En la Dra. Rania el-Okbi conviven varios mundos. Es ciudadana israelí, beduina, ginecóloga, madre de dos hijas de 5 y 7 años, consciente de que maniobra entre la modernidad y la tradición.
La Dra. El Okbi nos recibe en uno de esos extraños ratos libres entre paciente y paciente en el Hospital Soroka de Beer Sheva, en el sur de Israel, donde es médica jefe especializada en embarazos de riesgo. También tiene su clínica particular en la ciudad beduina de Rahat.
En la sala de espera de su departamento en el Soroka, hay varias mujeres de su propia comunidad, beduina, un alto porcentaje de la población de la zona.
Rania se ve distinta; no lleva la vestimenta tradicional ni la cabeza cubierta. Pero las entiende y las quiere ayudar - y no sólo por el embarazo - lo cual suele ser un desafío nada sencillo.
La Dra. El Okbi ama su profesión y se siente frustrada por fenómenos que ve en la sociedad tradicionalista en la que nació.
Sobre ese apasionante esfuerzo que despliega, y mucho más, es esta entrevista.
- Rania, es un placer conocerte personalmente... la primera médica beduina del Negev y de Israel, es el título que te acompaña. Estimo que para una jovencita beduina no es sobreentendido que se puede llegar a esto. ¿Cómo fue tu camino hacia la medicina?
- Cuando tenía 16 años llegaron a mi liceo en la ciudad beduina de Rahat la Profesora Rivka Carmi y el profesor Iyad Agbaría de la Facultad de Medicina de la Universidad Ben Gurión en Beer Sheva. Ellos se habían percatado de que había numerosos pacientes beduinos internados en diversos departamentos, entre ellos beduinas en obstetricia y ginecología, así como también muchos niños en pediatría, pero que no había suficientes beduinos en los equipos médicos. Vieron que las probabilidades de que beduinos sean aceptados a estudios de medicina y profesiones paramédicas eran muy pequeñas debido al estado de la educación en las aldeas. No es ninguna novedad que la situación socioeconómica en las aldeas no es buena. Pues ambos profesores decidieron lanzar un proyecto innovador tomaron a los mejores alumnos en los liceos beduinos. Nos dieron dos años de preparación especial para estudios de medicina y también nos garantizaron así la culminación de los estudios de secundaria. Fue un ritmo muy intenso y difícil y al terminarlo, dimos el examen psicométrico para la universidad, lo cual fue una gran decepción ya que todos recibimos notas sumamente bajas. Pero la Facultad de Medicina, junto con Rivka Carmi, decidieron hacer caso omiso del psicométrico y tomar en su lugar las notas de los exámenes finales de secundaria y del curso especial y que a los mejores los entrevistarían. Yo fui con otra compañera a la entrevista, ella no pasó y yo sí, y así me convertí en la primera estudiante de medicina beduina del Negev. Creo que en el norte del país hay otras. Mis estudios fueron muy buenos. Y hoy me alegra que sean ya más las estudiantes de medicina y las que egresan de los cursos introductorios. Ahora también hay un año especial de preparación previa a los estudios de medicina, que proporciona a los estudiantes beduinos herramientas académicas.
Entre modernidad y tradición
- Imagino que ya en aquel entonces, al entrar en la universidad y cambiar tu entorno diario, sentiste que se te abría otro mundo. Pero supongo que eso significa lidiar con no pocas dificultades.
- Así es. Empecé a estudiar medicina a los 18 años. Lo que me resultaba difícil era estar entre las 8:00 de la mañana y las 16:00 de la tarde inmersa en la vida occidental moderna en la que se trata al ser humano como una entidad independiente, y a partir de las 16:00 estar de regreso en mi casa, en mi calidad de jovencita beduina que tiene una vida tradicional en todo, que por cada paso que da debe aconsejarse, preguntar y pedir permiso. Te daré un ejemplo. Cuando terminamos el curso en el primer año, queríamos salir a una fiesta de despedida que organizó un instructor que se iba. El plan era que sea en un café en Beer Sheva, a las 20:00 de la noche. Llamé a casa para pedir autorización a mi madre y ella, por supuesto, dijo que no, que no está bien que una jovencita beduina ande dando vueltas en un café en la ciudad. Me sentí muy avergonzada, sentí que era bochornoso decir que no me dejan ir. Estaba estudiando medicina con toda la independencia que ello da, sabía que sería responsable por vidas humanas, pero ahí parecía que no tenía responsabilidad por mi propia vida. Al final la fiesta se hizo en la casa de uno de los compañeros y pude ir. Fue un gesto muy lindo de mis compañeros que cambiaran de plan por mí, para que pueda participar.
