Hoy ya se sabe y quedó confirmado. El virus del mimetismo político con el que Shimón Peres y Ehud Barak contaminaron al laborismo israelí es muy resistente y sus perjuicios perduran por mucho tiempo. Fracasos en elecciones los tratan de compensar congraciándose con quienes formaron el gobierno, aquellos que en la campaña proselitista del día anterior fueron sus acérrimos adversarios ideológicos.
Marcelo Kisilevski, confeso partidario del programa electoral de Itzjak Herzog, nos ofreció un renovado ejemplo en un intento de reclamar responsabilidad política a determinados sectores de la denominada izquierda sionista [1].
Kisilevski resume su manifiesto con un sermón dirigido a ese sector político para que deje «aferrarse a zonas de confort. La izquierda progresista judía, sionista e israelí, de la que todavía formo parte, podría tener una función positiva esencial para la paz: ciertamente la de seguir llamando a la solución de dos Estados para dos pueblos que vivan en paz uno junto al otro, Pero también, la de advertir de modo militante, fuerte y atronador, contra el peligro del islam radical».
Si no supiera el origen del escrito, apostaría que es una cita de algún discurso de Netanyahu dirigido al mundo (no a sus prosélitos de extrema derecha) durante los últimos seis años. En su campaña de embaucar a Obama y al mundo, durante su presente visita a Estados Unidos, escuchamos repetidamente ese gastado subterfugio.
Pero Kiisilevski se diferencia de alguna manera de Bibi. Al menos, en el mismo documento y no en reuniones de camaradas, es capaz de reconocer que su declaración no es del todo concluyente. En realidad, el autor, que se ve a sí mismo «como parte de la izquierda sionista», manifiesta cierta predilección por la solución propuesta por sectores identificados claramente con la derecha, en contradicción total a su patriótico sermón.
Tras afirmar que a la derecha «no le falta parte de razón» en su política de mantener el status quo, Kisilevski afirma que «tampoco me molestaría la solución propuesta por Bob Lang, miembro del Consejo Municipal de Efrat, la 'capital' de Gush Etzión, en Cisjordania: convertir, con el acuerdo de la mayoría palestina, a todo 'Eretz Israel', incluyendo Judea, Samaria y Gaza, en 'Estado de Israel', lo que implica dos cosas: ciertamente anexar todo, pero también otorgar ciudadanía israelí plena a todos los palestinos, como la tienen ya los árabes israelíes, pues su status en el mundo, de gente sin ciudadanía alguna, tampoco es una situación normal».
Para sustentar su proyecto, el autor de la nota asegura haber escuchado personalmente de boca de numerosos palestinos su predisposición a apoyar esa idea. Hasta los llega a citar textualmente: «Queremos la ciudadanía israelí y ser fieles ciudadanos del Estado, con todos los derechos y obligaciones, para dar una mejor vida a nuestras familias».
Lo que más llama la atención es la asombrosa ingenuidad de uno de sus argumentos básicos. ¿Estará enterado que en estos días adolecentes, jóvenes y mujeres palestinas de Cisjordania salen cuchillo en mano a matar judíos a sabiendas que seguramente no retornaran vivos de su gesta? ¿Quién le puede garantizar que, arribando a un 35% del poder electoral, palestinos de Cisjordania y Gaza se comporten mayormente como fieles ciudadanos tal como los son los árabes israelíes y no ocurra exactamente lo contrario con árabes israelíes? ¿Habrá evaluado Kisilevski que sostener un gobierno con una mayoría poblacional judía sólo del 65%, o tal vez menos, demandará coalición con partidos religiosos que seguramente obligará a todos los judíos a vestirse de negro y prescindir en el futuro de restaurantes y cine los sábados?
No por casualidad el colaboracionismo tácito con posiciones de derecha que el autor de la nota da a entender le impide una seria dedicación a la colonización judía en Cisjordania.
Es cierto. Probablemente no se pueda llegar a un acuerdo con los palestinos por muchas generaciones con los riesgos que ello representa. Tampoco se debe dejar de lado los peligros del islam radical. Para ello Israel dispone de un inmenso poderío militar, tecnología y predisposición de todas las capas de la población para defender el país, tanto en el campo de batalla como en la arena mediática.
El objetivo del sionismo es un Israel judío y democrático, conviviendo en paz con todos sus vecinos. Teniendo en cuenta la constelación internacional del último tiempo y los antecedentes de sus acuerdos de paz, Israel podría lograr este propósito sólo bajo las siguientes condiciones
1- Terminar con la indecisión y fijar las líneas del armisticio de 1949 como límites oficiales de Israel.
2- Desplegar el ejército en defensa del país y la población, inclusive por fuera de las fronteras por el tiempo que sea necesario, si no hay alternativa más apropiada. La desconexión de Gaza de 2005 con la retirada del ejército israelí demostró que su despliegue en esa región sólo servía a la colonización de unos pocos judíos fundamentalistas y no aportaba nada a la seguridad de Israel.
3- Desmantelar todas las colonias judías más allá de las fronteras reconocidas.
El cumplimiento de estos requisitos no garantiza la predisposición a la firma de acuerdos de paz y probablemente Israel se vea obligado a continuar en alerta defensiva permanente. En contraposición con la desgastada imagen de hoy en día, este nuevo posicionamiento, si se lo maneja con juicio sano, podría brindar seguridad con integridad moral y ética, sin la carga de opresión y apartheid, y permitiría ser mucho más eficaz para «advertir de modo militante, fuerte y atronador contra el peligro del islam radical». Las colonias son una carga y no aportan nada a la seguridad del país.
La tecnología de misiles al alcance de cualquier principiante determinó que la exigencia de fronteras defendibles y profundidad estratégica perdieron toda validez y sólo se la usa como excusa de conquista territorial.
Todo intento de escaparse de estas limitaciones arrimará más leña al fuego del aislamiento de Israel y la culpabilidad del judaísmo como problema de la humanidad. La continuidad de la colonización judía en Cisjordania se ha convertido en un cáncer que lentamente está degenerando al judaísmo. Sólo es necesario levantar la vista y fijarse en los síntomas. El judaísmo debe preocuparse por sí mismo en extirparlo.
Barajar alternativas de un Israel como Estado único para palestinos y judíos o continuar con el status quo de Cisjordania como región bajo apartheid, no son más que recetas seguras de una próxima gran tragedia.
Ojalá me equivoque...
[1] «Responsabilidad de la izquierda sionista»; Israel en línea; 9.11.15.