Parashat Vezot Habrajá no siempre goza de la atención que se merece debido a que nunca es leída durante un Shabat. Sin embargo, como última parashá de la Torá, nuestros rabinos la destinaron a convertirse en la lectura de uno de los días más alegres de nuestro calendario, Simjat Torá, en el cual el festejo y la celebración por el fin del ciclo anual no siempre nos deja espacio para profundizar en sus contenidos.
Pero a pesar de ser poco conocida, Vezot Habrajá contiene el texto que sirvió de base para uno de los relatos más famoso de la literatura rabínica. Nuestra parashá nos dice «Dios vino desde el Sinaí»; y nuestros sabios en el Midrash se preguntaron: Si la Torá dice que la palabra de Dios «vino» desde el Sinaí, ¿hacia dónde fué?».
Entonces respondieron enseñándonos que antes de entregar la Torá a Israel, Dios la ofreció a otros pueblos.
Primero fue donde los hijos de Esav, los edomitas, y les preguntó: «¿Aceptan la Torá?»
- «¿Qué está escrito en ella?», preguntaron.
- «No matarás», contestó Dios. A lo que ellos respondieron: «La esencia de nuestro patriarca residía en la muerte - era cazador - y su padre, Itzjak, le dijo que ese sería su futuro. Por ese motivo no podemos aceptarla».
Luego fue Dios donde los amonitas y moabitas. Ellos preguntaron: «¿Qué está escrito en la Torá?»
- «No transgredirás las normas sexuales», respondió Dios.
Finalmente contestaron: «La esencia de este pueblo está en su origen que es, justamente, la transgresión sexual»; ya que ambos descendían del incesto de las hijas de Lot cometido con su padre.
«No; no podemos aceptarla», dijeron.
Después Dios se dirigió donde los ismaelitas. «¿Aceptan la Torá?», insistó. «¿Qué está escrito en ella?», preguntaron.
- «No robarás», respondió Dios.
Y ellos alegaron: «No podemos aceptarla. Nuestras tribus viven del robo y el saqueo», como está escrito en el Libro de Génesis.
Y así, dice el Midrash, no hubo en todo el mundo un pueblo que Dios no visitara y le ofreciera la Torá. Pero todos se rehusaron por algún motivo. Hasta que por último fue a visitar al pueblo de Israel y también les ofreció la Torá. Pero ellos, a diferencia de los demás, no preguntaron nada. Simplemente la aceptaron diciendo: «Naasé Venishmá»; cumpliremos y estudiaremos.
Este texto, legado a nosotros por nuestros antepasados de bendita memoria, nos muestra una faceta específica de la entrega de la Torá: El pueblo la aceptó libremente y eligió recibirla.
Sin embargo, al contrastar esta narrativa con otro famoso texto de nuestra tradición, nuestros sabios nos plantean una aparente contradicción.
El Talmud cuenta que cuando el pueblo se preparaba para el encuentro en el Sinaí, Dios arrancó el monte de la tierra y lo levantó, sosteniéndolo sobre las cabezas de los hijos de Israel. «¿La aceptan?», amenazó. «Si la aceptan, bien; si no, este será el lugar de vuestra sepultura».
El mensaje, en el caso de este Midrash, es contradictorio: El pueblo de Israel no eligió libremente la Torá sino que le fue impuesta, quizás como una muestra de que su supervivencia no puede ser garantizada si se aleja de sus valores.
Tenemos frente a nosotros dos relatos de nuestros sabios llenos de simbolismos y grandes enseñanzas. Al poner uno frente a otro, sin embargo, y a partir de la aparente contradicción, se nos plantea con claridad la permanente tensión que existe en cada uno de nosotros sobre aquello que finalmente nos hace judíos.
O somos judíos por mera imposición - por el simple hecho de nacer en el seno de una familia judía - o lo somos por decisión personal; por decidir - más allá de nuestra herencia familiar - identificarnos activa y conscientemente con nuestros valores, tradiciones y cultura.
Cada año la festividad de Simjat Torá vuelve a proponernos ese mismo desafío. Al concluir la lectura de la Torá y renovar su ciclo de aprendizaje, el pueblo de Israel recuerda que no es suficiente nacer judío para recibirla y ser heredero de sus mensajes, sino que además debe elegirla libre y conscientemente, comprometiéndose a cumplirla y estudiarla, porque es el único camino para conocer sus enseñanzas y enriquecer su vida con ellas.
¡Jag Sameaj!