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El precio del status quo

Bibi Netanyahu Netanyahu representa el símbolo de la contradicción ideológica de un político. En el ámbito socio-económico, el premier israelí invierte denodados esfuerzos para profundizar una revolución destinada a construir nuevas bases que garanticen una eterna posición favorable para una reducida capa de magnates, a la par de discriminar y pauperizar gran parte de la sociedad israelí.

En el entorno político, especialmente alrededor del conflicto palestino-israelí - la temática más importante de quien gobierna el país -, Bibi se posiciona como un obstinado conservador y estoico defensor del status quo vigente desde 1967.

Durante cuatro mandatos con más de diez años a la cabeza del Gobierno israelí, más otros tres como ministro de Finanzas, Netanyahu no propuso ninguna iniciativa seria destinada a poner fin al conflicto. Como máximo fue obligado por los gobiernos estadounidenses a comprometerse en discursos con declaraciones ambiguas y contradictorias o a participar en negociaciones con los palestinos que en todos los casos terminaron en un fiasco. La culpa siempre la tuvo el otro.

Sin que lo exprese textualmente, no cabe duda que Bibi logró enraizar en la mente de la mayoría de la sociedad israelí la idea que, en el horizonte de las próximas generaciones, la solución del problema palestino no está al alcance de nuestras manos. «No hay con quien dialogar». Por lo tanto, al conflicto se lo debe administrar enérgica y decididamente para aplacar todo intento de rebelión palestina, aunque con mucha cautela y prolijidad, para evitar complicaciones con Estados Unidos y la Unión Europea (UE).

Este manejo se resume en los siguientes aspectos más importantes: continuar con la fortificación y sofisticación del ejército y los servicios de seguridad de Israel a cualquier costo; proseguir con la propagación y refuerzo de los símbolos de soberanía y dominio israelí de la población civil de Cisjordania sin anexarla legalmente a Israel; ampliar paulatina aunque constantemente la población de colonos judíos en Cisjordania; y, por último, mantener la mayor cordialidad posible en las relaciones de servilismo que nos presta el Gobierno norteamericano.

Se debe reconocer; hasta el momento, Bibi no tiene motivos para quejarse. Todo lo contrario. Israel mantiene soberanía de facto desde del Mediterráneo hasta el Jordán. La mayoría de las células terroristas organizadas en Cisjordania fueron desmanteladas. La colonización judía avanza constantemente. Los judíos del mundo, sin ninguna vergüenza, se adjudicaron la excepcionalidad que le permite al Estado judío imponer sin pestañar un sistema de apartheid en Cisjordania. Mahmud Abbás y la Autoridad Palestina (AP), fuera de algunos rezongos, se sienten muy cómodos en sus funciones: viajes por todo el mundo y millonarios aportes de la comunidad internacional. Norteamericanos y europeos continúan con sus estériles balbuceos.

Como lo preveían muchos expertos: en política no hay espacios vacíos. Basarse en la continuidad del status quo frente a horizontes políticos oscuros de una población que se siente huérfana de liderazgo auténtico, con medio siglo bajo dominio de un invasor extranjero que los oprime sin derechos civiles básicos, suele convertirse en un grave error táctico.

El hueco que dejaron en Cisjordania la AP, Al Fatah y Hamás, lo ocuparon chicas y jóvenes palestinos, desconocidos hasta el momento. En un acto de desesperación de alguien que no tiene lo qué perder en su vida, estos palestinos se lanzaron a la calle, cuchillo en mano, a sabiendas que cosecharán muy poco y su destino casi seguro rondará entre su encarcelamiento de por vida o la muerte por las balas de las fuerzas de seguridad israelíes.

La gran mayoría de los analistas coincide que esta rebelión de palestinos desorganizados, sin filiación o antecedentes, no es el resultado de una instigación de sus jerarcas, sino todo lo contrario, pese a y por encima de ellos. Había que hacer algo para conmover al mundo.

Todo acto terrorista con intenciones criminales es intolerable y debe ser repudiado enérgicamente. Las fuerzas de seguridad del país tienen la obligación de defender a su población. Por lo tanto los deben perseguir, enfrentar y llevar los culpables a juicio. Es de suponer que, tarde o temprano, los organismos de defensa de Israel logren sobreponerse y aplacar la presente ola terrorista.

Tal como ocurrió con otros operativos militares israelíes contra palestinos, también en esta oportunidad seguramente seremos testigos de Bibi junto a la mayoría del judaísmo del mundo cantando victoria. Como dijo un alto diplomático israelí en retiro: ésto se debe a que Netanyahu mide el tiempo según «relojes mediáticos» o «relojes electorales», pues no reconoce la necesidad de un primer ministro de lucir en su mano un «reloj de estadista» [1].

La continuidad del status quo en Cisjordania, principalmente la colonización civil judía, es la causante primordial de un enorme e irreparable daño al posicionamiento e imagen de Israel y del judaísmo en el mundo. Las sociedades del globo, en su mayoría, rechazan el camino del terrorismo palestino y apoyan las necesidades de seguridad de Israel. Pero esto no debe ser motivo de confusiones. Esa actitud de ninguna manera mella el continuo fortalecimiento de su solidaridad con el pueblo palestino y la lucha por su liberación nacional.

Ni Israel ni el pueblo judío pueden proyectarse hacia el mundo como la Madre Teresa o Mahatma Gandi para dar lecciones de moralidad cuando se trata de la lucha por la independencia nacional. La epopeya de los héroes de la independencia israelí incluyó grupos que llevaron a cabo ataques y acciones que muy bien pueden ser catalogadas como actos terroristas, tanto contra árabes como contra el invasor inglés [2].

Mucho peor que el desgaste de la imagen, el empecinamiento de Netanyahu en mantener eternamente el status quo en Cisjordania trae aparejado, necesariamente, la degeneración del judaísmo. Hoy en día se es testigo de una  modificación drástica en la escala de valores judíos con la introducción de otros nuevos muy ajenos a la reconocida tradición histórica: venganza, discriminación, apartheid y últimamente la perlita: proteger a judíos que cometieron delitos cuando la víctima no es judía [3].

La persistencia de las políticas de Bibi en Cisjordania terminará por enfrentar al pueblo judío en una disyuntiva con dos alternativas, una peor que otra. O el mundo obligará a Israel a dar ciudadanía a palestinos de Cisjordania con la consecuente pérdida del carácter judío del país, o mantener por la fuerza un Estado segregacionista para millones de sus habitantes con las inimaginables y dañinas consecuencias que significa confirmar aquella histórica decisión de la ONU que equiparó el sionismo al racismo.

Ojalá me equivoque...

[1] Entrevista a Erán Etzión; Hakol Diburim; Radio B Israel; 6.10.15.

[2] Un detalle al respecto se puede leer en «La epopeya de la Guerra de Independencia»; Editorial Shelaj; Tel Aviv; 1951. Ver también «Israel se emborrachó y no de vino»; Daniel Kupervaser; Editorial Dunken; Buenos Aires; 2014; pág. 157-165.

[3] «Comisión ministerial discutirá aprobación de blanqueo de construcción de colonos sobre tierras privadas palestinas»;