
El diario «Haaretz» publicó días atrás una nota en la que llamaba al pueblo israelí y al lobby judío en Estados Unidos a tomar conciencia de que la exigencia de Bibi no puede ser un factor determinante para alcanzar algo parecido a un acuerdo preliminar. Para eso hay que hablar de los refugiados pero desde una perspectiva realista, como así también de las fronteras, de la situación de Jerusalén y de la seguridad de los dos Estados, entre otros muchos temas.
Kerry ve cómo se le escapa el sueño de un Premio Nobel de la Paz por la falta de voluntad política para sentarse y negociar, con todo lo que esta última palabra significa. Está viviendo en carne propia la frustración de todos quienes lo antecedieron en la tarea. Por más que explique que Israel fue reconocido de facto como Estado por Arafat y Abbás, y formalmente a través de los tratados firmados por Egipto y Jordania, no consigue nada de Netanyahu.
Bibi y Abbás se están empujando mutuamente a una posición de imposible cumplimiento, como ya aconteció en otras oportunidades y con otros protagonistas. Algo similar sucede cuando se usa el viejo argumento de que del otro lado nunca hay nadie con «suficiente autoridad moral» como para negociar.
Hay tantos ejemplos de acuerdos que se lograron a pesar de la disparidad moral de los bandos, que no puede menos que insistirse en que este viejo conflicto se alimenta de los intereses más oscuros y de la «estrategia del enojo», pero no de valores y principios y del verdadero deseo de conseguir un acuerdo de paz definitivo.
¡Buena Semana!