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El cuatro de copas de Binyamín Netanyahu

04cEstimados,

Así es la trama: 61 adultos jugando a ser gente seria, sentados en un semicírculo parlamentario con caras de quienes tienen un cuatro de copas en la última mano de una partida de truco, y sin sonreír. Si sonríen pierden. Pueden hablar, gritar, ofender y hasta pronunciar discursos desaforados. Sólo no pueden reírse ni guiñar.

Esa es la nueva coalición de Bibi Netanyahu.

Trataremos de medirnos con tres interrogantes: 1. ¿Cómo se llegó en Israel a esa situación? 2. ¿Qué significa para la política y para la sociedad israelí? 3. ¿Qué podría suceder de aquí en adelante?

Si en los últimos meses no se quedaron sin internet, televisión o diarios, deben saber que el Likud ganó las elecciones en Israel. Sin embargo, para formar gobierno, Bibi necesitaba armar una coalición de por lo menos 61 diputados. Si no lo conseguía en el tiempo determinado por la Ley Básica Gubernamental, esa misma ley determina que el presidente del Estado llame al segundo diputado más recomendado por los miembros del nuevo Parlamento - en este caso Itzjak Buyi Herzog del Grupo Sionista - para encomendarle la misión.

O sea: Bibi armaba una coalición o perdía su cargo de primer ministro.

¿Y cómo se arma una coalición? Por medio de acuerdos politicos, entrega de cargos, ministerios y entendimientos para futuras votaciones de leyes. Al final de cuentas: máxima afinidad ideológica y de intereses.

Pero olvídense - como se olvidó toda esta generación de politicos - de cualquier tipo de afinidad ideológica. Aquí comienza la explicación de cómo fue que se llegó a esta situación.

En el ejecutivo anterior, e incluso antes de él, las coaliciones partidarias eran heterogéneas. En el último gobierno, con el pretexto de que la coalición era inadministrable, Bibi decidió concluir la legislatura y llamar a nuevas elecciones. Contaba con que los resultados llevarían a un aumento de los votos de la derecha y le proporcionarían parlamentarios más afinados a sus proyectos, aunque nadie sabe realmente cuáles son porque no los revela. Casi la mitad del país, incluso parte de sus seguidores, piensan que su verdadero objetivo es mantenerse en el poder porque el tiempo juega a favor de Israel y es necesario conservar el status quo local y regional. En concreto: mientras sunitas y chiítas se sigan matando entre ellos; mientras Al Qaeda y el Estado Islámico se desangren; mientras Al Fatah y Hamás se destruyan, todo marcha viento en popa y el califato se convertirá en «colifato». Pero se trata de la misma e irresponsable fórmula que en el pasado nos trajo la sangrienta y traumática Guerra de Yom Kipur con su más de 2.600 muertos y más de 7.000 heridos.

Hubieron elecciones y, para sorpresa de algunos, la derecha consiguió una porción más grande del Parlamento. O, por lo menos, era o que parecía, porque en verdad, y para sorpresa de otros, esa derecha no se hizo con una ventaja tan amplia. A pesar de que el Likud apareció como la mayor fuerza política, simplemente la consiguió con los votantes de otros partidos de derecha que en esta ocasión se inclinaron por él influenciados por la «política de miedo» de Bibi, que proclamaba «o nosotros o ellos», como si Israel estuviera al borde de una guerra civil.

Con todo, se esperaba que armar una coalición fuese cuestión de días. Se junta a los dos partidos ultraortodoxos con Kahlón, Bennett y Liberman, se suma 67 mandatos y listo. Todos de derecha o completamente indiferentes al espectro; todos con modelos económicos no tan antagónicos.

La izquierda, como de costumbre, se desesperó; el mundo, como también es costumbre, volvió a rasgarse las vestiduras. Algunos israelíes más extremistas empezaron a hacer listas de países que aceptan inmigrantes, y los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis comenzaron a preparar sus caballos en el infierno para galopar por todo Oriente Medio.

Pero la fecha para cerrar la coalición se aproximaba, el reloj marcaba las horas, y apenas dos partidos habían firmado acuerdos con Bibi, y sólo después de que éste se bajara los pantalones. Recibieron montañas de dinero para sus intereses sectoriales, leyes que, de facto, borraron casi todo lo conseguido en la legislatura anterior por las facciones centristas. Fue entonces que tres días antes de la campana final, Liberman anunció que no integraría la coalición.

¿Cómo podía ser? ¿Qué pudo haber pasado?

Su partido, Israel Beiteinu, obtuvo sólo seis escaños que eran seis votos de importancia para el fiel de la balanza gubernamental. Pero lo que Liberman entendió rápidamente, mucho antes que cualquier otro, es que con esas seis bancas Israel Beiteinu tenía poco poder de juego para conseguir ministerios influyentes y exigir condiciones. Liberman dejó la Cancillería, dijo que se iba al mazo y que no jugaba más. Después de todo, qué importa la ideologia y los miles de electores cuando Yvet no lo traga a Bibi ni con ensalada rusa y encima tendría que comerse cualquier guiso que éste le sirva para ser sólo un adorno en un ejecutivo con ultraortodoxos que se le ríen en la cara.