- Pasaron ya varios años desde entonces y hoy eres lo que se llama médico «senior» en el Hospital Soroka. Es un lugar singular de trabajo. ¿Qué destacarías tú de lo que vives allí?
- Lo que más me gusta del Soroka es el multiculturalismo. Y no me refiero sólo a que hay beduinos y judíos, sino también laicos y religiosos, están los negros hebreos, hay gente de la India, ultraortodoxos, etíopes. Desde un punto de vista antropológico es muy interesante ver las diferencias entre las culturas. Lo veo claramente en la sala de partos. Es cierto que un nacimiento es un nacimiento para todos, pero es indudable que hay diferencias en el enfoque, en la actitud de cada uno al respecto. En la sala de partos es notorio el singular mosaico de culturas que conviven en Beer Sheva.
- Hablar de cultura es hablar de diferencias en la sociedad en temas como el trato a la mujer, la independencia de la mujer, su margen de maniobra. Y este es un tema difícil en la sociedad beduina, aunque gradualmente está cambiando. ¿Cómo lo ves tú desde tu ubicación tan singular como médica beduina?
- Este es un tema al que tanto la Universidad Ben Gurión como el Hospital Soroka dan mucha importancia. La Universidad de Beer Sheva tiene muchos proyectos especiales para la sociedad beduina; por ejemplo, en cuanto al esclarecimiento sobre la necesidad de reducir los matrimonios entre parientes, debido a la mayor incidencia de enfermedades en los hijos, cuando los padres son familiares. El 60% de las mujeres beduinas están casadas. Se llegó a la conclusión de que no se puede cambiar la tradición por lo cual optaron por explicar a los padres, que son quienes arreglan los casamientos con primos ya que así son las conexiones, no por amor, cuáles son los riesgos. Y se explicó que si dos primos son portadores, hay que arreglar el matrimonio con un primo que no sea portador, así en la pareja que se forme, sólo uno lo es. La Facultad de Medicina recurrió a figuras religiosas beduinas y les instruyeron exhaustivamente en el tema de la genética, para que ellos puedan transmitirlo directamente a la gente. Eso se comenzó a hacer en los últimos años y es un tanto prematuro analizarlo en perspectiva.
- Es un ejemplo muy contundente de un tema de fondo. ¿Sientes en tu trabajo muchos dilemas o choques entre la tradición y lo que debería ser lo correcto o lógico desde un punto de vista médico?
- Surgen muchos dilemas en este trabajo, relacionados a la religión y a la tradición, como por ejemplo si interrumpir o no un embarazo cuando hay problemas. Hemos tenidos encuentros con imams, autoridades religiosas musulmanas. El Departamento de Obstetricia y Ginecología los invitó para que, por un lado, expliquen a los médicos su visión de cómo vive estos temas la gente creyente, y por otro, para crear una red de personas que no sean sólo figuras religiosas sino que también tengan un trasfondo médico. Por ejemplo, esos imams con los que estamos en contacto, me preguntan si tal o cual problema en el bebé significa que va a morir o si acaso puede sobrevivir. Y en casos en los que la probabilidad del bebé de sobrevivir con ese problema es casi nulo, recomendaron interrumpir el embarazo. Es una forma de integrar la religión y la medicina. Hay que hallar la forma de combinar ambos mundos.
- ¿Ves que el proceso echa raíz, que ayuda? Y me refiero, claro, tanto a la actitud de los imams como de la población.
- Creo que hay gente que ha perdido confianza en el sistema de salud en el sentido que no es automático dar plena fe a lo primero que dice el médico. Es muy común que se pida una segunda opinión. Esto lo digo en términos generales, respecto a toda la población. Por eso, cuando viene un beduino a atenderse y es recibido por alguien que comprende su cultura y su mentalidad, y que puede hablar con él o ella en árabe, le resulta más fácil comprender. Y así, les es más fácil aceptar lo que les digo. En cuanto a la influencia general que esto tiene, llevará un poco de tiempo tener nuevas estadísticas, ver si realmente nacen menos bebés con problemas. Lamentablemente, la tasa de mortalidad de bebés entre los beduinos es tres veces mayor que en la sociedad judía, y el 40% de ellos se debe a la recurrencia de problemas congénitos, producto de matrimonios dentro de la familia. Hay mujeres que no hacen control de su embarazo y descubrimos el problema recién en la semana 17, que es la última en la que el islam permite interrumpirlo. Si la mujer comienza a controlarse en la semana 17 o después y descubre que su bebé tiene un problema, no interrumpirá el embarazo y cuando el bebé nazca será parte de la tasa de 40% de mortalidad frente a 15% entre los judíos. Otro problema en la sociedad beduina son los accidentes caseros. El 50% de las mujeres beduinas viven en aldeas no reconocidas, en las que no hay estructuras o casas suficientemente protegidas. Esto, sumado a la falta de conciencia acerca de los accidentes entre 1 y 4 años de edad, tiene como resultado una mortalidad infantil cuatro veces mayor que entre los judíos. Por lo tanto es muy importante que haya equipos médicos beduinos.
