Echarle la culpa al cambio de siglo de las transformaciones sociales es sólo un lugar común universal. El almanaque no rige la realidad, sólo mide el tiempo en que los hechos ocurren. Los que producen esas transformaciones son los factores tecnológicos o evolutivos que influyen decisivamente en el comportamiento colectivo de los seres humanos. Y esos factores se dan en 2015, en 1968, en 1945 o cuando sea.
Ahora estamos ante un cambio en el paradigma de la política en Argentina y Venezuela.
Durante muchos años el poder en estos dos países necesitó de manifestaciones. Grandes multitudes que llenaban plazas señaladas de las ciudades donde sucedían. Unas veces eran marchas itinerantes y otras simples reuniones estáticas.
Y así, por medio de manifestaciones, presidentes, generales, ministros, obispos o gobernadores, mejoraban o empeoraban su capital político.
Por supuesto que eso no es exclusividad argentina ni venezolana ni latinoamericana, pero en Argentina y Venezuela desde hace ya mucho tiempo se vienen usando la Plaza de Mayo de Buenos Aires y el Palacio Miraflores de Caracas para esos mítines públicos a favor o en contra de quien esté instalado/a en la casa del poder.
Bueno, parece que eso se acabó hace más o menos tiempo en otros lugares del mundo civilizado y que quedaron algunos a los que la ola llega con retraso. También en estos días le tocó a Argentina y a Venezuela dejar de ser presas de manifestaciones que ya no mueven la aguja de ningún barómetro.
Algo de eso sufren Cristina y Maduro con sus arengas en cadenas nacionales o en un programa semanal propio de televisión, que en alguna medida pueden haberlos engañado como se engaña cualquiera cuando cree que todo el mundo piensa del mismo modo que su círculo social más cercano.
Pero las manifestaciones no son la única realidad que ya no mueve la aguja de los barómetros de la política. Tampoco la mueven la bronca ni los grandes discursos.
Hasta Néstor Kirchner y Hugo Chávez el fenómeno dio resultado, pero con Cristina y Maduro dejó de darlo. Pasaron casi sin darse cuenta del Club de la Pelea a la Era del Consenso.
Antes los dominaban con la furia y hoy los convencen los «mansos». Ya no funciona imponerse, ahora se trata de «seducir». Antes se apelaba a las pasiones, ahora al sentido común que, como decía Facundo Cabral, es el más común de los sentidos. Antes se seguía a las personas y ahora se buscan ideas, que no es lo mismo que ideales ni que ideologías.
Algunos expertos dicen que se trata del fin del populismo y quizá sea cierto, pero parece que lo que seguro se acaba es el personalismo de corte autoritario que se servía de la democracia para atentar contra ella.
A partir de ahora, el justicialismo y el chavismo tienen la oportunidad histórica de refundarse como partidos democráticos y republicanos, sin dramas cuando hay que alternarse en el poder porque el soberano lo decide, y respetuosos de las reglas de juego y de la ley que rigen para todos, también para ellos.
Tendrán que dejar de ningunear a sus contrincantes ocasionales y deberán tolerar pacíficamente otros modos de pensar, sean quienes sean las mayorías y las minorías.
Lo mismo va para los que estarán en el poder, que además deberán cuidarse de caer en revanchismos y venganzas que no llevan a nada bueno. El que otros cometan o cometieron tropelías no habilita a nadie a cometerlas también.
Entonces Argentina y Venezuela habrán entrado en el siglo XXI, aunque éste sea un lugar común universal.