Ese fue el fin del sueño de la estabilidad política. El último partido que faltaba para firmar un acuerdo de coalición era Habait Haiehudí de Bennett. Éste vio su oportunidad de arrancar de Bibi hasta lo que ya no tenía. Dicho y hecho: Ministerios de Educación, Justicia y Agricultura, la dirección del Departamento de Colonización de la Organización Sionista Mundial, el control sobre los asentamientos judíos en Cisjordania, además de una fortuna para intereses sectoriales escondida dentro del presupuesto estatal.

¿El efecto inmediato de la movida? Restaron pocas carteras para ministros del proprio Likud. Así son los resultados de las guerras en las que Israel combate una y otra vez: se siente victorioso, pero nunca acaba de entender que no es así. Que mejor ejemplo: dos partidos que luchan cara a cara en las elecciones. Bibi le robó los votos a Bennett, pero Bennett le robó los ministerios a Bibi y le desestabilizó el gobierno.

Y así es como llegamos a un ejecutivo extremadamente frágil, desconfiado, con una amplia discordia - por no decir algo peor - entre los líderes de los partidos que componen la coalición y, lo que es peor: sin níngún proyecto común, sin que la palabra paz, que figura altivamente en el Acta de Independencia de Israel, no sea mencionada ni una sola vez en el acuerdo firmado entre las partes con el sólo objetivo de mantenerse en el poder con un cuatro de copas para la última mano. Triste pero cierto.

Lo que nos lleva al segundo interrogante: ¿Qué significa esta realidad para la política y para la sociedad israelí?

En primer lugar varios diputados, por medio de tales o cuales acuerdos, fueron nominados para cargos que probablemente serán contraproducentes hasta para los intereses de sus mismos partidos. El caso más evidente es el de Ayelet Shaked, del ultranacionalista mesiánico Habait Haiehudí, que recibió la cartera de Justicia. Shaked causó mucha controversia con una serie de declaraciones ultraradicales durante el último conflicto contra Hamás en Gaza, además propuso leyes consideradas racistas por gran parte de la población de Israel. Lo contraproducente de su posición es que dado el escenario político, y dada la ira de la oposición - y también de la coalición -, va a desilusionar a sus electores. No va a conseguir llevar a cabo ni una mínima parte de las reformas que dice pretender implementar; y no hay en política un pecado mortal más grande que convertirse en irrelevante siendo tan joven.

Esto significa también que, aparte de acuerdos como presupuestos partidarios, por ejemplo, muy pocas cosas podrán ser aprobadas por el actual gobierno. En interminables pulseadas entre los proprios miembros de la coalición, no faltarán oportunidades de que uno torpedee las propuestas de otro, aunque sea sólo para mostrar «quién realmente manda en Israel».

Con una coalición de 61 diputados, alcanza con que uno de ellos se ofrezca al mejor postor opositor para que el ejecutivo pierda su fuerza. Y no faltan candidatos que desde hace tiempo miran a Bibi con cara de lobo feroz.

Una inestabilidad de esta magnitud no podrá durar mucho y hay una infinidad de especulaciones de que en este mismo momento Bibi lo entiende muy bien y está buscando una alternativa. Evidentemente, para él sólo existe una: Buyi Herzog. Pero calma; la cuestión es un poco más complicada, como acostumbra a ser en la política de Oriente Medio.

Durante los 50 días que Bibi dispuso para armar su coalición, no agarró su celular ni una sola vez para charlar con Buyi. Nadie sabe exactamente por qué y, evidentemente, nadie está seguro de que eso sucederá ahora.

Entonces, ¿que puede pasar?

A partir de ahora, este gobierno dispone de cuatro posibilidades de acción. La primera es sorprender a todo el mundo: que los miembros de la coalición hagan las paces y se traten como adultos responsables, colaborando en la administración del Estado, que es lo que se espera de ellos. Quien crea que dicha hipótesis sea posible en la política israelí, todavía no dejó de creer en los Reyes Magos.

Otra opción sería una eterna disputa sin objetivos, sin fin y sin soluciones durante algunos meses, mientras el país está más o menos administrado por burócratas técnicos que trabajan en los ministerios con sus éxitos y fracasos prácticamente sin control.

La tercera alternativa sería la entrada del Partido Laborista - con o sin Tzipi Livni - al gobierno de aquí a algunos meses. Buyi dice que no, pero nadie se caería de espaldas si, por tal o cual razón, llegase a suceder.

La cuarta, quizás la más cara pero real, es que tengamos en breve nuevas elecciones.

Oriente Medio arde desde Yemen a Turquía y desde Libia a Irak. Irán está llegando a un pacto con las potencias mundiales sobre su plan nuclear. Obama y Kerry no aguantan más a Bibi. Francia y Reino Unido, con el apoyo de toda la Unión Europea, exigirán al Consejo de Seguridad el fin de la ocupación israelí de Cisjordania dentro de dos años y la retirada a las fronteras de 1967 sin la seguridad de que Estados Unidos vete la propuesta. La Corte Penal Internacional se encuentra al borde de entablar juicios a oficiales y soldados israelíes por crímenes de guerra. La ONU ya pidió a Israel la entrega de material relevante para investigar la ofensiva «Margen Protector». El boicot económico y cultural a Israel avanza. El Papa Francisco acaba de reconocer al Estado de Palestina.

La mano viene demasiado mala como para que Bibi se guarde en la manga apenas un cuatro de copas.

¡Buena Semana!