En Basilea fundé el Estado judío, escribió Herzl hace 120 años. En AIPAC consolidé el poder judío, dio a entender Netanyahu en la última década.
Las urnas estadounidenses determinarán en noviembre quién será el próximo inquilino de la Casa Blanca en Washington. No importa quien sea el agraciado, todo lo relacionado con la orientación de su política exterior en Oriente Medio, y tal vez mucho más, ya quedó establecido en la última convención anual de AIPAC hace unos días atrás.
Los candidatos a sustituir al actual presidente en el despacho oval, con financiación propia o dependiendo de contribuyentes, todos supieron captar el origen de la amarga experiencia de su antecesor y se prepararon adecuadamente. Obama estimó ingenuamente que podría convencer fácilmente a su paralelo israelí de la necesidad de resolver el conflicto con los palestinos orientado por la solución de dos Estados en base a los límites de 1967. Obviamente, la falta de evaluación adecuada de su inferioridad frente a Bibi y AIPAC lo llevó a un estrepitoso fracaso.
Hoy está claro para todo el mundo que la propuesta de Obama quedó congelada por décadas o generaciones en un freezer cuyo control está en manos de Netanyahu. En un gesto provocativo, por cada ataque terrorista importante en cualquier lugar del mundo el primer ministro israelí aprovecha la oportunidad y baja aún más la temperatura del congelador.
Como en un espectáculo grotesco, las últimas jornadas anuales de AIPAC se convirtieron en lo más parecido a una competencia de payasadas circenses. Los contendientes, nada menos que candidatos al liderazgo de la primera potencia del mundo, invirtieron denodados esfuerzos por congraciarse con la fuente de poder. Una y otra vez volvían a repetir gastadas pero prometedoras consignas en favor de Israel para regocijo, aplausos y ovaciones de los presentes.
Llegaron hasta burlarse y humillar al actual presidente, símbolo del poder en el país del norte. Fue tan grosero, que los organizadores se vieron obligados a salir públicamente a pedir disculpas. Pobre ese pueblo que tiene que ver a la mayoría de sus candidatos a presidente arrodillados ante intereses foráneos.
Todo el proceso eleccionario se encaminaba tranquilamente, con alternativas sobrias, y, sobre todo, bajo control de Bibi como es el caso de Cruz, Rubio, Jeb Bush o Hillary Clinton. La irrupción repentina y muy prometedora por el momento de Donald Trump, creó una gran incertidumbre y trajo a discusión serios interrogantes sobre posibles entendimientos futuros entre Israel y este excéntrico y despreciado personaje.
El reconocido analista israelí Uri Shavit no desperdició ninguna aguda alusión para prevenir a los judíos de las trágicas consecuencias de una posible colaboración con este candidato. «En este momento se debe gritar a viva voz: judíos, cuídense de Trump. Tengan cuidado de su nacionalismo radicalizado. Cuídense de su racismo descarado. Protéjanse de su populismo violento. A lo largo de toda la historia demagogos que instigan y encienden el odio como Trump se convirtieron en los enemigos más peligrosos de los judíos» [1].
Las alertas de Shavit, como la de muchos otros judíos muy preocupados por esta posibilidad, tienen mucho valor ético, pero son totalmente desechables. Esa posición demuestra un total desconocimiento de la escala de valores que el judaísmo moderno, guiado por gobiernos israelíes, enraizó los últimos tiempos. Si el objetivo más apreciado es mantener la conquista y control de Cisjordania, según rabinos y políticos está permitido colaborar hasta con el diablo. Sólo hay que encontrar los pretextos y justificativos adecuados.
Como es de público conocimiento, el gobierno del Estado judío se codeó y coqueteó, sin mayores problemas de conciencia, con la junta militar que tomó el poder en Argentina en 1976 y se convirtió, según la DAIA, en «la dictadura más criminal y sanguinaria de la historia argentina» …. responsable de «crímenes cometidos por el terrorismo de Estado» [2]. Las relaciones de Israel con Pinochet, el brutal dictador de Chile, también se caracterizaron por una gran intimidad.
Con estos antecedentes, Netanyahu, el primer ministro del Estado judío, muy probablemente no encuentre ningún motivo para prescindir de la descomunal ayuda del servilismo estadounidense o de un abrazo, inclusive con un presidente con claras concepciones demagógicas, fascistas y racistas y comportamiento de pirómano político.
Sin ninguna relación con el resultado de las elecciones en Estados Unidos, ya está asegurado que durante los próximos 4 u 8 años el conflicto palestino-israelí será administrado bajo la conocida receta «more of the same».
La colonización civil judía en Cisjordania continuará a pasos agigantados. En 2015 Bibi declaró que casi paralizó la construcción de nuevas viviendas para judíos en la región, pero la realidad fue muy distinta. Según datos oficiales, en ese año esa actividad se incrementó en un 26,2% respecto del año anterior, mientras que en todo el país creció sólo en un 3,9% [3].
Pese a su postura crítica y opositora a las colonias judías, Estados Unidos continuará como el principal respaldo estratégico y fuente financiera de la conquista israelí. Como fiel perro guardián que cuida a su patrón, siempre estará dispuesto a morder a cualquiera que pretenda poner en tela de juicio el Apartheid israelí en Cisjordania, que él mismo reconoce su bochornosa existencia y que necesariamente se agudizará.
Pero se debe tener presente otra seria implicación. Netanyahu se quiere subir a la corriente e intenta convencer al mundo que el terror palestino es una sección más del terrorismo yihadista. En la práctica, el argumento de Bibi es muy poco convincente, por supuesto, fuera de políticos interesados como los nombrados candidatos presidenciales estadounidenses.
Todo lo contrario. La receta «más de lo mismo» conlleva necesariamente el proceso de globalización y generalización de dos síntomas centrales del conflicto palestino-israelí. Por un lado, se multiplica la comprensión y justificación de la rebelión palestina, no por sus medios, sino por sus objetivos: liberarse de la opresión israelí. Por el lado opuesto, y de forma paralela, países y sociedades del mundo criminalizan cada día más a Israel y los judíos por la ocupación y opresión de palestinos en Cisjordania.
La decisión europea de etiquetar productos israelíes procedentes de Cisjordania y la última resolución del Consejo de Derechos Humanos son un buen ejemplo. Esta institución de la ONU determinó la confección de una lista negra de empresas israelíes que «colaboran» con la colonización judía en territorios conquistados en 1967. La medida fue aprobada por el voto de 32 países frente a 15 abstenciones y ninguna oposición [4]. Las llamativas abstenciones de históricas democracias europeas, junto al voto a favor de países como Suiza, India, China, México y Panamá, entre otros, suena mucho más fuerte que la alarma de la caja fuerte de un banco.
En 2016 Israel festejará sus 50 años de vacas gordas de la colonización de Cisjordania. Retrospectivamente, esa ceremonia puede convertirse en la primera velita de los próximos 50 años de vacas flacas.
Ojalá me equivoque...
[1] «Judíos, cuidado con Trump»; Uri Shavit; Haaretz; 24.3.16.
[2] «Declaración de DAIA en 40 aniversario de golpe militar»; 22.3.16.
[3] «Informe de Oficina Central de Estadísticas de Israel»; 23.3.16.
[4] «Resolución A/HRC/31/L.39; Consejo de Derechos Humanos; ONU; 24.3.16.