Pesaj es la fiesta de la libertad. Así se la conoce y se la celebra en los hogares judíos, sea cual fuere la forma en que esa condición judía se manifieste. Laicos o creyentes, apegados a la tradición o «modernos y liberales»: a diferencia de otras fechas del calendario, Pesaj es una fiesta compartida por todos, tal vez por su capacidad de ser resignificada.
Hay innumerables Hagadot (la Hagadá es el libro que se lee en la cena de esa noche y donde se narra la gesta de liberación de los hebreos de su esclavitud en Egipto), desde las clásicas con ilustraciones medievales en las que Dios es protagonista principal, hasta algunas de las últimas décadas que relatan la catástrofe de la Shoá y la salvación de los sobrevivientes, sin mención alguna de intervención divina.
Es que «libertad» no es una noción religiosa, sino una idea que abarca todos los planos de la vida humana. Se puede hablar de libertad política, sicológica, de género; puede ser individual, de un pueblo, de un grupo… A ella se oponen la opresión y el sometimiento, y sabemos que se puede estar sometido a un gobierno, a mandatos familiares, a imperativos sociales, a prejuicios y miedos, a fantasmas del pasado, a sistemas rígidos, a obsesiones y adicciones… Se puede incluso, en efecto, ser esclavo de uno mismo. El sometimiento siempre supone atribuir al opresor una estatura monumental, como una pirámide, y verse a sí mismo como pequeño e indefenso.
Pesaj es, también, la fiesta de las preguntas: es obligatorio enseñar a los hijos a preguntar. Todos en la mesa interrogamos «¿qué tiene de diferente esta noche de las demás noches?», «¿por qué comemos tales alimentos?», y así se desgranan, a lo largo de la cena, múltiples cuestiones que articulan el relato y muestran que esta vez, cada vez y siempre, la libertad es una conquista y Pesaj es una historia de permanente actualidad. Pero preguntar es, ya, un acto de libertad.
Pero entonces, si libertad y pregunta son centrales, Pesaj resulta la fiesta de la extranjería. Porque implica salir a la intemperie, atravesar parajes desconocidos sin la engañosa protección de lo que ahora se revela como una carga y requiere ser puesto en entredicho. Demoler las pirámides. Salir de uno mismo al encuentro con el otro. Despojarnos de las certezas y atrevernos a cuestionar, a probar nuestras fuerzas y a confiar en ellas. A elegir lo que vale como guía, dentro de una tradición pródiga en relatos y motivos, aptos para servir de brújula a la vida individual y colectiva. Es que libertad y tradición no se oponen: no se trata de renegar de lo recibido sino de apropiarse de ello y usarlo productivamente.
Extranjería, y no errancia sin rumbo: de ahí que la festividad esté organizada como Seder, orden. Pesaj nos enseña a abandonar la comodidad del sometimiento, la ilusoria infancia y el dudoso beneficio de no tener que decidir por cuenta propia: se trata de aprender a ser extranjero, porque es en ese «afuera» donde cada elección determina el camino y funda un territorio de posibilidad.
¡Por un Pesaj alegre y libre! ¡Pesaj Kasher Vesameaj!