Las piedras grandes, primero...
- Parashat Matot recuerda, entre otros pasajes, el pedido de las tribus de Reubén y Gad para heredar la tierra ubicada al este del río Jordán.
Moisés, infiriendo que estos se rehúsaban a participar en la conquista de la Tierra de Israel, los amonestó severamente diciéndoles: «¿Vuestros hermanos irán a la guerra, y vosostros permaneceréis aquí?» (Bamidbar; 32-6).
Al oír su respuesta, Moisés comprendió rápidamente que no se trataba de un caso clásico de deserción militar sino que sus razones tenían una raíz más profunda y compleja. Esas tribus deseaban aquellas fértiles tierras para tener numeroso ganado; no era su intención evadir el deber.
«Y acercáronse a él (a Moisés), dijeron: Edificaremos aquí corrales para nuestro ganado y ciudades para nuestros niños; y nos armaremos presurosos delante de los hijos de Israel, hasta que los traigamos a su lugar» (Bamidvar; 32; 16-17).
Moisés vio con buenos ojos su disposición a alistarse con el resto de las tríbus de Israel. Sin embargo, decidió corregir su enunciado: «Edificad ciudades para vuestros niños y corrales para vuestras ovejas, y lo que salió de vuestra boca, haréis» (Bamidbar; 32-24).
RaSHI trae las palabras del Midrash al respecto: «Estaban más preocupados por sus bienes materiales que por sus hijos, dado que anticiparon el ganado a sus niños. Les dijo Moisés: «No así debe ser; hagan lo principal en primer término y lo secundario en segundo. Primero edifiquen ciudades para vuestros niños y luego corrales para el ganado».
Moisés comprendió que la falta de motivación no tenía que ver con la indiferencia. El análisis de aquellas dos tribus estaba distorsionado. Su escala de valores estaba invertida. Pensaban en sus ganados, postergando a sus hijos a un plano inferior.
Un asesor de empresas quiso sorprender a los asistentes en una de sus conferencias:
Debajo del escritorio donde estaba sentado sacó un frasco grande de boca ancha y colocándolo sobre la mesa junto a una bandeja de piedras preguntó: «¿Cuántas piedras piensan que entran en el frasco?».
Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó: «¿Está lleno?»
Todo el mundo miró y dijo que sí.
Entonces trajo un balde con pequeños pedregullos. Volcó de a poco el contenido en el frasco. Las piedritas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió la pregunta: «¿Está lleno?» Esta vez los asistentes dudaron: Tal vez no...
Puso en la mesa un balde con arena y comenzó a derramarla en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y los pedregullos. «¿Está lleno?», preguntó de nuevo. «¡No!», exclamó el público.
Finalmente tomó una jarra de agua que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no estaba lleno.
«¿Qué hemos aprendido?», preguntó el hombre a la audiencia.
Un alumno respondió: «Que no importa lo llena que esté tu agenda; si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas».
«¡De ninguna manera!», concluyó el experto. «Lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes al principio, nunca podrás colocarlas después».
Ese era el problema de las tribus de Gad y Reubén. Dejaron las cosas grandes e importantes para el final.
¡Shabat Shalom!