En 1922, Martín Búber escribió uno de los libros centrales del pensamiento judío contemporáneo: «Yo y Tú».
En ese libro, Búber enseña que existen dos clases de relaciones entre las personas: La relación YO-ESO, es cuando tomamos al otro como a un objeto. Una naranja por ejemplo, a la que podemos exprimir y beber su jugo.
Pero hay otra relación - dice Búber -, la relación YO-TÚ. Cuando entramos en la relación Yo-Tú, el otro deja de ser una cosa entre las cosas, deja de ser un objeto. Uno empieza a vincularse con el corazón y el alma del otro.
Nos sentimos más cómodos en el mundo del ESO pues es un mundo que ofrece seguridad, satisfacción y que no exige compromisos.
El planteo de Búber no es una mera disquisición filosófica. Arroja luz y nos hace reflexionar acerca del universo de nuestras propias relaciones. No sólo nos obliga a pensar en qué clase de vínculo tenemos con nuestros hijos, padres, amigos y parejas, sino también con nuestros trabajos y también - por qué no - con nuestro país.
Cuando el faraón decide que hay que poner un límite al crecimiento demográfico de los hijos de Israel, llama a las parteras hebreas y les dice: «Cuando atiendan el parto de las hebreas, miren sobre los asientos de parto; si se trata de un varón mátenlo; si es una niña, que viva» (Shemot; 1-16).
Para el tirano, sus súbditos son meros objetos inanimados, un número, un bien, un manojo de dólares. Todo el relato de la esclavitud en Egipto comienza con el temor del faraón a perder esa masa de mano de obra gratuita representada por los varones de Israel.
A perder a ese ESO, como diría Búber.
Leí hace unos días la razón por la cual Buber escribió «Yo y Tú». Ni bien se instaló en Alemania, el filósofo judío recibió en su despacho la visita de un alumno que acababa de ser llamado a servir al Ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial.
El joven tenía un terrible dilema: Por un lado era un alemán orgulloso y patriota y sentía que debía servir a su país. Pero por otro lado, era un pacifista a ultranza y temía que lo mataran en el frente.
Entonces fue a ver a Búber y le preguntó qué debía hacer: ¿Debía servir a su patria a riesgo de morir en el frente o debía presentar una objeción de consciencia y dejar que otro tal vez muera en su lugar?
Búber relató que cuando el joven entró a su despacho, se encontraba enfrascado en medio de una profunda reflexión teológica. Miró al muchacho y le dijo algo así como: «Terrible dilema; la respuesta está en tu manos» o algo semejante.
A los pocos días, el joven atormentado por sus dudas y la falta de consejo de su maestro se quitó la vida.
Búber sintió tanta culpa por haberlo tratado como a un estorbo en lugar de verlo como un alma en pena que decidió transformar ese sentimiento de culpa en la obra llamada «Yo y Tú».
Esa idea del «Yo y Tú» de Búber nos puede ayudar a entender la naturaleza de la esclavitud de los hijos de Israel en Egipto, pero sobre todo nos ayuda a entender por qué esa generación jamás pudo confiar en ese Dios libertador.
Por mucho tiempo me he preguntado cómo es posible que habiendo visto tantas maravillas no podían creer. Ocurre que cuando alguien trata a otro como a un algo, el alma se puede oxidar. El corazón de esa generación, de tanto ser ESO, se había atrofiado.
Una vez le preguntaron a Búber ¿Se puede vivir sólo en el mundo del ESO? Y Búber respobdió: «El hombre no puede vivir sin el ESO. Pero quien sólo vive con el ESO, no es un hombre».