Maldito carisma
- Vivimos en la cultura del rating, una cultura donde los números mandan. Fácilmente podemos equivocarnos y decir que el programa más visto, el que tiene 45 puntos de rating, es el mejor de la televisión.
Podemos asegurar que el cantante que más discos vende es el intéprete del momento, o decir que el político que más gente convoca es el que más beneficios puede reportar a una sociedad.
Así suele ocurrir con los seres humanos. Con suma facilidad solemos fascinarnos con el carisma de ciertos personajes sin atender el mensaje que se esconde detrás de sus palabras.
Afirmar que el carisma de alguien es por si solo una señal de su calidad, puede llegar a ser tan ridículo como asegurar que una radio es buena sólo porque tiene una antena de largo alcance.
Hemos conocido miserables carismáticos, seres de largo alcance que fascinaron a las masas - a millones - con su dialéctica. Hitler, Mussolini y tantos otros son apenas ejemplos que la historia nos brinda de esta clase de personajes. A su vez, hemos conocido hombres nobles y virtuosos que han sido vapuleados y burlados por la gente sólo por el hecho de no tener carisma.
Parashat Koraj nos presenta a uno de estos miserables carismáticos.
«Koraj era un hombre inteligente», nos dice el Midrash. No sólo eso. Se nos asegura que Koraj tenía condiciones para ser el sucesor de Moisés.
Sin embargo - lo sabemos - un hombre inteligente puede ser sumamente peligroso cuando sus móviles no son nobles.
Motivado por la envidia, las ansias de poder, la demagogia y el populismo, Koraj aprovecha el descontento del pueblo - que ya había sido condenado a vagar durante cuarenta años en el desierto - para cuestionar la autoridad de Moisés y Aharón.
Koraj comenzó a arrojar leña al fuego; las multitudes lo aclamaban; los encandilaba con sus palabras. Era un agitador, pero todos lo escuchaban. Moisés, portador de un mensaje auténtico, era ignorado.
Mientras que los humanos nos dejamos encandilar por las luces exteriores, Dios atiende al corazón del hombre.
El hombre suele valorar a su prójimo por lo que ve. Dios valora al hombre por lo que es. No le importa cuánto venden nuestras palabras ni a cuántos logran seducir. Importa el mensaje.
Sólo nosotros, los humanos, con nuestra visión mezquina, podemos quedarnos con el envase. Pero lo que cuenta, lo importante, es lo que hay adentro, la auténtica diferencia entre Moisés y Koraj.
¡Shabat Shalom!