Un observador externo de la vida humana probablemente la describiría como algo así: Las personas se levantan por la mañana, pasan entre 16 y 18 horas usando objetos para manipular otros objetos, y se van a dormir.
En general así conducimos nuestras vidas. Cuando algo nos enfrenta, aferramos otra cosa - un teléfono, una billetera, un arma - con que afrontar la situación.
Pero llega un momento en que el teléfono es sólo un trozo de plástico, no hay nada que disparar, y no importa cuanto dinero se gasta, las cosas no mejoran. Los recursos externos en los que habíamos confiado, repentinamente son inefectivos, y el único lugar que queda para dirigirse es al interior, a nosotros mismos.
Lag Baomer, el día 33 de la Cuenta del Omer que conecta Pesaj con Shavuot, es el cumpleaños del misticismo judío.
Por muchas generaciones el alma interior de la Torá - también conocida como la «Cabalá» - fue transmitida de maestro a alumno en forma de máximas crípticas, en privado, y sólo a muy pocos individuos en cada generación.
Estas enseñanzas trazan la sublime expansión de la realidad divina, el proceso de la creación, la relación de Dios con nuestra existencia y el hueco interior del alma humana. El tremendo poder que contienen, y su extremada sutileza, las hacen extremadamente vulnerables a la corrupción. Por lo tanto, por muchos años estuvo prohibido revelar esas enseñanzas.
El primero en diseminar las enseñanzas de la Cabalá a un gran número de discípulos fue Rabí Shimón Bar Yojai, quien vivió en el siglo II de nuetra era. Las más significativas revelaciones surgieron el día del fallecimiento de Rabí Shimón, en el cual expuso por varias horas acerca de los secretos más íntimos de la sabiduría divina. Ese día fue Lag Baomer.
Pasaron siglos antes que el gran cabalista Rabí Itzjak Luria (el «Santo Arí», 1534-1572) proclamara «En estos tiempos tenemos el permiso y el deber de revelar esta sabiduría», y Rabí Israel Baal Shem Tov (1698-1760) y sus discípulos la hicieron accesible para todos a través de las enseñanzas del jasidismo.
Pero Lag Baomer permaneció como el día en el cual el misticismo judío surgió por primera vez del vientre del secreto y la exclusividad. Rabí Shimón Bar Yojai instruyó a sus discípulos para que celebraran este día como una festividad alegre; y así es observada en cada comunidad judía de nuestros días.
Una de las formas en que celebramos Lag Baomer es llevando a los niños al campo o a los parques para jugar con arcos y flechas. El arco y la flecha simbolizan el poder interior, el poder desencadenado por la alma mística de la Torá.
Las primeras armas diseñadas por el hombre fueron hechas para el combate cuerpo a cuerpo. Pero el enemigo o la presa de la persona no siempre estaban al alcance del brazo, o a la vista. Pronto el guerrero y cazador sintió la necesidad de un arma que pudiera alcanzar un objetivo a gran distancia, o que fuera invisible y protegida por cualquier tipo de barrera.
Con arco y flecha, la tensión en una rama curva de madera es explotada para propulsar un misil a gran distancia y atravesar las barreras. El inventor de este artefacto primero tuvo que conocer la paradoja de que la mortal flecha debe ser llevada hacia atrás, hacia el corazón de uno para golpear el corazón del oponente, y cuánto más se lleva hacia uno, puede alcanzar a un adversario más distante.
El cuerpo externo de la Torá es nuestra herramienta para enfrentar los desafíos obvios de la vida. No matar, no robar, nos instruye.
Pero no todo lo que está delante es como lo explícito hacer y no hacer de la Torá. Más allá de ellos yacen las ambigüedades de la intención y el motive; las sutilezas de amor y temor; la interacción de ego y compromiso; la contaminación del mal que oscurece la más santa de las empresas, y las chispas de bondad que yacen sepultadas dentro de las partes más oscuras de la creación.
¿Cómo debemos enfrentar esos desafíos, tan lejos de nuestro alcance sensorial, y tan evasivos para la comprensión de nuestras mentes?
Es aquí donde la dimensión mística de la Torá viene. Nos guía en una retirada a nuestra propia esencia, al centro mismo de nuestra alma. Ilumina el corazón desinteresado del ser, la chispa de divinidad dentro de nosotros que es una con su creador y su creación.
Desde ahí liberamos el poder de tratar con el más distante y oscuro adversario; de ahí catapultamos nuestra influencia redentora a los más abandonados rincones del mundo de Dios.
¡Jag Sameaj!