A Marcel Berger lo recordábamos con aprecio de hace muchos años, por tiempos compartidos en una institución juvenil de la colectividad judía en Montevideo. Teníamos aún presente su destreza deportiva. Para nosotros, era "el Canario"...así le llamábamos todos, aunque todavía no sé por qué.
Pero Marcel Berger ahora tiene otro título: "El maestro del país", en referencia a Israel.
Él y otros cinco docentes de diferentes escuelas y liceos de todo Israel - judíos y árabes -, fueron proclamados como los mejores del país. Pero en realidad hay que aclarar: maestro no sólo de una materia específica, o mejor dicho, de la materia más grande que hay: preparar a sus alumnos para la vida.
No conocemos a los demás, pero con sentarnos a conversar algo más de una hora con Marcel en una pieza del liceo "Aviv" de Raanana en el que enseña y entrega su alma a los alumnos, y con ver cómo le hablan y saludan todos los jovencitos que pasan cerca suyo, nos bastó. Quedó clarísimo el porque del galardón.
Ahora, nos cuenta sobre su vida como docente, y muy especialmente en este momento, tiene presente lo que le dejó como enseñanza el profesor de matemática Ceyser Olivera, que le dio clases particulares en Uruguay.
Marcel, hoy de 51 años, llegó a Israel desde Montevideo en 1980. Estudió Ingeniería en el Tejnión de Haifa, hizo el servicio militar, trabajó en una fábrica, en una empresa de importación electrónica y en la construcción. Hasta que dijo "basta". Él quería otra cosa.
- Marcel, trabajaste en lugares variados hasta que sentiste que tenés que cambiar. ¿Cómo llegaste a la educación, a la docencia?
- Llegó un momento en que me dije que tengo que cortar y buscar otra cosa. En esa época en la que dudaba qué buscar, mi hija mayor, que en ese momento tenía 12 años, me dijo: "vos tenés que trabajar con nenes". No me pareció una locura cuando ella me lo dijo. Cuando llegué a Israel jugué volleyball en Macabi Tel Aviv y en el campeonato de Europa y cuando estudié luego en el Tejnión, para mantenerme trabajaba como entrenador de volley en escuelas de Haifa. Y siempre me gustó, no era sólo por el volley, sino enseñar. También a mis tres hijos, cuando tenían exámenes, siempre estaba allí enseñando y explicando.
En determinado momento surgió la oportunidad de enseñar matemáticas en una escuela de Tel Aviv y luego de un año pasé al liceo "Aviv" de Raanana, donde empecé enseñando robótica, la élite de la escuela. Pero de a poco empecé a juntarme con la población más difícil del liceo. Se fue dando porque se ve que notaron que tengo buena onda para ello. Me dijeron "hay una clase que parece que en matemáticas no hay chance de que terminen y tengan el certificado de bagrut", o sea de fin de preparatorios. "Fijate qué podés hacer", me dijeron. Era una clase de niños con todo tipo de problemas de conducta. Pero al final, lograron pasar.
Al año siguiente lo mismo, con una clase que no quería hacer matemáticas, no quería hacer lo necesario para ampliar y llegar a "bagrut". Les dije a los profesores que intentemos enseñarles robótica. Se mataron de la risa. Pero yo insistí, dije que no les digan nada de qué íbamos a hacer sino solamente que yo iba a cambiar por un tiempo a la profesora que no podía venir. La cosa es que los llevé a nuestro laboratorio de robótica y se sentían como si estuvieran en el Superland.
- En un gran parque Rodó...
- Claro...imaginate...tenían miedo de tocar algo. Nunca los habían dejado ni entrar ahí. A las chicas les empecé a enseñar a hacer un tipo sencillo de soldaduras; ellas se hacían joyas. Con los varones armamos un monopatín con el motor de una podadora de pasto que conseguimos. Así fue pasando el tiempo hasta que un día les dije: "No podemos seguir jugando, hay que hacer bagrut en algo, hagamos en robótica". Me miraron sorprendidos y me dijeron "¿Nosotros, en robótica? ¿Estás loco? ¿Sabés con quiénes estás hablando?".
- Ellos mismos dudaban...
- Claro...Pero les dije que vamos a buscar algo. Y se me ocurrió que hagamos un brazo de robot que sepa hacer café solo. Cuando les dije eso estaban todos muertos de la risa. Pero al final lo hicieron, un robot que de acuerdo al programa que le determinabas, sabía cuánta azúcar poner,servía solo el agua caliente, todo. En ese momento se planeaba en la ciudad un encuentro de todas las clases de este tipo de niños y cada escuela mostraba lo que había logrado hacer con ellos. La directora me preguntó qué podríamos presentar para no hacer otra vez como años anteriores una presentación en pantalla de logros y resúmenes aburridos; yo dije que llevaríamos a los alumnos mismos con el robot. ¡Tenías que ver qué bueno que salió!
