El gobierno israelí aprobó la construcción de 400 viviendas en Cisjordania en respuesta a la masacre de Itamar.
"¿Por qué sólo 400?", preguntó el ministro de Interior, Eli Yishai. "Debemos edificar 5.000 por cada víctima".
Estimados:
Da la impresión de que somos muchos, muchísimos, los que nos despertamos cada mañana con la preocupación de despejar a través de los medios el temor a que durante la noche, mientras dormíamos, el enemigo haya conseguido desbaratar alguno de esos hechos inesperados que se están dando en el mundo árabe. Porque ellos son como barquitos de papel, de un papel demasiado fino, puestos en un mar barrido por fuertes vientos y agitado desde dentro por impetuosas corrientes y olas creadas por coletazos de todo tipo de tiburones.
El pasado sábado, a lo largo del día, permanecí varias horas frente al televisor viendo las notas de la masacre en Itamar y los acontecimientos sobre el tsunami en Japón. Como mucha gente, contemplé la fuerza destructora del hombre y del agua; esos terroristas salvajes que en un lugar acuchillaban a niños inocentes y esas olas desvastadoras que en otro arrastraban gente, coches, barcos y casas. Ambos sitios se convertían en una sombra negra.
Catorce años sin Rabín. Demasiado tiempo para Israel. Hoy, cuando la paz parece estar cada vez más lejos, conviene recordar el mensaje de su vida.
El legado de Rabín se sintetiza en tres pilares principales que toda persona honrada puede adoptarlos tales como son y no sólo transmitirlos a sus hijos, sino también ser partícipe de la creación del mismo.
El primero, es la imagen de los hijos de aquellos pioneros judíos que sentaron las bases para la creación del Estado. La vida de Itzjak Rabín simboliza la epopeya de los hijos de los primeros jalutzim; de una generación que recibió de sus ancestros la visión y se exigió a sí misma llevarla a cabo con total entrega y sacrificio; o como lo diría el mismo Rabín cinco días antes de ser asesinado, en un acto recordatorio a soldados caídos: "Tengo más amigos inscriptos en lápidas que amigos vivos".
El segundo, es la idea de la paz; el compromiso moral y total de Israel de tratar constantemente de establecer la paz con países y pueblos vecinos.
La primera obligación de un estado democrático es proteger la vida de sus ciudadanos ante los peligros del terror y las guerras. La paz es el mecanismo de defensa más profundo. Nada más significativo que las propias palabras del Teniente General Rabín, Comandante en Jefe de Tzáhal, durante la Guerra de los Seis Días frente al Muro de los Lamentos: "¡Tendríamos que llamarlo el Muro de la Paz!".
El tercero, es la idea de la tolerancia democrática; la obligación moral y total de cada ciudadano de reprimir cualquier acción posible que ponga en peligro el orden democrático; desechar la injuria y la ofensa, tener en cuenta que palabras tiradas al aire pueden crear ideas tendensiosas, planes diabólicos, enormes peligros, hechos lamentables y una destrucción politica, social y espiritual.
¿Qué puede caracterizar más el dolor de esta obligación moral que la imagen del Primer Ministro Rabín cayendo baleado en la espalda por un judío, religioso, nacionalista y fanático?
Rabín simboliza el aporte y el sacrificio de los hijos de los pioneros, la necesidad de establecer la paz y la obligación de la tolerancia democrática. Todos estamos en condiciones de comprender ese legado, adoptarlo en nuestra tradición cultural y transmitirlo a las generaciones venideras: entrega, paz y democracia.
¡Buena Semana!