Desde niño que he tenido la fantasía de poder viajar en el tiempo. Seguramente más de alguno de ustedes habrá tenido esa misma fantasía. Poder tomar algún tipo de máquina del tiempo, viajar por los años y ver cómo será nuestra vida dentro de 20 o 30 años.
Cuando era bien niño me intrigaba, por ejemplo, saber como iba a ser eso del año 2000. Hacía cuentas permanentemente para saber cuantos años tendría con la llegada del nuevo mileno y fantaseaba con saber con quién estaría en ese momento; si ya estaría casado; si ya tendría hijos.
Conservo vivos en mi memoria frescos recuerdos de mi infancia, apenas a los 5 o 6 años, jugando a fabricar máquinas del tiempo y volando hacia un futuro donde los automóviles volarían y los robots serían nuestros sirvientes.
¿Quién no fantaseó, por ejemplo, con tomar una máquina del tiempo y saber con anticipación los resultados de algún sorteo? O pensando en algo aún más cercano, díganme si no les gustaría viajar por el tiempo y saber si Netanyahu seguirá siendo primer ministro de Israel…, o si tendrá éxito el proceso de paz con los palestinos.
Durante mi niñez había un momento en el año que para mi era el más mágico de todos. Y no piensen que tiene que ver con alguna festividad como Pesaj, o Purim. No, se trataba de algo mucho más mundano.
En muchos países se acostumbra a cambiar la hora dependiendo si está comenzando el verano o el invierno. Así, para aprovechar la luz en los días que son más largos, lo que se hace es adelantar el reloj una hora en verano, y cuando llega el invierno nuevamente el reloj se retrocede una hora para atrás.
Recuerdo que no había nada más mágico para mi, cuando era niño, que quedarme despierto hasta las 12 de la noche, la noche en que a la llegada del invierno retrocedíamos una hora el reloj. Era algo maravilloso, de pronto estaban por ser las 12 y algo mágico nos hacía retroceder el tiempo y en tan sólo unos segundos volvían a ser las 11 de la noche… Y yo me preguntaba, cómo podía ser, si en realidad ya habíamos vivido la hora entre las 11 y las 12 de la noche, y otra vez la volvíamos a vivir.
Vivía esa hora como algo mágico, como un regalo del cielo que no se podía desperdiciar. Cuantas veces decímos «si sólo tuviera esa oportunidad de volver a vivir ese momento». Cada año se nos permitía vivir esa hora otra vez… Yo no entendía como la gente dormía mientras se nos daba semejante regalo… que manera de desperdiciar una impresionante oportunidad.
Como amante de la ciencia ficción, y en especial de esto de los viajes en el tiempo, disfruté enormemente ese clásico de los años '80 «Volver al Futuro» con Michel Fox y su tío Emet Brown atravesando los límites del tiempo en un lujoso auto deportivo.
Marty, como se llamaba el protagonista, se movía con total facilidad en el tiempo, atrás o adelante, intentando averiguar como sería su futuro o curioseando las intimidades de la época en que sus padres habían sido novios.
En especial, más que con la posibilidad de ser transportado hacia el futuro, fantaseaba con poder viajar al pasado y poder cambiar esas cosas de las que todos siempre nos arrepentimos… Un enojo de los padres, el vidrio roto del vecino, esa travesura en el colegio que significó algo más que un simple castigo… o el día en que sabíamos que teníamos que hacer algo pero la pena fue más que el coraje y perdimos esa gran oportunidad.
¡Que ganas de volver al pasado y cambiarlo! Si tan sólo pudiésemos retroceder en el tiempo y hacer ese pequeño cambio, ese breve segundo donde la embarramos, ese cambio tan pequeño pero tan significativo.
Estoy seguro que todos quisiéramos tener esa segunda oportunidad… es más si venimos especialmente a la sinagoga en estos Iamim Noraim, Rosh Hashaná y Yom Kipur, es porque estamos dispuestos a reconocer que durante este último año cometidos bastantes errores, nos lamentamos por ellos y quisiéramos cambiarlos. Ese proceso de arrepentimiento, que no es sólo un ejercicio intelectual y que nos hace pensar ¡Qué daría por haberlo hecho!... es lo que los judíos llamamos teshuvá… arrepentirnos, pero un arrepentimiento que implica cambio y reparación.
En estos días los judíos de todo el mundo nos congregamos justamente porque somos capaces de identificar situaciones en nuestras vidas a las que quisiéramos retroceder para vivirlas de otra forma… palabras que dijimos que quisiéramos haber podido guardar, decisiones que no tomamos y de las que ahora nos arrepentimos.