De esa clase, a tres alumnos les conseguí becas para que puedan estudiar en el colegio de técnicos de ingeniería "Ermelin" los dos años siguientes a finalizar el preparatorios...y lo terminaron exitosamente. Inclusive se enrolaron al servicio militar como jóvenes con oficio y el ejército les pagó los estudios.
- ¡Qué cambio en comparación con lo que habría podido ser si hubieran seguido como antes!
- Un cambio impresionante, sin duda. Ahí empezó bien fuerte mi trabajo con este tipo de clases. Y hace tres años, la municipalidad de Raanana confirmó que no hay más niños y jóvenes en las calles dando vueltas sin hacer nada. Ese había sido el objetivo de la intendencia, que todos tengan un marco, juntar a esa población con problemas en una clase y darles lo máximo posible para que puedan estudiar con normalidad. Ningún liceo quería hacerlo hasta que la directora del liceo "Aviv", en el que trabajo, decidió que nosotros lo haríamos. Así se formó lo que en hebreo se llama clases "EYAL", porque son siglas que del hebreo se traduce en "Ubicación de Capacidades para tener éxito". Yo soy "mejanej" de una de esas clases.
- Aclaremos que "mejanej", en hebreo, significa educador, y creo que podemos explicar que es una combinación entre maestro orquesta para todo y adscripto con muchas funciones. Marcel , hablamos todo el tiempo de chicos con problemas. ¿De qué problemas se trata?
- Son niños que tienen serios problemas en sus casas, que en muchos casos casi no fueron a los primeros años del liceo, chicos que llegan de hogares a veces con serios problemas socio-económicos o simplemente con padres que no supieron cómo educarlos. Son niños que vienen con expedientes abiertos en la policía, que ni habían estudiado antes y cuyos profesores de liceo no llamaban a ver qué pasaba porque sabían que llegarían a clase y armarían problemas, entonces preferían no llamarlos. De pronto estaban medio año en la casa y nadie preguntaba dónde andan. Y ahora yo estoy con ellos, y te aseguro que eso es un trabajo de 24 horas al día. Significa que puedo levantarme a las 2 de la mañana para sacar a una de las alumnas de la casa del novio porque le está pegando, o ir a las 3 de la mañana a un lado porque la policía fue a buscar a uno de mis alumnos o porque lo encontró robando. Hay mil y una situaciones difíciles.
- Entiendo que tu desafío no era sólo demostrar a esos chicos, con mala opinión de si mismos además de todo, que son capaces de hacer algo bueno en los estudios, sino también lidiar con todos sus problemas...
- Es verdad. De hecho, siento que a veces es como sustituir a la casa, a los padres. A menudo recibo llamadas de ellos a la 1 o 2 de la mañana. A veces, sólo para decirme dónde están. Si ellos saben que yo sé que están en algún problema, me avisan dónde andan. Y si a las 8.30 de la mañana no llegaron, me mandan un mensaje de texto al celular porque saben que si no, voy a la casa y los saco de las orejas. Este trabajo requiere una atención completa. Estoy acá desde que ellos llegan hasta que se van. Y cuando es necesario entrar a la clase mientras estudian, entro. Y el tema es que esto es muy desgastante porque no son sólo ellos, sino los padres. Pueden llamarme padres a las 11 de la noche a decirme "no sé qué hacer con él; me hace ésto; me hace lo otro"...y esperan que yo les diga qué tienen que hacer. O tengo que ir para tratar de sacar al chico de su cuarto porque se encerró y no quiere hablar con nadie.
- Y me imagino que para que vos logres hacer todo esto, tenés que saber equilibrar muy bien entre los límites, la disciplina, la comprensión y el aliento...
- Claro. Los límites son más que claros. Por un lado me tienen un miedo bárbaro, pero por otro sé que es miedo basado en respeto. Es que ellos saben que cuando me necesiten, siempre voy a estar, sea la hora que sea, pase lo que pase. Por eso se sienten comprometidos conmigo. Son niños que recibían ahora su última oportunidad. Saben que ya no iban a tener otra.
- ¿Y saben expresar su agradecimiento?
- En palabras es más difícil, aunque a veces escriben. Pero no tienen que hablar. Pueden pasar por el corredor temprano a la mañana, gritan mi nombre y saludan, o pasan y me dan un abrazo, o me dicen "necesito que me des un abrazo", les doy un abrazo y siguen. Eso me basta.
- Me imagino que vos mirás más allá del liceo... querés darles herramientas para la vida...