- ¿Conoces otros médicos beduinos?
- Estoy segura que hoy hay muchos en todo Israel. Médicas mujeres beduinas, sé que hay una oftalmóloga, una médica de familia y una internista. En el Negev somos unas diez médicas beduinas. Y hay algunas que están haciendo el último año como internas.
Un enfoque personal
- Y tú fuiste pionera...
- Eso de ser la primera médica beduina es para mí una gran responsabilidad. Si me comparo con médicas judías en una etapa similar a la mía en la profesión o inclusive con médicas árabes del norte del país, siento que su situación es menos compleja que la mía en el sentido de que cuando uno es primero en algo tiene el compromiso de participar en proyectos diversos para impulsar la continuación del camino. Del Ministerio de Salud me han llamado y pedido que dé mi aporte especial, ya que soy beduina y médica. Me consta que les importa mejorar la situación.
- ¿Cómo se combina tu situación personal, tu enfoque de vida, con tu trabajo?
- El solo hecho que el 55% de los partos en el Soroka son de beduinas, porque tienen muchos hijos, es uno de los elementos que me distinguen. Tengo dos hijas de 5 y 7 años y siento que no es casualidad que di a luz a mujeres. Siento que fue para continuar una misión feminista. También mi mamá es muy feminista, asesora del jefe del Consejo Regional de Hura, dedicada a trabajar para el fortalecimiento de la situación de la mujer.
- Aparte del hecho que llegaron aquellos profesores a tu liceo a ubicar a los alumnos sobresalientes ¿tú ya antes querías ser médica?
- Por supuesto. Recuerdo que ya a los 6 años, cuando me preguntaron qué quería ser, dije médica de niños porque adoraba a mi propia pediatra; veía cuánto bien hacía a la gente y me dije que yo también quiero hacer bien a otros. En el primer año de estudios universitarios, cuando entramos por primera vez a las salas de parto, simplemente me enamoré del lugar y me dije «acá quiero estar». Me dije que quiero ser parte del proceso del nacimiento, que es un milagro y al mismo tiempo muy difícil.
- ¿Eres una persona creyente?
- Sí, claro. Soy una musulmana creyente, pero no religiosa. El islam, a mi modo de ver, también es cultura, no sólo religión.
«Soy un híbrido»
- ¿Te sientes parte de dos mundos?
- Sí. Suelo decir que soy un híbrido. Esto tiene muchas ventajas, claro, pero también desventajas. Aprendí a aceptarme tal como soy. Pero soy consciente de que al no estar ni acá ni allá, a veces es un problema. Por otro lado, gano las ventajas de ambos mundos. La situación de la mujer es mucho mejor en el mundo occidental, todos lo sabemos. Y el tema de la unidad, del colectivo, es más fuerte en el mundo árabe, en comparación con el occidental que es más individualista. En la sociedad árabe siento que hay mucha preocupación por el que vive solo, por los ancianos, por gente que pasa pesares económicos. Si alguien tiene problemas, toda la familia se organiza para ayudar. A veces siento que en el mundo occidental las aspiraciones son distintas. Pero yo, en Israel, afortunadamente puedo disfrutar de lo bueno de cada lado.
- Rania, al hablar en tu perfecto hebreo, no tienes absolutamente ningún acento árabe. Imagino que eso tiene mucho que ver con el entorno en el que creciste.
- Nací y crecí en Beer Sheva. Estudié en escuelas árabes porque eso era importante para mis padres. Pero al haber crecido en Beer Sheva, el ambiente es distinto que en las aldeas; hay muchos judíos. Pero entre los 12 y los 18 años vivimos en la ciudad beduina Rahat, lo cual para mí no fue fácil. No podía jugar al fútbol aunque me moría por hacerlo, no podía andar en bicicleta. En la escuela imponían ir con la cabeza cubierta y el director me suspendió tres días porque rehusé hacerlo, aunque era la mejor alumna de la clase. Recuerdo que le dijo a mi madre que su hija se complicaría en la vida porque es caprichosa.
