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Arik Einstein: ¡Sí se puede!

Arik EinsteinEstimados,

En la Universidad de Haifa, cursando la cátedra de Historia, aprendí que el «si» condicional no tiene ningún valor en la investigación histórica. De nada sirve preguntar «qué pasaría si Itzjak Rabín no hubiese sido asesinado» o iniciar una reflexión diciendo, por ejemplo, «si los judíos no hubieran sido expulsados de… o perseguidos en…

Pero lo que no es válido para la investigación histórica, no necesariamente es desechable en otras ramas como antropología, psicología o artes. Ya decía el filósofo judío Isaiah Berlín - y se incluía - que «los judíos cargamos demasiada historia en nuestra memoria pero muy poca geografía en nuestra mente».

La vuelta a la normalidad, según Berlín, «no pasa únicamente por tener un Estado propio». Eso constituye un factor primordial. Pero no menos importante para «ser normales» es poner de vez en cuando a un costado todas esas cargas políticas que nos impiden desarrollar proyectos a largo plazo o frenan intentos de negociaciones de paz.

Fíjense ustedes:
 
Sí puede acontecer en Israel que millones de ciudadanos admiremos a un cantante de renombre nacional al que nunca vimos actuar en vivo, o no nos fotografiamos con él, o no sepamos realmente qué opina acerca de Irán y los palestinos, sin que por ello perdamos nuestra idiosincrasia o nos consideremos «provinciales».

Sí puede suceder que miles de personas de cualquier edad puedan juntarse en la Plaza Rabín, en Tel Aviv, no para manifestar o reclamar algo; sólo para entonar sus canciones, sin estar preocupados de que en otro lugar del país se organice una manifestación alternativa de protesta.

Sí puede pasar que todos podamos cantar en hebreo con acento ruso, polaco, marroquí o argentino, sin tener por ello que flagelar nuestra «mea culpa», o considerarnos vendepatrias, traidores a la causa sionista o colaboracionistas con la «primavera árabe».

Sí puede pasar que durante tres días completos no estallen misiles lanzados desde Gaza o Líbano, que las mafias israelíes no asesinen a civiles inocentes en el centro de las ciudades, que nadie sepa qué realmente sucede entre Obama y Bibi, que ninguno se preocupe por la marcha de la economía de Israel, y que la gente llore y sonría al mismo tiempo, y que además nos mire confundida, con aire de tristeza, en lugar de ponernos esa cara de perro sabueso desilusionado a la que nos acostumbró porque de alguna manera no pudo conseguir algo antes que cualquiera de nosotros.

Arik Einstein (74), el israelí ultimativo, murió en Tel Aviv después de cinco décadas de hacer lo que sabía: cantar y hacernos cantar. Así de simple. Se nos fue de sorpresa bastante antes de lo planeado.

50 años es un tiempo considerable para evaluar su aporte cultural mientras permanecemos sentados en el andén de la vida tejiendo sueños de día y destejiéndolos de noche. Y sin embargo, sí se puede. Porque la joven que Arik «ve en el camino a la escuela» ya es inmortal aunque ahora se relacione a la vida con un poco más de precaución. Porque «Elifelet» o «Dudu» nunca serán enterrados en tumbas de soldados desconocidos. Porque «Tuki Yossi» o «Avshalom» somos cualquiera de nosotros y «Ruti» o «Yasmín», cualquiera de ellas. Porque «Má she haiá, haiá» (Lo que pasó, pasó) es una canción encarada al futuro, a pesar de lo que digan profesores de historia como yo, y «Kama tov she bata habaita» (Que bueno que regresaste a casa) no es necesariamente volver con la frente marchita.

Esta semana en Israel, durante tres días completos, conseguimos ser normales, miembros serios de la Sociedad de las Naciones, sin tener que negar nuestra condición de judíos ni explicar delante de cualquier micrófono porqué estamos en «Eretz Israel». Apartamos nuestros miedos a un costado y dejamos por un rato de ser paranoicos y persecutas.

No hay caso; aunque algunos críticos pretendan negarlo, las canciones de Arik están más allá de la historia y la geografía. El anciano Berlín tenía razón.

Ese milagro, en esta semana de Jánuca, fue posible porque Arik Einstein, a diferencia de todos los demás intérpretes israelíes, nunca fue un trovador de multitudes; todo lo contrario: cantaba como si lo hiciera susurrando al oído de alguién querido. Pero resultó ser que ese alguien era cada uno de nosotros.

Y aunque más de una lágrima resbaló, resulta que sí se puede.

¡Jag Sameaj y Buena Semana!