- Por supuesto. Se lo dije al Ministro de Educación cuando me recibió. Le dije que hoy en día no se puede competir con Google en cuanto a conocimiento. El mundo cambió. La educación tiene que venir en base a un diálogo verdadero entre el docente y el alumno, de forma que se inspire respeto, que se despierte la curiosidad y el empuje investigador del niño. Y lo más importante es mejorar el concepto que el niño tiene de si mismo.
- ¿Hay fallas estructurales en el sistema educativo israelí que tienen que ser corregidas para lidiar con esto?
- Por supuesto. Ante todo, las diferencias entre distintos sectores han aumentado. No se puede hacer un programa único para todos cuando la población es tan heterogénea. Tenés que darle a cada uno más o menos lo que necesita. A los sobresalientes tenés que darles algo que los desafíe, a ellos tenés que darles algo que les permita seguir adelante y trabajar con algo de tecnología del siglo XXI, algo concreto, no un certificado que no sirve para nada.
- ¿Sentís cambios en estos alumnos en su comportamiento general como personas?
- Sí, hay grandes cambios. Había niños con serios problemas de violencia y desde que están acá no hay más. Hace más de un año que vienen, estudian, algunos trabajaron para sacarse licencia para moto. Recordemos que están en un medio con mucho dinero; quieren ser como los demás...y no tienen cómo. Cuando alguno me dijo cómo va a hacer para tener una moto, le dije: "vos trabajás? ¿qué hacés con la plata? ¿la gastás en cigarrillos?". Se gastan la plata en comprar ropa de marca, de pinta, para tratar de estar a la par de los otros; gastan plata en cosas que no pueden. Les enseñé a juntar para su licencia de moto, luego para comprarse la moto, y ven que pueden progresar. Y también en los estudios mismos; niños que antes ni pensaban que terminarían preparatorios, al final 16 de ellos terminaron matemáticas con 100. Sólo uno de los 30 perdió. En literatura, una materia terrible para ellos, salvaron 25 de los 30. Y eso que es una materia que les exige estar sentados mucho tiempo; y ellos son chicos que no pueden estar sentados más de 15 minutos seguidos; tienen que salir a airearse un poco.
- Marcel, en medio de este mar de vivencias ¿es posible rescatar un momento especialmente difícil, uno especialmente reconfortante?
- La verdad es que la mayoría de los momentos son difíciles. El tiempo de frustración es mucho mayor que el de alegrías, pero cuando hay una razón para sentirse reconfortado, es indescriptible. Cuando uno ve el éxito, se olvida de todo el resto. Tuve una alumna, hace cinco años, a la que saqué prácticamente de las vías del tren. Y había un chico que dijo que no quería estudiar por nada. El padre trabajaba en la intendencia. Los cité a él y al padre y le dije al chico: "¿No querés estudiar? Está bien, no estudies. Pero mañana te presentás en la intendencia y comenzás a trabajar en un camión de basura, como tu padre". A los dos días estaba de vuelta en la clase. Terminó preparatorios, salvó todo".
- Hasta que fuiste elegido como uno de los seis docentes mejores del país, pasaste todo un proceso de preselección, de reuniones con comisiones y demás en las que además, tuviste oportunidad para exponer tus ideas claras sobre qué es lo que hay que hacer.
- Así es. Dije todo lo que considero que debe hacerse con grupos problemáticos. Había allí una persona que tiene a su cargo la Comisión para la Educación del Siglo XXI y me dijo que por qué no participo en esa comisión, que puedo aportar. Le dije: "Vuestra comisión es sumamente creativa, unificaron tres libros de matemáticas en dos; gran cosa". Ella me miró y me dijo: "veo que sos cínico". Le contesté que lo que estaban haciendo era como sacar de un bolsillo y poner en el otro, y que no me importaba que no me elijan. "Si ya llegué a esta etapa, quiero por lo menos que escuchen todo lo que tengo para decir".
- Y quisieron seguir escuchando tu opinión...
- Sí; la verdad que sí. No me pararon ni un segundo, me pidieron que siga hablando. Dije muchas cosas y sentí interés.
- ¿Diste consejos concretos?
- Sí, les dije ante todo que los cambios vendrán de abajo, no impuestos desde arriba. Les pregunté cuándo era la última vez que alguno de ellos, altos funcionarios en el Ministerio de Educación, habían entrado a una clase y sentido directamente a los chicos y sus problemas. Ustedes hablan de muchas teorías , les dije, pero quisiera saber quién entró en los últimos años 15 ó 20 minutos a una clase como la mía. No tenían lo que decir.
A esos niños los estamos matando para que terminen con un certificado de bagrut que en muchos casos no conseguirán y que en otros será tan bajo que no les servirá para nada. Y a los sobresalientes no se les da nada especial que realmente los desafíe. Y a los intermedios, si no se les empuja hacia arriba, van a terminar con el conformismo por una nota de 65 o 70 puntos. ¿Acaso necesitamos mediocres? También el nivel de los docentes tiene que ser mucho mayor; se les tiene que exigir mucho más. Más de la mitad de los maestros tiene miedo de apretar un botón en la computadora. El problema es que no tenemos suficientes docentes, porque la gente no quiere ir a la enseñanza.
