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Parashat Hashavúa - Vaietzé

Agradeciendo

 - La Torá nos cuenta acerca del nacimiento de las doce tribus de Israel. La historia es más o menos conocida. Yaakov tuvo dos mujeres, Lea y Rajel, y dos concubinas, Zilpá y Bilá, que lo agraciaron con trece hijos.

La primera en dar a luz fue Lea. Al parir su cuarto hijo nos cuenta la Parashá: «Y concibió más, y parió un hijo, y dijo: Esta vez agradeceré al Eterno, y llamó su nombre Yehudá» (Bereshit; 29-35).

Lea se muestra como una mujer agradecida. Dicha cualidad es digna de destacarse; su cuarto hijo - Yehudá - lleva en su nombre la raíz de la palabra Todá (Gracias).

Sin embargo cabe preguntarse ¿por qué Lea esperó a que nazca su cuarto hijo para agradecer a Dios? ¿Por qué no le agradeció cuando nacieron los tres primeros: Reuvén, Shimón y Leví?

El Midrash cuenta que Lea hizo un inteligente cálculo. «Doce tribus saldrán de Yaakov», pensó. «Si Yaakov tiene cuatro mujeres, a cada una le corresponderán tres». Cuando Lea vio que Dios agregó un cuarto hijo a las tres tribus que le correspondía, entonces dijo: «Esta vez agradeceré a al Eterno».

Lea no es sólo una mujer agradecida, sino que además sabe hacer una lectura correcta de las bendiciones que llegan a su vida y agradecer por ello.

La tradición judía nos enseña a ser agradecidos. Las primeras palabras que el judío debe decir al momento de levantarse son «Modé Aní» - «Te agradezco, Dios viviente, que piadosamente has hecho regresar el alma a mi cuerpo».

La tradición judía nos impone que ante todo, antes de lavarnos las manos, cepillarnos los dientes, digamos «Gracias». Nos impone que esa palabra sea la primera en salir de nuestra boca por las mañanas. Incluso, si hubiera que resumir en una frase la esencia del judaísmo, se podría decir que es el ejercicio permanente de la gratitud y el reconocimiento de que tal vez no seamos tan merecedores de las muchas bendiciones que llegan a nuestras vidas.

Tal vez sea por eso que nos dice el Midrash: «Leatid lavó, kol kakorbanot betelin, vekorbán todá einó batel; kol hatefilot betelot, hahodaá einá betela» - «En la postrimería de los días todos los sacrificios serán cancelados, menos el sacrificio de acción de gracias; todas las oraciones serán canceladas, menos la oración de gracias».

Algo muy parecido ocurre con la oración. Cuando en la repetición de la oración de la mañana, el oficiante llega a la decimoséptima bendición - la del agradecimiento -, cada miembro de la congregación la lee en voz baja. Es una oración personal.

¿Por qué? ¿Por qué el oficiante no puede representar a la congregación en esta bendición de la misma forma que lo hace en las demás?

El Midrash nos enseña que se puede nombrar un representante para cualquier oración. Se puede buscar siempre un emisario para que rece por nuestra salud, bienestar o fortuna. Pero no se puede nombrar a nadie para decir «Gracias» en nombre de todos.

Cada uno debe saber agradecer por su cuenta.

¡Shabat Shalom!