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¡Se acabó!

Netanyahu ha concluido su mandato como primer ministro. Ahora todo es cuesta abajo hasta las próximas elecciones, sin ningún logro en su haber y sin una agenda definida, sólo dedicando su tiempo a la compra de calma política y al desvío de la presión diplomática.

En lugar de emprender y dirigir, Bibi habrá de comprometerse en infructuosas acciones de dilación hasta que su caída del poder se cumpla totalmente.

El desconcierto y la parálisis pudieron notarse durante la entrevista que Netanyahu mantuvo hace unos días con Canal 10 en el patio de su residencia oficial en Jerusalén. Allí violó la primera regla de la vida política: cuando no tienes nada que decir, mejor guarda silencio. El primer ministro acudió al reportaje carente de un nuevo mensaje por enunciar, sin un camino a seguir, y lo que hizo fue perder su tiempo en el aire tratando de disipar aquel argumento que lo rebaja ridículamente a la condición de un trapo viejo del ministro de Exteriores, Avigdor Liberman, y de su propia esposa, Sara.

Cuando Bibi concede una entrevista como esa, a mediados de la semana, es una clara señal de que su situación no se está despejando todo lo que quisiera y de que nadie está dispuesto a respaldarlo mientras esté al aire. El anuncio de la dimisión de su asesor de comunicaciones, Nir Hefetz, dos horas después de la transmisión, no hizo más que reforzar la impresión de que Netanyahu está verdaderamente aislado, sin nadie más que pueda hablar por él públicamente.

En las últimas dos semanas, durante el período previo a la votación del último presupuesto de su actual gobierno, Netanyahu ha sido maltratado por sus compañeros de coalición. Como es su costumbre, trató de satisfacer a todos. A Liberman le otorgó la ley de conversión del ejército; a Eli Yishai, de Shas, becas para estudiantes de seminarios rabínicos, y a Ehud Barak, de los Laboristas, más dinero para el presupuesto de defensa.

Cada derrota reforzó la impresión de que a Bibi lo estaban llevando de la nariz. Dos veces se vio forzado a anunciar que las declaraciones diplomáticas por parte de Liberman y del ministro de Defensa Barak "no representan la posición del gobierno", después de que Barak decidiera dividir Jerusalén y Liberman afirmara que cualquier acuerdo de paz definitivo llevaría inmediatamente a una ruptura de la coalición.

Netanyahu sólo puede culparse a si mismo por su pesarosa situación actual. El punto de ruptura donde comenzó su colapso se produjo el verano pasado cuando rechazó la oferta de la líder de Kadima, Tzipi Livni, de unirse al gobierno en el lugar de Liberman. Netanyahu prefirió mantener a Livni como cabeza de una aturdida oposición, por sobre la amenaza de Liberman, capaz de robarle el electorado de derecha proveniente de su partido, Likud.

Si hubiera sabido canalizar el valor que se necesita para reconfigurar su coalición y participar en un proceso de paz intensivo con los palestinos, la presión internacional sobre Israel hubiera disminuido y el primer ministro habría forjado entonces toda una reputación de líder y pionero. Sin embargo, Bibi se refugió detrás de sus "socios naturales", Liberman e Yishai, y detrás de sus amigos republicanos en el Congreso de EE.UU, rechazando la iniciativa del presidente Obama para acelerar las negociaciones sobre las futuras fronteras entre Israel y el Estado palestino.

Netanyahu venció a Obama, pero, en cambio, logró provocarse a si mismo una doble derrota. No sólo se quedó sin una agenda, sino que también terminó mostrando una imagen de debilidad, lo que alentó a Liberman a abusar de él públicamente.

Bibi atribuyó su fracaso en su primer mandato como primer ministro a su reticencia a formar un gobierno de unidad nacional. Es una pena que no haya aprendido la lección, empecinándose en el mismo error durante su actual administración. El ridículo argumento de que la alianza política con Barak constituye una especie de gobierno de unidad nacional no ha logrado convencer a nadie. El destrozado Partido Laborista no es un contrapeso a los partidos de la coalición de derecha. Netanyahu fingió por un momento representar el centro político cuando abrazó el concepto de dos Estados para dos pueblos y congeló la construcción en los asentamientos de Cisjordania. Pero en el momento de la verdad permaneció en su ambiente natural con la extrema derecha.

En un momento de candor durante la pasada entrevista, Netanyahu se quejó de que estaba siendo juzgado por el estancamiento diplomático y de que sus logros económicos estaban siendo ignorados. "Los palestinos", dijo, "no están dispuestos a avanzar hacia la paz, por lo que el país todo se encuentra atascado". Si eso es así, el presidente palestino, Mahmud Abbás, ha tenido éxito en su plan para no hacer nada hasta que la presión internacional socave por completo a Netanyahu. ¿Qué puede hacerse? Los primeros ministros israelíes son evaluados en base a su éxito en la solución del conflicto con los árabes en lugar de su devoción al status quo.

A partir de ahora, la agenda está cambiando. En lugar de cultivar falsas esperanzas de un acuerdo de paz, el esfuerzo internacional debe orientarse hacia el impedimento de una guerra. Netanyahu se muestra cauto en el uso de la fuerza militar, pero los años de elecciones siempre han sido propensos a una escalada de violencia. Obama tendrá que redoblar su control sobre el primer ministro para evitar una Operación Plomo Fundido II o una acción israelí en Irán.

Fuente: Haaretz - 5.1.11
Traducción: www.argentina.co.il