Imprimir

Había una vez un Rabín…

Itzjak RabínEstimados,

Miles de personas, en su mayoría jóvenes, se juntarán en Tel Aviv para conmemorar el 19° aniversario del asesinato del que fuera primer ministro de Israel, Itzjak Rabín, en la plaza que hoy lleva su nombre, donde cada año tiene lugar una concentración en su recuerdo.

En esta ocasión será el Consejo de Movimientos Juveniles israelíes quien organizará el acto, el segundo de este mes para «apartarlo de la política». Cabe destacar que organizaciones juveniles como Beitar y Bnei Akiva, que hasta hoy se oponen a las ideas de Rabín, y que tomaron parte activa en la incitación popular que condujo al homicidio, participarán en un evento que, aunque pretendan negarlo, es político por donde se lo mire.

No será el primer intento de cambiar la historia para «destacar más lo que nos une que lo que nos divide», un método muy israelí y muy judío diaspórico que justifica cualquier cosa, incluso ocultar lo que realmente ocurrió. A pesar de ser democrático, no se ve «políticamente correcto» que quienes entonces llamaron a Rabín «traidor», «vendepatria» y marcharon delante de ataúdes simbólicos con su foto - Netanyahu, Liberman, Hanegbi, Livnat, Livni, Landau, Uri Ariel o Feiglin, entre muchos otros - sean nuestros líderes de hoy en día. En hebreo decimos «kasher, pero hediondo».   

No obstante, y aunque parezca mentira, el copyright de borrar a Rabín de la historia lo tiene el ex presidente Shimón Peres. Durante la última noche de los siete días de luto, Shimón Sheves, entonces jefe de la oficina del primer ministro asesinado, le rogó que llamara a elecciones de inmediato. Peres lo escuchó pero, como siempre, no hizo más que oír atentamente a su propio ego. Una sola de sus decisiones bastó para quitar ese crimen de la realidad. Prefirió sentarse cómodamente en la silla del premier durante algunos meses y en lugar de proseguir con el proceso de Oslo con los palestinos tal cual fue determinado, firmado y reconocido internacionalmente, decidió calzarse el uniforme y las gafas de piloto, y se fue hacia Líbano a continuar la guerra iniciada en 1982, que debía durar 48 horas, pero que ya llevaba 15 años.

Bibi, entonces líder de la oposición, quien en el momento del asesinato no entendía que iba a tener que lidiar con Peres, aparecía pálido durante las transmisiones de televisión desde esa noche terrible, quizá porque también pensó que ya no habría de ser primer ministro. La ciudadanía israelí no le perdonaría por aquélla incitación suya desde el balcón que da a la Plaza Sión, en Jerusalén, y por sus manifestaciones contra Rabín en el Cruce de Raanana delante del ataúd, declarando «democráticamente» que Rabín, electo mayoritariamente en las urnas, «no tenía el mandato del pueblo». Pero siempre se pudo confiar en Peres, especialmente si se trataba de elecciones y sobre todo si se competía contra él.

El asesinato de Rabín fue retirado de la escena y olvidado en el archivo. Después de unos meses, las elecciones se llevaron a cabo sin mencionar el crimen y teniendo como eje central la cuestión de quién habría de dividir Jerusalén y quién resultaría mejor para los judíos. No pasó ni la mitad de un año después del magnicidio y ya Rabín se había convertido en el asunto privado de su familia y de un puñado de personas que siguieron sus pasos, que visitan su tumba todos los años, avergonzados, escondiéndose y pidiendo disculpas cuando se encuentran con aquéllos que estuvieron en dicho balcón, que ahora forman parte del Gobierno y del Parlamento, y que siguen mintiendo al decir que adoptaron la «fórmula de dos Estados» como la única posible para solucionar el conflicto, pero nunca admitieron que su accionar creó el ambiente que condujo al asesinato.

Rabín pasó a ser un nombre adecuado para autopistas, hospitales, avenidas y escuelas. Cuanto más se idealizaba su imagen, menos se hablaba de la responsabilidad del crimen.

Pero con el tiempo, la historia hace justicia y habrá de escribirse de manera diferente. El segundo mandato de Rabín puede compararse con el el primero de Ben Gurión. El «viejo» legisló sobre la educación obligatoria mientras que Rabin hizo gigantescas inversiones en educación pública para hacerla efectiva. Ben Gurión estableció el Instituto del Seguro Social; Rabin promulgó la ley de seguro de salud nacional. Además, Rabin firmó el tratado de paz con Jordania, que junto al logrado con Egipto - y que nunca fueron violados - estableció seguridad en dos tercios de las fronteras de Israel. Rabin fue el último líder en lograr un acuerdo de paz. Desde entonces, la paz se banaliza.

Ben Gurión envió al joven Rabín a la isla de Rodas para firmar el armisticio que puso fin a la Guerra de Independencia (1949), y el primer ministro Rabin decidió convertir las líneas de alto el fuego, que había dibujado con un lápiz verde, en fronteras permanentes, y salvar a Israel antes de convertirse en un Estado binacional. También transfirió grandes sumas de dinero para que la promesa de Ben Gurión en la Declaración de la Independencia sobre la igualdad de los árabes israelíes se hiciera realidad y bregó por lograr la equidad en oportunidades laborales a través de una infraestructura diseñada para salvar la distancia entre la periferia del país y su centro.

También hubo actos de terrorismo, muchos, pero menos que durante los primeros años del Estado. En la Guerra de Independencia, con Ben Gurión a la cabeza, Israel perdió el 1% de su población en el campo de batalla. En la lucha encabezada por Rabin para el establecimiento de fronteras permanentes, se perdieron muchas vidas.

Hoy ya no sorprende a nadie que Ygal Amir siga sonriendo y sea considerado un verdadero triunfador, mientras Netanyahu continúa en el poder junto a quienes amenazan derrocarlo y reemplazarlo si llega a hacer concesiones a los palestinos en lugar de anexionar Cisjordania. Hay fundamentos suficientes para aceptar la afirmación de que, al fin y al cabo, el revólver del asesino, "cargado" con las ideas de rabinos inspiradores y políticos conspiradoes, tuvo éxito aunque lo sigan negando.

Considero que llegó la hora de enmendar las faltas. 22 años son demasiado tiempo para seguir escuchando la «historia oficial». Hubo una vez un hombre llamado Itzjak Rabin y su asesinato fue un intento de borrar su política. Para llegar a una paz definitiva en la región, la dirigencia israelí - cualquier dirigencia israelí - deberá continuar y completar lo iniciado por él. Pero ello no podrá lograrse por medio de manifestaciones inútiles con cantantes famosos en la plaza de la ciudad una vez al año.

La generación de las velas recordatorias en la noche del asesinato creció. En lugar de llorar y cantar debe conocer y aceptar los hechos tal como sucedieron así como asumir su responsabilidad. De lo contrario, Ygal Amir seguirá sonriendo.

¡Buena Semana!