Barriendo las cenizas
- «Y vestirá el sacerdote su vestidura de lino, y calzones de lino vestirá sobre su cuerpo; y apartará la ceniza que consumiere el fuego el holocausto sobre el altar y la pondrá al lado del altar» (Vaikrá; 6-3).
El holocausto era un sacrificio especial que se ofrendaba y que se quemaba por entero en el altar, quedando de él solamente cenizas.
La jornada del sacerdote, entonces, comenzaba con la escoba en sus manos. El sacerdote, acostumbrado a su pertenencia a la elite, debía comenzar su jornada vistiendo sus ropas más sencillas y ocupándose de las cenizas de los holocaustos.
Antes de dedicarse al presente, a las ofrendas que se llevarían a cabo en la jornada por comenzar, debía ocuparse de lo hecho el día anterior. Ante todo, era su deber limpiar los despojos de los holocaustos pasados.
¿Por qué empezar el día barriendo?
Tal vez el relato de la destrucción de Sodoma y Gomorra, en el capítulo 19 del Libro Bereshit, pueda ayudarnos a entender la razón de esta rutina diaria.
La creencia generalizada supone que la mujer de Lot quedó transformada en sal por mirar hacia atrás cuando se producía la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra.
Sin embargo, si leemos detenidamente el texto, veremos que esto no es del todo exacto. La mujer de Lot quedó paralizada por mirar las espaldas de su marido, no las suyas. La Torá no dice: «Vatabet Ishtó MEAJOREHA» (Y miró la mujer a sus propias espaldas), sino «Vatabet Ishtó MEAJARAV» (Y miró la mujer a espaldas de él, de su marido). Nada nos produce mayor parálisis que observar el pasado a espaldas de nuestros prójimos, en lugar de mirarlo a espaldas nuestras.
Algo similar ocurría con el sacerdote. Él vivía codeándose con el pasado de los demás. Cada ofrenda podía ser un pecado. Cada sacrificio podía ser una transgresión. Por eso la orden de barrerlos. Conductas como la de la mujer de Lot pueden ser muy peligrosas.
De aquí aprendemos que no se le debe recordar la condición de pecador a aquél que trajo su sacrificio ante Dios y confesó su pecado. Barrer los vestigios del sacrificio y olvidarlo constituye, de esta manera, un auténtico precepto.
Recordar esos vestigios es una de las peores transgresiones.
¡Shabat Shalom!