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Egipto ¿Revolución o contrarevolución?

Finalmente el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de Egipto fijó la fecha del 28 de noviembre para el inicio del proceso de elecciones para el Parlamento. Más tarde, el 29 de enero de 2012, se iniciarán los comicios para la Cámara Alta o Consejo de la Shura, después de los cuales, a fines de marzo, un comité habrá de trabajar en la redacción de una nueva Constitución.

Según las estimaciones del Consejo Supremo, cuando el Comité concluya su labor en unos seis meses, se realizarán las elecciones presidenciales, presumiblemente en setiembre del año próximo.

¿Aseguran estos anuncios que el proceso democrático está firmemente encaminado y que dentro de un año Egipto vivirá en un régimen de democracia plena?

Hay muchísimas dudas al respecto. Un artículo del "Guardian" londinense (26.9.11) se titula "La revolución del pueblo egipcio ha sido secuestrada por el ejército" y su autora es Soumaya Ghannouchi, cuya foto con un velo pone bien en claro que es una musulmana devota.

El subtítulo del artículo es inquietante: "Torturas, leyes de emergencia, arrestos masivos y elecciones postergadas, esto es lo que los generales egipcios quieren decir cuando dicen que protegen la democracia".

Hay muchos datos interesantes en el texto. La autora escribe: "La luna de miel entre los militares y los manifestantes no duró mucho tiempo. La plaza Tahrir, que en su momento fue escenario de jubilosas celebraciones, se convirtió en un campo de batalla cuando el ejército se movilizó para dispersar a los activistas golpeándolos con bastones e incluso disparando con munición viva, lo que produjo muchas bajas. Cientos fueron arrojados a las cárceles. Entre el 28 de enero y el 29 de agosto, casi 12.000 civiles fueron juzgados por tribunales civiles, muchos más de los que Mubarak llevó a juicio en 30 años de dictadura. La tortura por parte de la policía y del personal militar está muy difundida, y hay centenares de informes acerca de golpizas, shocks eléctricos e incluso violaciones".

En otro pasaje del artículo, la autora señala que "pocos días después de asumir el poder, el Consejo Supremo comenzó a hablar en tono fuerte, declarando que no habría de tolerar huelgas, piquetes o "cualquier medida que afecte la seguridad del estado". El ejército fue aún más lejos, imponiendo una prohibición a las protestas públicas, pero esto sólo fortaleció la determinación de los activistas, como lo atestiguan las frecuentes manifestaciones en la plaza Tahrir".

Con ello, Ghannouchi no cree que los militares deseen retener todo el poder. Ella estima que los generales saben que no pueden volver a 1952 cuando los "oficiales libres" se apoderaron del gobierno y controlaron la vida política durante dos décadas. Pero no están dispuestos a retirarse a sus barracas sin tener una clara primacía en cuestiones vitales de política interna y externa tales como decisiones estratégicas, distribución de presupuestos y sobre todo, no interferencia civil en el ejército.

Significativamente, en la propia prensa oficial egipcia, que vive un período de relativo liberalismo, se publican conceptos similares. Por ejemplo, un artículo en "Al Ahram Weekly" (22.28.9.11) escrito por Azmi Ashour y titulado "¿Retroceso a una tiranía?" acusa al ministerio del Interior de repetir los errores del pasado, de instrumentar provocaciones contra manifestantes liberales y de utilizar abusivamente tácticas represivas. En particular, critica la conducta oficial en el ataque a la Embajada de Israel, que primero fue claramente alentado por la manifiesta pasividad de las fuerzas de seguridad y finalmente fue aplastado con mano dura. El autor sostiene que el episodio cuestiona al gobierno de transición y plantea el interrogante ¿se trata de un intento de ir hacia la democracia o de reinstalar el despotismo?"

Por su parte, el especialista en Oriente Medio, Daniel Pipes, en su nota publicada en el Nacional Post Online (28.9.11), considera que el liderazgo militar egipcio realizó una maniobra brillante con el ataque a la Embajada de Israel en el Cairo, obteniendo ventajas en siete campos diferentes: 1) El asalto ganó para el régimen el apoyo de los islamistas locales. 2) Desacreditó a los manifestantes liberales. 3) Permitió a los militares derrotar a su rival interno, el primer ministro, quien primero renunció y luego volvió desprestigiado a su cargo. 4) Justificó un eventual retorno a una ley marcial más estricta que la impuesta por Sadat en 1981, de acuerdo a lo sugerido por el ministro de Información, Osama Heikal, por la televisión. 5) Generó nuevas presiones para que Israel haga concesiones a Egipto. 6) Elevó el prestigio del jefe del Consejo Supremo, Tantawi, en los países árabes musulmanes. 7) Recordó a Occidente que necesita a Tantawi para contener a los islamistas.

 La conclusión de Pipes es que este teatro tan bien escenificado confirma que los militares siguen teniendo el poder en Egipto y continúan utilizando tácticas de engaño familiares desde 1952, mientras los liberales y los islamistas sólo son participantes secundarios en este gran juego.

Otros observadores creen que la onda islamista podría terminar por hacer a un lado el poder militar llegando a una dictadura aún mucho más dura que la de los uniformados. Por ejemplo, un artículo en la influyente revista alemana "Der Spiegel" (28.9.11), firmado por Clement Höges y Thilo Thielke, analiza el retorno de los islamistas en el Norte de Africa y considera que representan un peligro muy real para la democracia tanto en Libia como en Túnez y en Egipto. Los autores estiman que al igual que el partido islamista Nahda en Túnez, la Hermandad Musulmana, ahora llamada Partido de la Libertad y la Justicia en Egipto, podría obtener en elecciones libres hasta un 30% de los votos. Los autores recuerdan que los salafistas, que son conservadores más extremos y agresivos que los Hermanos Musulmanes, también han formado varios partidos, y que ambas corrientes islámistas se unieron en una gran manifestación en la plaza Tahrir reclamando un estado islámico.

Nadie tiene una idea clara de qué arraigo popular pueden llegar a tener las fuerzas liberales y la izquierda frente a los islamistas y los conservadores en caso de que finalmente se realicen elecciones realmente libres en Egipto. Las incertidumbres son muchas. Lo único claro es que celebrar el triunfo de una revolución democrática en Egipto así como en Túnez y en Libia es algo muy prematuro.