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Jutzpá derrotada

derrotaJutzpá es una palabra hebrea que ha pasado al idish, del idish al inglés o al inglish o ameridish, y más o menos de manera extraoficial o clandestina a otros idiomas. Originariamente tiene una connotación muy negativa. Significa algo así como atrevimiento, descaro, insolencia, irreverencia, actitud ofensiva, insultante o maliciosa.

Pero en el original hebreo también tiene su connotación positiva. Por ejemplo, se la utiliza como sinónimo de audacia y originalidad creativa. En su versión en inglés, el diccionario «Merriam-Webster» la define como «confianza en sí mismo o audacia de alguien que se atreve a decir o hacer cosas que pueden resultar chocantes para otros».  
        
Leo Rosten en su célebre libro «The joys of Yidish» (Las alegrías del idish) define a «jutzpe», o sea «jutzpá», con el más clásico de los chistes sobre el tema: «Jutzpá es la cualidad de un individuo que luego de matar a su padre y a su madre, pide clemencia al jurado por ser huérfano».  

En la acepción idish, «jutzpe» también se asocia con ingenio y agudeza. Y tradicionalmente esta cualidad es atribuida al aristocrático mendigo judío: el schnorer (pedigüeño). Al respecto, Leo Rosen cuenta una historia muy ilustrativa: «Un jutzpán, es decir, un verdadero profesional de la jutzpá, luego de haber cenado muy bien en un restaurante, pide hablar con el propietario y le dice: «Querido amigo, disfruté su comida, pero a decir verdad no tengo ni una moneda para pagarle. No se enoje; entienda mi situación. Soy un mendigo profesional y soy reconocido en la profesión como un schnorer de talento. Podría salir a la calle y conseguir con limosnas el importe total de la cena. Pero naturalmente, usted podría tener la sospecha de que yo me vaya y no vuelva más. Quizás para su seguridad, usted podría salir a la calle conmigo y acompañarme mientras le pido dinero a la gente. Pero, ¿A usted le convendría ser visto en mi compañía estando yo en plena actividad? Sin duda no. Por ello, tengo la solución perfecta. Lo espero sentado aquí y usted sale a la calle a pedir dinero hasta que consiga el importe de la cena».
        
Pero lamentablemente frente al descaro imbatible de una organización como Hamás todas las viejas triquiñuelas judías tienen un hálito de benigna inocencia o de lastimosa ingenuidad. Con la convicción de un verdadero acaparador de la justicia universal, Hamás reclama, exige, pide imperiosamente que el mundo representado por la organización de las Naciones Unidas, creada especialmente para atender a los refugiados palestinos, le pague minucias como alimentos, vivienda y educación, para poder disponer de sus modestos (o quizás no tan modestos) recursos para poder matar judíos, infieles, traidores y otros indeseables, a su gusto.

Y por supuesto, el mundo debe pagarle para que pueda hacerlo con toda comodidad. Después de todo Hamás se tomó la molestia de iniciar una guerra contra Israel el año pasado, e increíblemente esta bienintencionada iniciativa tuvo una violenta respuesta. Según fuentes de las Naciones Unidas, la destrucción fue enorme y en opinión de uno de los expertos de la organización se necesitarían unos 100 años para reconstruir todo. Pero, claro está, Hamás tiene otras urgencias. Mucho más importante que conseguir viviendas para los pobres diablos que quedaron en la calle gracias a la gloriosa guerra perdida una vez más por Hamás, es construir túneles para lanzar la próxima confrontación con Israel.  

Esta formidable política humanitaria, por la cual los indebidamente desconfiados israelíes sólo dejan entrar a Gaza materiales de construcción en cantidades muy limitadas, ha sido recibida con timidez y cierta sorpresa por el mundo. Pero lo que ha causado el mayor asombro no es el hecho de que Hamás construya túneles con objetivos bélicos, sino que los publicite con videos distribuidos por todo el mundo. Después de todo, la sagrada hipocresía de la «taqqiah» (tregua), el disimulo con el cual piadosamente la tradición islámica permite engañar a diestra y siniestra a los infieles, parece la política más prudente.

Pero al parecer los musulmanes más combativos han llegado a la conclusión de que no hay nada mejor que la propaganda agresiva. ¿Acaso Obama no llegó a la conclusión de que es necesario firmar el acuerdo nuclear con Irán tan sólo después de que hubieron grandes manifestaciones en Teherán reclamando «Muerte a Israel y a Estados Unidos»? ¿Por qué no habría de ser publicitada la firme decisión de Hamás de seguir ganando guerras de propaganda en Occidente propiciando la conversión de palestinos de todas las edades en vistosos cadáveres para ser exhibidos en la televisión occidental?  
      
Círculos bien informados en Israel afirman que el Mossad tiene un aparato secreto llamado «juztpámetro» que mide los distintos grados de jutzpá en el mundo. Su conclusión es trágica: los judíos hemos perdido definitivamente la batalla por la primacía en el uso de la jutzpá. Es imposible competir con Hamás, con Irán o con genios del engaño serial como el turco Erdogan, quien incluso ha protagonizado la hazaña de engañarse varias veces a sí mismo.
       
¿Cómo se explica este fenómeno? ¿Cómo entender que una antigua y respetable costumbre judía nos haya sido arrebatada por árabes y persas? Especialistas en Ciencias Políticas de la Universidad de Tel Aviv afirman que la derrota no se debe al coeficiente medido por el «jutzpámetro» sino al fenómeno occidental denominado «cornudez política», que es el arte de recibir una andanada de furiosas bofetadas sin inmutarse y luego explicar que sólo fue un golpe de viento un poco fuerte.