¿Sería posible hacerlo? ¿Retroceder el tiempo y cambiarlas? Todos diríamos que no, que es pura fantasía, a menos que hablemos de ciencia ficción.
Quiero contarles que este año he aprendido que esa posibilidad existe. Y no se trata ni de fantasía ni de ciencia ficción, existe una forma de cambiar el pasado.
¿Como así?
El Rabino Yosef Soloveitchik, durante muchos años el máximo representante de la ortodoxia moderna en el judaísmo, sostenía en uno de sus ensayos que a diferencia de lo que ocurre con cualquier otra civilización, en el judaísmo tenemos la posibilidad de retoceder al pasado y cambiarlo.
Para la mayoría de las culturas, decía Soloveitchik, el tiempo fluye desde ayer a hoy, y desde hoy hacia mañana. El pasado modela, así, al presente y es el presente quien determina el futuro. Causa y efecto: algo ocurrió ayer o el año pasado, o hace 10 años, y por causa de eso algo va a ocurrir hoy, y lo que ocurra hoy va a causar que algo ocurra en el futuro. Es el pasado el que determina el futuro.
Pero en el judaísmo, insistía Soloveitchik, es el futuro quien determina el presente y define el significado del pasado. Por ejemplo, si algo grave le ocurre a una persona, ¿implicará esto que se termine su fe o bien una oportunidad para madurar y aumentar la fe que tenía? ¿Un error que alguien cometió… será sólo un error o también una oportunidad para aprender? No podemos responder solamente tomando en cuenta lo que ha pasado. Este pasado sólo tendrá sentido a la luz de lo que elijamos hacer con él, hoy y mañana.
Si Sigmund Freud enseñó que los seres humanos estamos determinados por nuestras experiencias de la infancia, Soloveitchik enseñó que estamos determinados por nuestra visión de futuro. Y si podemos elegir el futuro que deseamos tener, entonces podremos retroceder en el tiempo y cambiar nuestro pasado.
Por supuesto que no se trata de una máquina del tiempo o de uno de esos agujeros-gusanos que aparecen en los modelos de los físicos y que plantean la posibilidad de viajar en el tiempo. Si así fuera ya habríamos viajado al pasado y, por lo menos, habríamos impedido el Holocausto.
Pero sí hay cosas que podemos hacer, en el presente y en el futuro. Tomar decisiones basadas en nuestra visión de qué clase de pueblo queremos ser y en qué clase de mundo queremos vivir; y esas decisiones podrían cambiar, claramente, el sentido del Holocausto. No podemos revivir a los 6 millones de mártires, pero sí podemos determinar el sentido último que se le dará a sus vidas y a sus muertes.
Por ejemplo: si decidimos apoyar al Estado de Israel estaremos asegurando que el Holocausto no sea el causante de la desaparición del pueblo judío porque seguirá siendo la luz que guíe su renacimiento. O si apoyamos, por ejemplo, el renacimiento de las comunidades judías en Alemania o en Polonia estaremos decidiendo si Hitler logró destruir o no la cultura judía en esos paises.
Pero volvamos al terreno personal. Estamos acá porque todos tenemos cosas por las que nos arrepentimos, lo que dijimos mal, lo que hicimos mal o lo que no hicimos. Según el Rabino Soloveitchik los seres humanos vivimos no tanto de las memorias del pasado sino de la manera en que nuestra visión del futuro viene para ayudarnos.
Y permítanme que les grafique esto a través de una breve historia que les aseguro nos puede ahorrar decenas de horas de terapia si la comprendemos bien y el mensaje es que no somos prisioneros de nuestro pasado, sino que somos arquitectos de nuestro futuro.
Hace unos años murió Nejama Leibovitch, una destacada profesora de la Universidad Hebrea de Jerusalén, conocida por sus impresionantes historias. Cuando murió, alguien recordó una de las anécdotas que ella contaba:
Durante su juventud era maestra en una escuela para mujeres ortodoxas en Israel y mientras enseñaba a las niñas de cuarto grado de primaria, un día vino otra profesora y le dijo que se había presentado un problema porque se estaban robando cosas de valor en el aula de clase de las alumnas. Al principio, aclaraba, la situación se toleró porque eran cosas menores, pero ahora se trataba de ropa y también de dinero.
¿Qué fue lo que hizo esta maestra? Juntó a todas las alumnas y les dijo: «Lo que les voy a decir es sólo para una persona de esta clase, pero como no se quién es se los voy a decir a todas: Alguien ha estado robando de sus compañeras, y nosotros, en esta escuela nos tomamos estas cosas con mucha seriedad.
Si las cosas que faltan aparecen en mi escritorio antes de las 8 de la mañana, consideraré este asunto como terminado. Si esto no ocurre, le advierto a la persona que lo hizo, que después pueden ocurrir dos cosas, y las dos malas: Puede ser que siga robando hasta que un día la atrapen, sea avergonzada en público y avergüence a su familia. O puede ocurrir que siga robando y nunca sea atrapada y eso incluso puede ser peor, porque entonces cada día de su vida tendrá que considerarse a sí misma como una ladrona. Ahora, quiero que piense en esto con mucho cuidado: ¿Eso es lo que desea, considerarse a sí misma una ladrona por el resto de su vida?
Los artículos aparecieron a la mañana siguiente en el escritorio de la profesora y los robos se terminaron. ¿Qué aprendemos de esta historia? Que una niña de 10 años decidió que lo que haría con su vida estaría determinado, no por lo que había hecho en el pasado, sino por su visión de cómo le gustaría verse a ella misma en el futuro.
Es la visión del futuro, y no la memoria del pasado, la que determina lo que hacemos en la vida. Y si logramos entender este mensaje, habremos también entendido el significado más importante de estos Iamim Noraim que es el gran poder que tiene la teshuvá.
Resulta imposible traducir lo que teshuvá significa en español. Intentamos traducirla como «arrepentimiento», pero realmente es mucho más que eso. No se trata de decir «lo lamento» o simplemente «perdón». Incluso tampoco se trata de decir «Lo lamento y prometo que voy a tratar de no hacerlo nunca más».
Teshuvá sería algo así como «Lo lamento. Me veo a mi mismo y no me gusta la persona que era cuando hice eso. No me gusta ser una persona que es capaz de haber hecho eso, y no quiero ser esa persona nunca más». Se trata no sólo de asumir responsabilidad por el pasado, implica mirar hacia el futuro y plantear un cambo en quienes somos, no solamente en lo que hicimos.
Y a eso se refiere Soloveitchik cuando insiste en que podemos cambiar el pasado si hacemos una verdadera teshuvá y nos planteamos un cambio a futuro; vamos a estar cambiando cualquier sentido que haya tenido nuestro pasado.
Quisiéra proponerles que tomemos estos 10 días entre Rosh Hashaná y Yom Kipur para que nos planteemos, aunque sea con una o dos cosas, con uno o dos errores que hayamos cometido este año pasado, hacer un proceso de verdadera teshuvá y que cambiemos así nuestro pasado.
Pensemos unos segundos: Una pelea con los padres; un arrebato de enojo hacia los hijos; ese amigo del cual nos distanciamos; elijamos sólo uno o dos y planteémonos de verdad la posibilidad de cambiarnos a nosotros a partir de ese error.
Lo que ya hicimos no lo vamos a poder modificar, pero sí el impacto que ello tiene en nuestra vida. Pensemos en cómo cambiarlo y propongamos dos o tres metas para alcanzar ese objetivo. No somos prisioneros de ese pasado, somos arquitectos de nuestro futuro. Hagamos que lo que pasó adquiera poca importancia, y hagamos algo con aquello que sí puedes hacer, con las decisiones que tomemos de hoy en adelante.
Mi invitación es para que podamos tomarnos en serio estos Iamim Noraim, que no sean sólo días de fiesta y celebración familiar. Que sea un momento de reflexión personal y de verdadera oportunidad para el cambio.
Si así lo hacemos y aceptamos la propuesta que nos hace nuestra tradición de hacer Teshuvá, estaremos entonces en condiciones de liberarnos de esas cadenas del pasado que nos avergüenzan por aquellos actos que cometimos y de los cuales nos arrepentimos y hubiésemos preferido proceder de otra manera.
La tradición judía nos dice en Rosh Hashaná que cambiar es posible, que podemos no seguir siendo esa persona que éramos cuando hicimos lo que tanto nos arrepentimos. Podemos liberarnos del pasado sólo si comenzamos a pensar en el futuro.
Las máquinas del tiempo no existen ni jamás existirán. Y aunque nos guste fantasear con la posibilidad de viajar en el tiempo y vivir nuestra vida por segunda vez, lo que sí tenemos, y es real, es la posibilidad de cumplir con todo lo que nos propusimos pero nunca pudimos concretar; de modificar y cambiar todo aquello de lo que nos arrepentimos.
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Tenemos todo el futuro delante de nosotros para ser esa persona que siempre quisimos ser y hasta ahora no conseguimos.
¡Shaná Tová!