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Anatomía de un ocaso

Más allá de los chismes y las pequeñas mentiras, queda claro que los cables difundidos por WikiLeaks cuentan una triste historia. Representan la decadencia de EE.UU, la caída de una superpotencia que gobernó el mundo merced a la fuerza de su supremacía militar y económica.

La imagen del presidente Barack Obama que se desprende de los cables lo muestran como un líder débil y frágil, cuya buenas intenciones y la indudable nobleza de sus propósitos se disipan como polvo en el viento, en la cara del conservadurismo y la obstinación de sus colegas de Oriente Medio.

Aquéllos días en que los embajadores de EE.UU solían ser recibidos en las capitales del mundo como “altos comisionados”, han quedado ya muy lejanos en el tiempo. Estos otros diplomáticos, los autores de los documentos que filtró WikiLeaks, no son más que cansados burócratas; nadie se levanta en su honor y ni salta de alegría cuando ellos ingresan en una habitación. Pasan sus días escuchando fatigadamente los asuntos que sus anfitriones les presentan, sin necesidad de recordarles quién es la superpotencia y quién el Estado cliente que necesita ayuda militar o financiera.

El legado de aquellos recordados secretarios de Estado de épocas pasadas - John Foster Dulles, Henry Kissinger y James Baker - se ha perdido hace mucho entre archivos y memorias. La América de Obama y Hillary Clinton no se atreve a golpear la mesa y a imponer el orden con severidad cuando sus amigos y rivales hacen lo que quieren. Se limita a tomar notas, archivarlas y seguir adelante.

No hay nada nuevo en Oriente Medio. Los líderes regionales, tanto árabes como israelíes, están ocupados con sus propios asuntos y pasan por alto los intereses y deseos de EE.UU. Y la elección de Obama no ha cambiado nada: Es difícil encontrar diferencias entre los registros de las conversaciones diplomáticas bajo el gobierno de George W. Bush y los cables enviados por los representantes de la actual administración.

Los discursos de Ánkara y El Cairo, por parte de Obama, sus conmovedores llamamientos en favor de una nueva relación entre EE.UU y el mundo árabe y musulmán, incluso sus citas del Corán, fueron todos saludados con igual y completa indiferencia. Los gobernantes de Riad y El Cairo, Abu Dhabi y Ammán, Damasco y Jerusalén, lo escucharon atentamente para no modificar luego ni una coma en sus ya conocidas posiciones. Los israelíes no confían en los árabes, los árabes sospechan de los israelíes y ambos se muestran aterrorizados frente a Irán.

En su editorial del 30/11, el New York Times elogió a Obama y a su equipo considerándolos diplomáticos destacados que supieron enfrentar la presión ejercida por árabes e israelíes a EE.UU para atacar Irán y “cortar la cabeza de la serpiente”, en palabras del rey Abdullah, de Arabia Saudita. Qué ingenuidad. Es difícil de creer que experimentados líderes como el propio rey Abdullah, el emir de Bahrein, el presidente egipcio, Hosni Mubarak, y el ministro de Seguridad, Ehud Barak, realmente hayan imaginado que Obama leería los cables de Oriente Medio y se apresuraría a armar a sus bombarderos para declarar inmediatamentela guerra a Ahmadinejad. Ellos sabían que Washington era poco entusiasta acerca de la idea de bombardear los reactores de Natanz y Bushehr.

La presión ejercida por ellos sobre la administración norteamericana tiene un objetivo totalmente diferente: frustrar los esfuerzos hechos por Obama para efectivizar un acercamiento con los líderes iraníes, AliK Hamenei y Mahmud Ahmadinejad, y asegurarse, en cambio, de que EE.UU habrá de mantener una línea dura contra Teherán y sus gobernantes. Este objetivo pudo lograrse plenamente con no poca ayuda de los iraníes, quienes no dudaron en mofarse abiertamente en las propias narices de Obama

El primer ministro Binyamín Netanyahu fue el primer líder mundial en aprovecharse de las revelaciones de WikiLeaks, utilizándolas para sus propios fines. En una conferencia de prensa, Netanyahu echó mano a los cables filtrados para rechazar radicalmente la posición de Obama y situar la cuestión de Irán en el primer lugar de la agenda. Según sus palabras, los cables prueban que no es cierto lo que la narración acerca del conflicto palestino-israelí afirma, al configurarla como la mayor amenaza para la región y su futuro.

El doble discurso de los líderes árabes, que públicamente atacan a Israel al tiempo que no dudan en realizar serias advertencias contra Irán en foros cerrados, refuerza el rechazo por parte del primer ministro ante la afirmación del gobierno estadounidense acerca de la prioridad que debe tener el conflicto palestino-israelí. Ese doble discurso apuntala la afirmación de Israel, que Occidente ha rechazado durante años, acerca de que los palestinos no son importantes.

Los líderes árabes ciertamente no ignoran a los palestinos. Se han planteado esta cuestión una y otra vez en sus conversaciones con los representantes estadounidenses.  Pero los egipcios y los emiratos del Golfo comparten la visión de sus colegas israelíes, considerando al conflicto como una molestia que hay que saber manejar, y no como un problema que pueda resolverse.

Ninguno de ellos fantasea con un Estado palestino, con la libertad y la independencia de Gaza y Cisjordania. Lo único que deseaban era sacarse de encima esta insidiosa molestia, sin importarles el cómo. Cuando apareció Obama lo vieron como a una plaga, y a sus comisionados, como a serias molestias, no como portavoces de la superpotencia mundial. Pero, tal vez, ya no sea eso lo que EE.UU es ahora.

Fuente: Haaretz - 1.12.10
Traducción: www.argentina.co.il