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El problema de setiembre en la ONU

Israelíes y palestinos deben abrazar la opción negociadora, sentarse sin proclamaciones, sin límites ni promesas para terminar con el conflicto. Cada uno tendrá sus líneas rojas, algunas legítimas y otras no. Que las presenten habiendo aclarado antes a sus pueblos que el fracaso no es opción.

La Autoridad Palestina se dispone a pedir en setiembre a la Asamblea General de la ONU, que reconozca un Estado palestino independiente en las líneas de 1967, o sea en la totalidad de Cisjordania y la Franja de Gaza. Este es el esfuerzo diplomático al que ha estado abocado el liderazgo palestino desde hace varios meses.

La alternativa - volver a la mesa de negociaciones para crear en realidad ese Estado que aún no existe - ha sido dejada de lado en la práctica, aunque oficialmente se alega que es la preferida, pero que "las condiciones" de Israel lo hacen imposible.

El problema es múltiple. No hay de por medio una amenaza existencial para Israel y esto tampoco es la bomba nuclear que busca Irán. Pero no deja de ser una situación sumamente compleja.

En primer término, si la vía es acudir a la ONU para que imponga a Israel algo que debería ser resuelto en la mesa de negociaciones, de hecho se está dando por terminado oficial y formalmente el proceso de tratativas. Es cierto que está estancado hace años y que ambas partes tienen legítimas quejas. Pero si en la práctica se busca la alternativa al diálogo, y encima en una organización en al cual los palestinos saben que tienen mayoría automática contra Israel, no se está aportando a su reanudación.

Si la ONU da a los palestinos lo que debería ser el resultado de negociaciones, o sea el reconocimiento a su independencia ¿para qué van a volver a negociar en un marco en el que no sólo recibirían sino también tendrían que dar, que hacer concesiones?

Y es un error pensar que Israel es el único que tiene en qué transar. Es verdad que los territorios son el tema central, pero son varios los que está en disputa en la agenda bilateral, en los que es clave que no sólo Israel sino también los palestinos muestren flexibilidad.

Está también la consideración práctica. Cabría esperar que si lo que los palestinos desean es mejorar su situación y no simplemente complicar la de Israel, comprendieran que con un reconocimiento que no sea compartido por el Estado judío, no lograrán nada concreto. Es cierto que Israel se vería en nuevas complicaciones si queda como quien no acata una resolución de la ONU y como quien ocupa territorios de un Estado reconocido internacionalmente. ¿Pero acaso cree la Autoridad Palestina que la incomodidad de Israel al respecto le haría retirarse a las líneas del 67?

Recordemos que en las limitaciones que ha puesto Netanyahu de cara a un acuerdo con los palestinos, no entran en juego sólo consideraciones ideológicas, históricas y religiosas, sino también las relacionadas con la seguridad. Y en eso, no lo imaginamos transando rápidamente.

Hay por supuesto muchas diferencias no sólo de estilo sino también de fondo en la visión del gobierno y de la oposición en Israel. Pero no imaginamos ahora a ningún gobierno encabezado eventualmente por el partido opositor Kadima o por el laborismo, que acepte retirarse a las líneas previas a la Guerra de los Seis Días, o sea las del armisticio de 1949, mal llamadas "fronteras del 67". El hablar de lo que significaría devolver a Israel a un ancho, en algunos puntos, de 14-15 kms, de Tel Aviv, Jerusalén y el aeropuerto internacional Ben Gurión al alcance de los misiles de Hamás, no es un mero intento del gobierno actual de "asustar" para no hacer concesiones sino la manifestación de un auténtico motivo de preocupación.

Otro punto complejo en el planteamiento ante la ONU es que si realmente se aprueba lo que se supone será el pedido palestino, y el organismo mundial reconoce a dicho Estado en las "líneas del 67", se estaría bloqueando el camino a los propios palestinos para poder transar.

Supongamos que en determinado momento el presidente Abbás comprende que el apoyo de la ONU no le resuelve los problemas ni tampoco le da en la práctica un Estado independiente, y que decide entonces que a pesar del reconocimiento, quiere volver a negociar para traducir esa votación internacional en un acuerdo con Israel. Abbás sabe que Israel no volverá a las líneas del 67, no habrá una retirada total; no la aprobará la derecha ni la izquierda. ¿Pero podrá él aceptar en negociaciones serias, en las que comprende que también debe transar y ser realista, menos de lo que la ONU le otorgue a los palestinos? Sería un suicidio.

Estos días se publicaron en la prensa israelí informaciones según las cuales fuentes palestinas no identificadas, manifestaban dudas respecto a los planes de cara a setiembre. Daban a entender que el propio presidente Abbás dudaba, pero no sabía cómo bajarse del árbol debido a las fuertes presiones de diferentes círculos palestinos.

Cabe esperar que halle la forma de hacerlo. No para evitar incomodidades a Israel, sino para salvar el proceso de paz hoy casi moribundo.

Pero si logra hacerlo, ambas partes, los palestinos e Israel, deben abrazar con determinación la opción negociadora, sentarse sin grandes proclamaciones, sin límites ni promesas, para terminar de una vez con el conflicto.

Cada uno tendrá sus líneas rojas; algunas legítimas, y otras no, con respecto a Jerusalén, fronteras, refugiados, reconocimiento de Israel como Estado judío, asentamientos y seguridad. Que las presenten, pero cara a cara, al máximo nivel, habiendo aclarado antes a sus pueblos que el fracaso no es una opción.

Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay