Si sólo fuese cuestión de destrabar la investigación del atentado a la AMIA interrogando a los sospechosos de ser los autores intelectuales, combinando las exigencias de la ley argentina con las de la versión iraní de la ley islámica, la voluntad de Cristina Fernández de alcanzar un acuerdo con el Gobierno de Teherán podría atribuirse a un optimismo excesivo de la mandataria poco familiarizada con la realidad internacional que quiere anotarse un triunfo político.
Netanyahu salió debilitado de las elecciones que convocó. Su partido, el Likud, que acudió a las urnas en una alianza con la ultraderecha nacionalista liderada por Liberman, consiguió 31 escaños, pero no logró el objetivo de sumar una mayoría absoluta junto con las facciones ultraortodoxas.
Obama llegará a Israel para debatir con Netanyahu la situación en Siria, las tensiones con Irán y las estancadas negociaciones con la Autoridad Palestina (AP). Obama habló por teléfono con Bibi y le anticipó que visitará también Ramallah y Ammán para continuar su «estrecho trabajo con Abu Mazen y con funcionarios jordanos sobre asuntos regionales y bilaterales de mutuo interés».
A Bibi Netanyahu le fue mal al anticipar los comicios en Israel. La alianza con Liberman y los sondeos inmediatamente después de ella le daban un tercio de las bancas del Parlamento. Pensó que ese era el momento oportuno para poder hacer todo lo que le dé la gana. Le salió al revés.
Tras 40 años de ocupación israelí de los territorios palestinos, y cuatro años después de que el Gobierno del primer ministro Binyamín Netanyahu se comprometiera con la solución de dos Estados, hemos asistido a una campaña electoral que se caracterizó por la total negación del dilema palestino de Israel y concluyó con otro mandato más para Bibi.
De convocar elecciones para ser el indiscutible e independiente «rey Bibi» a estar en manos de un ex periodista carismático de centro. Con la herida aún fresca del doloroso e inesperado golpe recibido, Netanyahu ya está inmerso en la ardua tarea de formar el nuevo Gobierno de Israel con la esperanza de que no sea el más corto.
La inestabilidad de las coaliciones del sistema político israelí no es ninguna novedad. En un país donde la diversidad de partidos es un claro reflejo del alto grado de complejidad de la sociedad, las crisis internas en los ciclos políticos son amenazas constantes para los gobiernos.
Existen más jefes de gobierno, formadores de opinión pública y académicos alrededor del mundo reflexionando acerca de cómo se inician las guerras, que buscando soluciones para terminarlas. Ése es el caso de Israel.
Si 2011 se caracterizó por el despertar de la «primavera árabe», 2012 se destacó por ser el año en donde la magnitud de la ola de cambios se dejó vislumbrar. Un complejo nuevo escenario que ya afecta a casi todos los actores de Oriente Medio.
Es sabido que desde la creación de Israel, uno de los principales métodos utilizados por sus líderes para medirse con serios problemas sociales y económicos, al principio relacionados especialmente con las caóticas situaciones que debía afrontar el nuevo Estado hebreo - falta de vivienda, absorción de inmigrantes, austeridad, recesión, paro, seguridad y mucho más - era mantener a la población en un constante estado de tensión.