En un mundo globalizado, donde las relaciones interdependientes entre actores gubernamentales y no gubernamentales de los Estados del mundo, adquieren creciente relevancia, la proyección internacional que obtuvo la problemática ambiental hace que ésta ocupe en la agenda de muchos países un rol fundamental.
Guerras por petróleo, guerras por agua, guerras atmosféricas; son éstas las cuestiones básicas que se encuentran enmascaradas detrás de una aparente guerra de culturas y religiones.
El deseo de expansión del Imperio globalizador, conlleva intrínsecamente un apetito de recursos naturales que supera los límites de sostenibilidad de los mismos.
Sabemos que las cuestiones ambientales, en términos generales, van más allá de los límites geográficos y políticos de los países. Muchas de ellas tienen que ser resueltas por el conjunto de países que comparten un mismo recurso.
Donde existen grandes y preciados recursos naturales, en especial agua, petróleo, y ahora gas, hay y se desencadenarán conflictos bélicos, de acuerdo con predicciones y estudios hechos por la UNESCO, institución que también establece que, para la segunda mitad del siglo XXI, las guerras por el petróleo - elemento natural escaso -, cederá paso a enfrentamientos por agua, como consecuencia de la escasez de este recurso en diferentes lugares del mundo.
El agua se está convirtiendo en fuente de conflictos, en la medida en que es privatizada y, consecuentemente, transformada en mercancía. Los combates entre israelíes y palestinos, se deben en gran medida - y entre otras cuestiones -, a conflictos generados por la apropiación del recurso hídrico y el petróleo.
Un ejemplo es el del Río Jordán, que es compartido por varios países: Israel, Jordania, Siria, Líbano y la Autoridad Palestina (AP), puesto que la agricultura de esta región, especialmente la de Israel a escala industrial, requiere de este medio fluvial.
Un dato importante a saber, es que sólo el 3% de la cuenca del Jordán se encuentra en territorio israelí, el resto, en los demás países que lo comparten.
La geopolítica del agua surge precisamente por el desigual reparto de las reservas, y porque se trata de un bien valioso y escaso. Justamente por estas características, se intensifica lo que se dio en llamar «el predominio de la hidropolítica» y, como consecuencia, la aparición de los conflictos internacionales.
Estos hechos no son nuevos, ya que el conflicto bélico de 1967 - la Guerra de los Seis Días -, que se desencadenó en la región fue, en efecto, una guerra por el agua de las Alturas del Golán, del Mar de Galilea (Kineret), del Río Jordán y de Cisjordania.
Ya en la Cumbre de la Tierra, realizada en Río de Janeiro en 1992, se pusieron de manifiesto los conflictos existentes en Oriente Medio, entre Israel y los países árabes, como consecuencia del predominio de los recursos hídricos.
Cuando aparecen este tipo de enfrentamientos, finalmente se toma en cuenta que los recursos naturales ya no son ilimitados ni reproducibles en forma continua, mientras que el desarrollo económico tiene límites insuperables, constituidos por la tolerancia y la compatibilidad ambientales.
La agresión mediática y militar contra Siria está directamente relacionada con la competencia mundial por los recursos energéticos. En momentos en que asistimos al derrumbe de la eurozona, en que una grave crisis económica llevó a Estados Unidos a acumular una deuda que sobrepasa los 14,940 billones de dólares, en momentos en que la influencia estadounidense declina ante las potencias emergentes que conforman el BRICS, se hace evidente que la clave del éxito económico y del predominio político reside principalmente en el control de la energía del siglo XXI: el gas. Y Siria se convirtió en blanco precisamente puesto que se halla en medio de la más importante reserva de gas del planeta.
Entonces bien podemos decir que si el petróleo fue la causa de las guerras del siglo XX, hoy estamos viendo el surgimiento de una nueva era: la de las guerras del gas y el agua.
En el mundo, la pobreza, la inestabilidad económica, la gran densidad poblacional y las malas políticas hacen que, lamentablemente, para la subsistencia se disponga en forma inmediata, caótica e irracional de los recursos naturales existentes hasta su agotamiento.
Por lo tanto, se debería manejar la sustentabilidad para garantizar no sólo la paz, sino una mejor calidad de vida en el presente, con una equitativa distribución de los recursos, que permita la continuidad de la vida futura.