Eduardo Eurnekian y Baruj Tenembaum, presidente y fundador de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, recuerdan un nuevo aniversario del nacimiento de Martin Luther King, ejemplar defensor del derecho de cada ser humano a ser diferente, así como promotor de la solidaridad y el coraje cívico, valores cardinales ejercitados por las personas que auxiliaron a perseguidos durante el Holocausto, el genocidio armenio, y otras catástrofes sociales, pasadas y presentes.
Martin Luther King, el adalid de la paz, el más lúcido de los luchadores por la libertad del pueblo negro y predicador de la hermandad de todos los pueblos, moría asesinado el 4 de abril de 1968 en la ciudad de Memphis, a causa de las heridas recibidas por los disparos efectuados por James Earl Ray.
Había nacido el 15 de enero de 1929 en la ciudad de Atlanta, estado de Georgia; hijo del Reverendo Martin Luther King, Sr. y de Alberta Williams.
Luego de cursar con éxitos sus estudios, obtuvo el doctorado en Teología Sistemática en la Universidad de Harvard, en 1955. A lo largo de su vida recibió más de veinte doctorados honorarios en otras tantas universidades de los Estados Unidos.
Había sido ordenado Ministro de la fe cristiana a la edad de 19 años en la Iglesia Bautista Ebenezer. Fue pastor de la Iglesia «Dexter Avenue» en Montgomery, Alabama, desde 1954 hasta 1959. De 1960 hasta su muerte ofició como co-pastor junto a su padre en la Iglesia Bautista Ebenezer.
Gracias a la infatigable acción de King los negros de los Estados Unidos pudieron conquistar los derechos civiles que les eran negados, así como la dignidad y el respeto como personas y pueblo.
La Fundación Internacional Raoul Wallenberg recuerda a Martin Luther King citando una de sus más memorables condenas al odio, enmascarado en este caso bajo la forma de una oposición a la existencia de un Estado nacional.
En el artículo «Carta a un amigo anti-sionista», publicado en «Saturday Review», Nº XLVII, de agosto de 1967, leemos:
«...Tu díces, mi amigo, que no odias a los judíos, que eres solamente 'anti-sionista'. Y yo te digo: Quien critica al Sionismo, critica a los judíos; y ésta es la verdad de Dios».
«El antisemitismo, el odio a los judíos, permanece como una mancha en el espíritu de la humanidad. Entonces, entiende esto: el anti-sionismo es, en esencia, anti-semitismo, el odio al pueblo judío, y así siempre será».
«¿Por qué es así? Tu sabes que el sionismo es ni más menos que el sueño del pueblo judío de retornar a su tierra. Las sagradas escrituras nos dicen que una vez florecieron en la Tierra Santa. De allí fueron expulsados por el tirano romano, los mismos romanos que mataron a a nuestro Señor».
«El pueblo negro, mi amigo, sabe qué es sufrir el tormento de la tiranía bajo las reglas impuestas por gobernantes que no elegimos. Nuestros hermanos de África rogaron, imploraron, pidieron, demandaron que se les reconozca su derecho natural a vivir en paz en su propio país, soberanamente».
«El antisemita se regodea en cada oportunidad en la que puede liberar su malicia. Los tiempos han convertido en impopular la manifestación abierta del odio a los judíos. Siendo éste el caso, el antisemita busca siempre nuevas formas y foros en donde poder instilar su veneno. Ahora lo esconde tras una nueva máscara. ¡Ahora no odia a los judíos, sólo es anti-sionista!».
El 28 de agosto de 1963 más de 250.000 personas se reunieron en Washington DC y se dirigieron al Capitolio demandando leyes que garantizaran derechos civiles iguales para todos, sin distinciones. Martin Luther King, Jr. caminaba al frente de la «Marcha sobre Washington».
Ese día, en los escalones del monumento a Abraham Lincoln, el Dr. King dió un discurso al que más tarde se lo conoció como «Yo tengo un sueño». La marcha fue una de las más grandes concentraciones de personas, blancas y negras, que recuerde la capital de los Estados Unidos; y no hubo ni un sólo hecho de violencia.
El discurso finalizó con éstas palabras:
«¡Hoy tengo un sueño!… Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro:"¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!»