- ¿Por qué te negaste a usar el velo cubriendo la cabeza?
- Porque no soy religiosa y no quería cubrirme la cabeza sólo porque el director lo pedía.
La vída de todos los días
- Hablamos mucho de las mujeres beduinas. ¿Y tus hijas? ¿Cómo son?
- Maravillosas, hermosas, pequeñas e ingenuas todavía. A veces temo que las esté educando demasiado para que sean conscientes de sí mismas y feministas, pero no puedo educarlas de otra forma. Es un tema por el cual tengo mucha sensibilidad. Te doy un ejemplo: si mi hija dice que vamos a llamar a papá para arreglar algo que se rompió, le respondo que mamá también puede arreglarlo. Yo arreglo neumáticos pinchados, uso el taladro en casa; soy una feminista en serio, aunque también sé cocinar; no gran cosa, pero no cocino mal.
- ¿Cómo es una jornada tuya promedio Rania?
- ¡De locura! Comienza a las 6:00 de la mañana. A las 7:15 salgo de casa y dejo a las niñas en las clases. A las 8:00 estoy en el trabajo hasta las 15:30; de allí salgo a recoger a mis hijas y estoy con ellas hasta las 20:30 cuando se van a dormir. Entonces ahí comienzo a hacer de ama de casa, limpiar, cocinar. Entre 21:30 y 22.00 enciendo la computadora para trabajar en mis conferencias o la investigación que estoy haciendo. Me voy a dormir entre medianoche y la 1:00 de la mañana.
- Y percibo que eso no te pesa.
En absoluto. Realmente, soy muy feliz. Técnicamente mi vida es muy difícil y a veces siento que estoy dentro de una olla a presión. Soy parte de muchos proyectos y tengo mucha responsabilidad sobre mis hombros. Pero hago lo que amo y trato de aportar lo más posible. Mi sueño es erigir un centro de educación para la salud, especialmente para la mujer, que haga por ejemplo cursos preparatorios para el parto, para los beduinos. También hay cosas que enseñar en términos de dieta y nutrición. Hay una epidemia de exceso de peso y eso lleva a diabetes en el embarazo. Realmente hay mucho más para hacer. En el hospital nos entendemos y llevamos muy bien tanto entre los colegas médicos como con los pacientes, en mi caso las parturientas. Mujeres judías y árabes que vienen a dar a luz están juntas. Y a mí nunca me sucedió que alguien no quiera que la atienda porque soy árabe. Acá hay plena igualdad.
Una médica que intenta educar
- Rania, tú me cuentas sobre problemas que ves y que te ponen mal o, como has dicho, que te frustran. ¿Tienes posibilidad de hacer algo al respecto, de intervenir, hablar, intentar explicar?
- Por supuesto. Vino a verme al hospital una mujer de 26 años después de su séptimo parto, para colocarse un D.I.U.que le impida quedar embarazada. Medio año más tarde vino de nuevo y pidió sacarlo porque su esposo quiere más hijos y ella tiene que aceptarlo. Suelo tratar de aprovechar los encuentros con estas mujeres, justamente, para educar. Le dije que ella tiene que tomar responsabilidad por su cuerpo y por sus hijos. Ella se echó a llorar, me contó que se lo había colocado sin que él sepa pero que ahora la quiere llevar a un ginecólogo de Hebrón a ver por qué no vuelve a quedar embarazada y que si él se entera que lo tiene, se va a divorciar. Me dijo que quería tomar anticonceptivos y esconderlos entre las cosas de la cocina, porque en general el hombre no entra a la cocina. Y me preguntó si en una ecografía se ve si una mujer toma pastillas. Es un ejemplo de una mujer joven que quiere actuar con responsabilidad, pero está muy limitada. Yo trato de influir en lo que puedo. Si veo niñas de 16 años que ya están comprometidas, les ruego a la madre que al menos las case cuando hayan terminado el liceo. Pero en la práctica, hay un aumento en la cantidad de jovencitas adolescentes a las que sus padres casan muy temprano.
- ¿Hay una estadística clara de casamientos arreglados?
- Mi sensación es que son un 90%. No exagero. En la sala de partos veo de todo.
- ¿Qué se aprende sobre la sociedad en la sala de partos? Por ejemplo, sobre las parejas beduinas, la relación entre el hombre y la mujer.
- Últimamente hay más hombres que entran a la sala de partos, lo cual refleja interés, que les importa, que hay unión. Algo está cambiando para bien; veo más eso de compartir las cosas, hombres más preparados, que entienden que se viene juntos a dar a luz.
