La Cabalá elaboró un lenguaje especial llamado «lenguaje de las ramas». La razón es que nada en nuestro mundo surgió por sí mismo sino que fue creado y dirigido, por lo que requiere una explicación especial. Este lenguaje toma prestados términos habituales para identificar percepciones espirituales.
El universo con sus planetas, piedras, plantas, animales, el ser humano y todo lo que con él sucedió, está sucediendo y sucederá, desciende del Creador, discurre a través de todos los mundos espirituales y se manifiesta en el nuestro.
El Creador tiene un sistema de gobierno sobre nuestro mundo que se llama «mundo Atzilut» («donde Él», en hebreo), es decir, donde está el Creador. El mundo Atzilut es una especie de «cerebro» sin cuyo orden no ocurriría nada en nuestro mundo. ¡Nada! Ni pensamientos, ni movimientos, ni guerras, ni descubrimientos, absolutamente nada... Sin su dirección ni un insecto se desplazaría, ni una brizna crecería. Nuestro universo se puede comparar con una «gigantesca computadora» que es gobernada por el mundo Atzilut.
En otras palabras, todo lo que existe en nuestro mundo nace obligatoriamente en el mundo superior y luego desciende por los escalones espirituales. Hay una concordancia rigurosa entre los objetos de nuestro entorno y sus raíces situadas en el mundo superior, las cuales llamaremos «dobles espirituales». Repetiremos esto una vez más: nuestro mundo es consecuencia del mundo espiritual.
Los cabalistas perciben esto muy claramente porque viven en ambos escenarios. Es decir, ven el objeto superior, la «raíz» donde todo nace y sus consecuencias en nuestro mundo, llamadas «ramas». Por eso, el lenguaje de la Cabalá recibió el nombre de «lenguaje de las ramas» y no «lenguaje de las raíces», ya que los nombres de las ramas provienen de las raíces, y no al revés.
Así, los cabalistas encontraron un modo de comunicación que permite describir el mundo espiritual en forma precisa, usando palabras de nuestro mundo. Ellos toman un nombre común, por ejemplo, «árbol», y con su ayuda describen el objeto superior, o sea, la fuerza espiritual que se denomina con el nombre «árbol».
Sin embargo, si el lector no sabe que la Torá está escrita usando este lenguaje, ¿qué es lo que interpreta entonces en el libro? Simplemente, un relato sobre nuestro mundo. Sobre el «árbol» que crece en el jardín del paraíso; sobre la serpiente tentadora que le murmuró algo a Eva. Todo esto es absolutamente errado. Como resultado de tales explicaciones, este libro que está destinado a unir a nuestro mundo con el espiritual corre el riesgo de caer al nivel de la literatura común y corriente.
Si queremos aprender a dirigirnos hacia la raíz veremos que las explicaciones están compuestas por simples palabras cotidianas, pero nos intrigará saber qué hay detrás de ellas, instándonos a investigar para obtener la respuesta.