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Alianza de juntas

La verdad es que a nosotros nos gustan las juntas militares. En el mundo árabe, en Chile o Argentina. Hablan un mismo idioma; sus intereses son estrechos y específicos; están seguras que sin ellas sus países se perderían en el caos y que la democracia es una receta para el colapso del país.

De repente nos enteramos que Egipto está gobernado por una junta militar. Nos sorprendimos además ante el descubrimiento de que, después de 33 años de paz, el acuerdo lo firmamos con un dictador, y de que luego proseguimos nuestras relaciones con otro dictador que le sucedió a aquél tras su asesinato. Ahora esta paz está a punto de colapsar porque el dictador desapareció dando paso a la junta.

Ahora Israel está preso del miedo y la inquietud, contando los días hasta que el acuerdo de Camp David con Egipto termine de desplomarse. En Israel, el acuerdo de paz se percibe como un preludio de guerra. Aun cuando pasaren otros 100 años después de su firma, seguirá resultando una amenaza.

He aquí una posible solución: en lugar de alterarse cada mañana ante las declaraciones por parte de Egipto con respecto a una reevaluación de los Acuerdos de Camp David, y en vez de esperar con temor el momento en que Egipto habrá de exigir formalmente que los acuerdos sean modificados, Israel debe cancelar los tratados de paz con Egipto y Jordania hasta que esos países cuenten con una verdadera democracia o una dictadura real de la clase de aquellas con las cuales Israel sabe cómo colaborar.

A nosotros, por supuesto, nos gustaría mucho ver una junta militar gobernando en Egipto, al mando del general Tantawi, encargada de la administración de todos los asuntos y ocupada en evitar que la Plaza Tahrir decida quién dirigirá el país. La paz con los ciudadanos egipcios resulta mucho más cara que la paz con una junta o con un dictador. La población exige paz con los palestinos, retirada de territorios, demarcación de fronteras y todo el resto de exigencias que los dictadores declaran a diario de la boca para afuera. Pero, ¿cómo es posible seguir viviendo en paz con una junta militar que responde a la voz de la calle?

La verdad es que a nosotros nos gustan las juntas militares. Nos encantó aquella junta en Turquía que nos compró aviones Drone, mejoró sus tanques y colaboró con nosotros en tareas de inteligencia. Pero ahora el país está dirigido por una junta civil, islámica, elegida democráticamente. Y, una vez más, la sorpresa: Resulta que incluso una democracia no es la solución mágica. Es hasta peligrosa para las relaciones entre países. En Egipto, nos gustaba Hosni Mubarak porque era parte de la institución militar, y también nos gustó Anwar Sadat, su predecesor. El rey Hussein se basaba en su ejército, y cuando firmó el acuerdo de paz con Israel no tuvo que consultarle al pueblo jordano.

Nos gustaron las juntas militares en el mundo árabe, en Chile, Argentina y Etiopía. Las juntas militares hablan un idioma similar. Se entienden entre sí; sus intereses son estrechos y específicos; se muestran desdeñosas con respecto a la población civil, seguras de que sin ellas sus países se perderían en el caos, y de que la política civil - la democracia - sólo constituye una receta para el colapso del país. Las juntas operan en nombre de un deseado valor supremo en relación a todos los demás: la seguridad. Los otros valores - educación, salud, servicios sociales, derechos civiles - pueden existir solamente si la junta garantiza la seguridad.

"La nación y el ejército juntos", exclamaban los manifestantes en la Plaza Tahrir.

A nuestra junta le encantaría que el Bulevar Rothschild estallara como una burbuja. Civiles con gafas redondas, pantalones tres cuartos, sin haber servido en el ejército algunos de ellos, otros fumando hierba ilegal, quitarían entonces sus manos de la alcancía de la junta, y dejarían de interpretar, sin ningún tipo de autoridad, el sagrado presupuesto, especialmente las partidas asignadas en materia de defensa.

Nuestra junta pretende que el pueblo levante banderas rojas como aquellas de la Plaza Tahrir, gritando: "La nación y el ejército juntos", pero de acuerdo con su propia interpretación. El pueblo no tiene por qué meter sus manos en los bolsillos del ejército.

La diferencia entre Egipto e Israel consiste en que aquí hay dos juntas militares: la nombrada y la elegida. Una da forma a la política interna del Estado a través del enorme presupuesto que reclama para sí; otra se dedica a aprobar tales presupuestos para su gemela. Una marcha decididamente a la guerra para defender a la patria; otra determina cuáles son aquellas fronteras de la madre patria que el ejército debe defender.

En Egipto, la junta militar no se enmascara a sí misma, aun cuando se traslada a los ministerios. Quienes llevaron un rango militar durante su vida se muestran orgullosos de tal condición también como "civiles".

En Israel, de estas dos juntas, una usa uniformes y rangos, y la otra, trajes y corbatas, pero son los mismos generales. He aquí otra revelación: esa misma junta militar que ahora gobierna Egipto no habría sido capaz de tomar el control de no ser por el motín de civiles que derrocó al régimen anterior. Egipto no padeció una revolución militar, sino una civil. El ejército fue quien les tendió una mano a los civiles.

Pero se trata de Egipto, y Egipto nunca ha servido de modelo para nosotros. Después de todo, es una dictadura.

Fuente: Haaretz - 2.9.11
Traducción: http://www.argentina.co.il