Estimados,
A 65 años del establecimiento del moderno Estado de Israel, el término que con más asiduidad se emplea en la actualidad para describir la naturaleza política y social del país es, por lejos, «Estado judío democrático». Ya sea en los medios de comunicación o en boca de los políticos, el uso de dicho término se generalizó tanto que la mayoría de los ciudadanos, simplemente lo acepta como una verdad absoluta sin ni siquiera tomarse el tiempo de una mínima reflexión.
No obstante, y a pesar del extensivo uso de tal expresión, para cualquier persona con suficiente capacidad de discernimiento, el término resuena con cierta disonancia cognitiva.
Así, mientras que, por un lado, Israel había de ser un Estado judío, por otro, se declaraba como el Tstado de todos sus ciudadanos, independientemente de la fe que éstos profesaban.
Como resultado de esta ambigüedad, hubo ya desde el principio una contradicción congénita entre términos. En otras palabras, ¿habría de ser Israel un Estado judío que incorporaría luego algunos aspectos democráticos o sería más bien un Estado democrático con un «estilo judío?» Dado que estos términos implican situaciones que se excluyen mutuamente, Israel no podía nunca ser ambas cosas.
En el contexto de esa ecuación, se otorgó prioridad al componente judío a través de la Ley de Retorno, en 1950, donde quedó establecido el derecho de todo judío a inmigrar a Israel. Sin embargo, la posterior Ley de Nacionalidad, de 1952, restableció la confusión al establecer, entre otras cosas, que «una persona que, inmediatamente antes del establecimiento del Estado, era ciudadano palestino... pasará a ser ciudadano de Israel...». Por tanto, la ciudadanía, y con ella el derecho a voto, quedaron más firmemente sujetados gracias a la población no judía.
Esta falta de claridad se prolongó durante décadas, y en 1992, bajo la militante Corte Suprema de Justicia presidida por el juez Aharón Barak, se promulgó la Ley Básica de Dignidad Humana y Libertad que fue aprobaa con el fin de «establecer, en el marco de una Ley Básica, los valores del Estado de Israel como Estado judío y democrático», según lo estipula su primer inciso. Además, de acuerdo con los escritos posteriores del juez Barak en relación a la vaga frase, «Estado judío democrático», resulta claro que su intención en la ley fue definir a Israel primordialmente como un Estado democrático, aunque uno de tipo particular, que también pudiera incluir una variedad de aspectos judíos. Por supuesto, para Barak, la única manera de comprobar la consistencia de estos aspectos judíos, fue verificarlos según la coherencia que debían poseer en relación a los valores de una democracia.
A pesar de la genuina intención de Barak con respecto a lo que en ese momento era realmente prioritario, a saber, el aspecto democrático del país, esa frase neutra, «Estado judío democrático», se promulgó desde entonces. Y esto es complicado, pues el término resulta problemático por varias razones.
Lo más grave de todo es que la expresión perpetúa la confusión y rehúye la consideración de un problema muy serio. Israel tiene una amplia minoría árabe, la mayor parte de la cual nunca habrá de hacer suyos los sueños y aspiraciones colectivas del pueblo judío, así como tampoco, nunca habrá de sentirse parte integrante de un Estado judío. Pensar lo contrario es una tontería. Asimismo, resulta humillante para los árabes pretender un comportamiento diferente, ya que ellos poseen el orgullo natural de su propia cultura y un sentido de pertenencia con la gran nación árabe.
Por lo tanto, para no antagonizar o alienar a los árabes, y para evitar la condena por declaraciones políticamente incorrectas, Israel prefiere minimizar el componente judío y promover, en su lugar, el democrático. No obstante, para los propios residentes judíos, la mayoría de los cuales conserva cierto sentido de pertenencia con la tierra y la tradición, el componente judío se vende como un amorfo «Estado judío democrático».
Así, la utilización del término sirve para aplacar a la población judía, aunque el hacerlo resulte algo engañoso. Más grave aún es el hecho de que, escondiéndose detrás de la expresión «Estado democrático judío», Israel continúe evadiendo su responsabilidad en el tratamiento de un asunto muy difícil y complejo.
Si Israel es realmente una democracia del tipo «un hombre-un voto», entonces la minoría árabe podría, llegado el caso, tomar el control del país a través de un proceso electoral y modificar la naturaleza del Estado. Sin embargo, al ser éste un escenario que la mayoría de los judíos jamás estarían dispuestos a aceptar y que incluso temen, la expresión «Estado judío democrático» no debería percutir con tan porfiada insistencia sobre la mentalidad colectiva nacional, pues no hace más que sembrar la confusión. Aún más, si los árabes estuvieran ya a punto de hacerse cargo del gobierno del país, se podría estar seguro de que la mayoría de los defensores de la expresión «Estado judío democrático» desaparecerían en un instante, dejándonos al resto de nosotros para hacernos cargo del desastre.
En el frente diplomático, un Estado judío íntimamente conectado con su sentido propio, su patrimonio y su territorio, nunca consideraría renunciar a una parte de su patria ancestral. Sin embargo, un Estado democrático, cuyo componente judío resulta, en el mejor de los casos, débil o sentimental, no tiene, en los momentos difíciles, ningún reparo en abandonar su tierra, ya que es la tierra lo que finalmente perdió su significado más profundo.
Esto es algo que comprenden a la perfección tanto los árabes como todos aquellos que nos están presionando para que cedamos territorios a cambio de un acuerdo definitivo de paz. Por esa razón, la supremacía otorgada al componente democrático a expensas del componente judío, debilita la posición israelí en el curso de las negociaciones en comparación con la de los palestinos.
A fin de cuentas, Israel deberá elegir. O bien, es un Estado judío con algunos aspectos democráticos, o es un Estado democrático con una particular impronta judía. No puede ser ambas cosas. El continuo uso de la expresión «Estado democrático judío» es sólo un pretexto para evitar la instancia de la decisión.
¡Buena Semana!