Israel Israeli es un tipo respetado en el Estado judío. Hay gente que lo admira e imita. Hizo una fortuna en negocios que son medio transparentes y medio no. Él dice que es muy honrado y que nunca mató a nadie ni tampoco ordenó una muerte.
Israel Israeli anda siempre apurado pues sus negocios no admiten pérdida de tiempo. Su chofer es un as del volante. Para él no cuentan los semáforos. La lentitud del tránsito no es un obstáculo porque siempre encuentra la forma de cómo pasar a los demás. No importa si se sube a la acera de una avenida céntrica de Tel Aviv o va medio atropellando a alguien.
Israel Israeli es muy aseado. Su limusina nunca tiene basuras, porque tira los papeles y desperdicios por la ventanilla. Dice que para eso mismo está la municipalidad y su obligación de mantener las calles limpias.
Un amigo de su antiguo barrio le vende licores selectos. El otro día le vendió una caja de un champán francés del más fino y caro.
Israel Israeli se compró un duplex, con penthouse incluido, en la City de Ramat Gan, a una cuadra de Tel Aviv, donde viven los ricos. Se jacta de organizar buenas fiestas que duran hasta la madrugada del día siguiente.
Sus amigos son personajes influyentes de la economía, la política y la prensa. Es muy astuto, vigoroso y vivz, decían de él cuando era joven. Ni de cerca era el mejor de la clase, pero pasaba de año gracias a su carisma y capacidad de improvisar.
Su última fiesta le dejó un sabor de triunfo pues un señor del barrio le fue a solicitar que hiciera bajar el volumen de la música porque tenía un familiar enfermo.
«Imagínate», contaba, «era mi cumpleaños; tenia al mejor disc jockey de la ciudad cuando la fiesta estaba en lo mejor, todos medio chupados, hombres y mujeres moviéndose lasciva y sensualmente, y yo que le baje el volumen. Ni loco. El señor se encabronó; llamó a la policía y vinieron dos agentes a obligarme. Felizmente vieron quiénes eran algunos de mis invitados, pidieron disculpas por la molestia, tomaron un drink y se fueron. Ni que fuera un terrorista. Hay que aumentar los precios por esta zona; ya no te dejan vivir tranquilo».
Israel Israeli dice que es un buen ciudadano, pero se considera un acróbata. Siempre anda en el límite de todo. Paga a sus empleados lo menos posible, cualquiera que sea el tiempo de trabajo y la responsabilidad que tengan. «¿Qué prefieren?, ¿quedarse sin empleo en estos momentos, o por lo menos recibir ese sueldo que les alcance para comer?»
Tiene un contador que es un mago para las finanzas. Conoce todos sus secretos y a él sí le da buen sueldo. Se ahorra bastante dinero pagando menos impuestos así tenga que hacer alguna movida que no sea tan legal, pero paga. Al fin y al cabo, dice Israel Israeli, para que el Gobierno se gaste la plata en más y más burocracia, yo uso mejor mi dinero.
Esta especie autóctona del Estado hebreo no está en extinción. Al contrario, tiene cada vez más seguidores.