- ¿Cuál tendría que ser la motivación?
- Hay que sentirlo como una misión de tiempo completo. Pero también el sueldo tiene que incentivar. No puede ser que hoy en día, hombres no pueden casi ir a la enseñanza porque con el sueldo les será muy difícil mantener a su familia. Claroque la sensación de misión es clave, es esencial. Y hay muchas cosas para hacer. Creo que es muy importante enseñar a los alumnos a aportar a la sociedad. Mi clase, por ejemplo, trabaja con el seleccionado de fútbol de lisiadas. Ellos les sacan las sillas en los entrenamientos, se las arreglan, viajan con ellas a los partidos. Una vez la capitán del equipo le dijo a uno de mis alumnos: "No sabés cuánto nos ayudan ustedes". Y él le respondió: "Estás equivocada. Son ustedes las que nos ayudan a nosotros".
- Qué fuerte...
- La chica, con lágrimas en los ojos, me lo vino a contar. Dice que el chico le dijo: "Nosotros siempre estamos acostumbrados a que tenemos que recibir porque somos los que estamos mal, los que tenemos problemas. Cuando venimos acá, ustedes nos reciben como reyes y nos permiten ayudarlas; para nosotros es algo muy especial". Es algo increíble. Y esas cosas chiquitas te hacen olvidar del 90% de las frustraciones que sentís en el trabajo con estos chicos. No importa si luego terminan sin bagrut. También el hecho que hoy ni uno de mis alumnos me dice que no quiere alistarse al ejército, significa mucho. Antes, este tipo de gente no se reclutaba. Y el ejército acá, como sabemos, es clave para ser parte de la sociedad.
- Marcel, el tema del involucramiento en la sociedad es sumamente importante. ¿Lo hace sólo tu clase?
- No, por ejemplo en robótica, lo hacen 4º, 5º y 6º, hasta que terminan preparatorios. Van a hospitales, hacen muchas cosas. Este año fue difícil porque habían ido a ver a niños internados con cáncer y la segunda vez que fueron, uno de ellos ya había muerto. Pero la madre nos dijo que la primera vez que habían estado, lo habían alegrado muchísimo, y que había sido el último día que lo vio sonreir. Hay clases que hacen muchas cosas, pero el Estado tiene que hacerse responsable. El voluntarismo no puede sustituir al Estado en el rol que debe cumplir para con la población.
- Sos muy joven para hacer resúmenes, pero igual te pregunto ¿te sentís realizado?
- Sí, sin duda. Esto es lo que me gusta hacer. Vale mucho más que el dinero. Pero te cuento que hace unos años, cuando hubo una gran huelga de maestros y vi que no se llegaba a nada, presenté mi renuncia. Me habían ofrecido volver a la industria, con un sueldo alto y coche. Al final, cuando terminó la huelga y decidí quedarme, mis propios alumnos me preguntaron por qué. Les dije: "recuerden esto como lección para toda la vida. Si ustedes se levantan de mañana y no sonríen en el camino al trabajo, señal de que están en la profesión equivocada o en el lugar equivocado".
- Pero vos vas sonriendo...
- La verdad que sí.
- Que sigas sonriendo siempre. Una última pregunta, ¿sentís que algo de lo que recibiste en tu educación en Uruguay incidió en lo que sos hoy como docente?
- Claro que sí. Siempre hay un profesor que tocó en el punto exacto. El mio fue el profesor de matemáticas Ceyser Olivera, el mejor a mi criterio que existe en Uruguay. La verdad es que lo nombré en todas las comisiones de clasificación. Mi hermana Laura lo llamó a contarle y él quedó impactado; no sabía cómo reaccionar. Era un educador para la vida, no sólo un excelente profesor de matemáticas. Él fue profesor particular mío, había sido compañero de universidad de mi padre. Yo empecé en la Integral y terminé en el Zorrilla, pero Olivera fue profesor particular. Fuera de las clases de matemáticas te hablaba de las cosas de la vida en forma tan básica que uno se decía que no puede ser tan simple, pero que quedaba siempre. La verdad es que lo tuve siempre presente. Se puso a llorar en el teléfono con Laura y le dijo que después de tantos años en la materia pensó que ya había visto todo, pero que eso que le había hecho sentir no lo había vivido nunca.
- Marcel, muchísimas gracias por tu tiempo, de corazón. Disfruté muchísimo de volver a verte y de escuchar tus lecciones de vida.Te deseo que sigas cosechando éxitos.
- Gracias a vos Jana.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay