Los tres pilares que la tradición establece para la vida judía son Tefilá (oración), Tzedaká (justicia social, solidaridad) y Teshuvá - lo que comúnmente se traduce como arrepentimiento. Tres instancias que adquieren, en los Días Terribles - Iamim Noraim, los diez días desde Rosh Hashaná, Año Nuevo, hasta Yom Kipur, Día del Perdón -, una relevancia mayúscula por su valor reparatorio.
Se dice que ante la inminencia del juicio divino - la evaluación que D’s hace de nuestros actos al cumplirse el ciclo anual y abrirse el próximo -, esas acciones pueden revocar un fallo adverso y contribuir a ganarnos la gracia del Eterno.
Ignoro si tal cosa sucede; si D’s me está mirando, o si mis gestos y mis decisiones influyen en las Suyas. Estas son cuestiones de fe, y pertenecen a cada quien. Lo que sí me parece indudable es que los actos que cada uno realiza influyen en su propia vida y en las de sus prójimos.
Me resulta particularmente enigmático el concepto de Teshuvá. Por su etimología, no significa «arrepentimiento» sino retorno y respuesta, dos traducciones posibles del verbo «lashuv» del que el término proviene.
En la teshuvá hay retorno - dicen los sabios de la tradición - al camino correcto, a la Ley. Pero también se vuelve al punto en el que tropezamos: eso que los griegos llamaron «hamartía», el paso en falso, el error que desencadena la tragedia.
En la literatura trágica el tropiezo es, de algún modo, irreparable. Se advierte demasiado tarde, cuando las consecuencias se han producido y el héroe, ya culpable, ha quedado atrapado en las redes del nefasto destino.
El judaísmo, sin desconocer los efectos trágicos que nuestras acciones pueden causar, ofrece una alternativa: en lugar de oráculo hay advertencia. Antes de que sea tarde y de que caiga sobre nosotros la noche del dolor, los Días Terribles abren un tiempo y un lugar para volver sobre los propios pasos.
Regresar, en suma, a uno mismo: examinar y reparar son posibilidades exclusivas de la especie humana, tesoros de infinita riqueza, ocasiones para volver a partir y no permanecer presos de nuestras culpas. Así, retornar no es un caminar hacia atrás sino, en rigor, hacia adelante.
¿Y a qué se responde? A la demanda ética, a nuestra conciencia, al semejante que sufre y reclama ayuda. Pero, básicamente, se nos llama a responder por nuestro deseo, ese del cual somos siempre responsables y cuyas consecuencias no podemos atribuir a D’s.
Más bien por el contrario, D’s representa el llamado. En ese punto cada uno elige si se comportará como Adán quien, luego de la transgresión y ante la convocatoria divina - «¿Aieka?» «¿Dónde estás?» -, se esconde y elude su parte en el asunto. O si opta por la actitud de Abraham, que acude, responde - «Hineni», «Heme aquí» - y se pone en marcha.
Que el nuevo año nos permita ser un poco más fieles a nuestro propio deseo, con amor, entereza y responsabilidad.
¡Shaná Tová Umetuká Vegmar Jatimá Tová!