- Cuando estás en situaciones, como ya contaste, que te frustran ¿sientes a veces que nunca cambiará del todo, que nunca se solucionará a fondo el problema?
- Soy muy optimista. Creo que en la próxima generación, que está naciendo ahora, las cosas serán mucho mejores. Depende de la educación superior de las mujeres, que deben abrirse, cuyos ojos deben abrirse al mundo, mujeres que deben salir de la aldea. Cuando eso pasa, se nota la diferencia. Esas mujeres muestran más interés en sus hijos, los educan más y mejor y también tienen más tiempo para sí mismas. Creo que las mujeres con más educación, son más exitosas pero no sólo en parámetros occidentales sino también tradicionales. Si la mujer es más educada, se nota, hace la diferencia en todo, eso es mejor para todos. Es que hay que tener presente que es la madre la que educa a los hijos, la que cría al niño que en el futuro será un hombre. Hay que esperar una o dos generaciones para ver cómo evolucionan estos temas de sociedad y tradición.
El límite de las mujeres beduinas
- Contabas sobre tu negativa a usar el velo. Ese era un elemento exterior, pero de fondo hay cosas más profundas.
- Por supuesto. Recuerdo un encuentro con un muchacho beduino que tuvo un incidente cerebral. Hablé con la esposa, una joven de 28 años. Era apasionante escucharla, captar el amor que sentía por su esposo. Me contó que todos sus hermanos habían estudiado y que ella sólo había terminado el liceo y estaba en la casa, que no tenía opción de sacar registro para manejar. Y eso me mostró nuevamente que también una joven que tiene la cabeza bien puesta y piensa bien, tiene un techo que la limita. Pero debo decir, al mismo tiempo, que no todos los beduinos son iguales. Hay un espectro variado. En Rahat, la mitad de las mujeres manejan. En las aldeas no reconocidas, son más tradicionalistas. En la ciudad de Rahat y las aldeas reconocidas hay mayor exposición a la cultura judía y a través de eso, una apertura a todo el mundo occidental. Lo que me frustra es que aún no se da suficiente importancia a la educación de las mujeres, tampoco en el liceo. Por un lado, los padres no las mandan lo suficiente a estudiar. Por otro, creo que el Estado le da menos importancia y hay menos escuelas accesibles para esas chicas. Las que viven en una aldea en la que hay liceo, estudiarán y terminarán toda la secundaria, pero las que no, llegarán sólo hasta 2° de liceo. O sea que el problema es una combinación de tradición y falta de infraestructuras. A mí me frustra y molesta mucho.
- Y esos problemas, la influencia de la falta de educación, los ves luego inclusive en la sala de partos ¿verdad?
- Exactamente. Me frustra ver a beduinas muy jovencitas que vienen a dar a luz, y que cuando hablo con ellas me doy cuenta que son brillantes, pero que no quieren seguir estudiando. En el mundo árabe, si eres joven, tienes que pedir permiso para todo a tu padre y si estás casada, a tu esposo; y hasta si enviudas tienes que pedir permiso a tu hijo mayor para muchas cosas. Siempre tiene que haber un hombre responsable por ti. Es muy frustrante, pero es nuestra tradición.
- ¿El problema es la cultura y la tradición o la religión?
- Te diría inclusive que hay cosas en la tradición que contradicen al islam y que se cumplen igual. Por ejemplo, el tema de matrimonio entre parientes, algo muy notorio entre los beduinos, con un 60% de enlaces de ese tipo. El islam también sostiene que la mujer no debe quedar embarazada hasta que su hijo anterior tenga dos años, pero entre los beduinos la diferencia suele ser de aproximadamente un año y cuatro meses entre un hijo y otro. Se trae un niño detrás de otro; a veces se hace un intervalo unos años y luego nuevamente, uno tras otro. Eso es difícil para la madre, también para los hijos.
- ¿Sientes que la sociedad beduina está orgullosa de ti?
- Creo que sí. Lo siento tanto de parte de mujeres como de hombres. Veo que me aprecian. Intento explicar las cosas, integrar elementos de la religión y combinar entre la medicina y la tradición, entre nuestro mundo y el mundo de la medicina. Y tanto hombres como mujeres me dicen «felicitaciones, ojalá hayan más como tú, te deseamos éxito». Pero la verdad, lo que más me gusta es cuando una mujer me dice «quiero que mi hija sea como tú». Eso es lo que mejor me hace.
- Mil gracias Rania. Ha sido enriquecedor conocerte y escucharte. Te deseo el mayor de los éxitos.
- Gracias a ti por esta oportunidad.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay