¡Cuidado con el oro!
- Nuestros sabios antepasados se preguntaron muchas veces por qué razón Dios creó el oro. ¿No hubiéramos estado mejor sin su existencia? ¿No nos hubiésemos ahorrado guerras, muertes y lágrimas?
En varios pasajes del Midrash se explica que el oro fue creado sólo para servir a fines divinos como el de embellecer el Templo de Jerusalén.
Bien sabemos que el oro fue uno de los principales aportes para el Tabernáculo. Ese mismo metal que había dado forma al becerro, ahora daba vida al más noble de los fines. Ese mismo oro que había provocado uno de los mayores enojos de Dios, ahora lo regocijaba como nunca.
Tal es el poder del dinero. Quien lo utiliza como un medio, y lo consagra a fines nobles invirtiendo en educación, ayudando a los que menos tienen, y promoviendo el desarrollo de la comunidad, alegra al cielo y regocija a Dios.
Sin embargo, aquel que lo utiliza como un fin en sí mismo y lo consagra sólo a satisfacer sus propios apetitos, provoca enojo en el cielo y es pobre aun cuando tenga todo.
Posiblemente, la búsqueda del oro como fin sea una de las mayores expresiones de idolatría del mundo moderno. Uno de los más grandes desafíos que se nos plantea en la vida es saber decidir hacia dónde queremos consagrar lo mucho o poco que tengamos.
Cuando en el Libro de Bereshit, capítulo 28, se nos narra el sueño de la escalera de Yaakov, nuestros sabios nos cuentan que Dios en realidad le estaba mostrando en el sueño a dos de sus descendientes: Moisés y Koraj.
¿Porqué justamente a ellos? Posiblemente porque los dos fueron hombres de fortuna. Pero Moisés la consagró al cielo llegando a ser padre de todos los profetas y maestro de todo Israel; en cambio Koraj la consagró a intereses miserables y terminó siendo tragado por los abismos.
Son pocas las cosas en el mundo que nos pueden acercar al cielo y, al mismo tiempo, alejarnos de él. El oro es una de ellas.
Nosotros decidimos en qué peldaño de esa escalera queremos estar. Si queremos estar cerca de Moisés o de Koraj. Si queremos bailar junto al becerro o marchar junto al Tabernáculo.
Todo dependerá del uso que hagamos de él.
¡Shabat Shalom!