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El Oslo de Netanyahu

Sólo una de las posibles decisiones de Netanyahu cambiaría las relaciones de Israel con los palestinos y los sirios: la eliminación de los asentamientos. Sólo su evacuación - o, por el contrario, su expansión y desarrollo - habrán de modificar históricamente la situación.

¿Los Acuerdos de Oslo o la Guerra de los Seis Días? ¿Qué simboliza mejor el legado de Rabín, un acuerdo de paz o un triunfo militar? Retomamos ese viejo debate una vez más, cada otoño, al evocar al primer ministro asesinado, con claras posiciones divididas, generalmente según las diversas líneas políticas.

La izquierda recuerda con pasión al Rabin de los acuerdos y las ceremonias, mientras que la derecha prefiere asociarlo con el ejército, la liberación de Jerusalén y la liberación de los prisioneros en Entebbe.

Pero tal comparación es injusta. En 1967, Itzjak Rabín fue el Jefe de Estado Mayor de Tzáhal y a pesar de su papel central en el período previo a la guerra, las decisiones estratégicas de Israel fueron adoptadas por otros. En 1993, ya como primer ministro, la elección entre trabajar o repudiar a Yasser Arafat recayó únicamente sobre él.

Todo líder se enfrenta a decisiones que terminan influyendo directamente en la realidad misma - voluntariamente o por omisión - y lo demás se reduce al mero mantenimiento o gestión de una crisis. Son precisamente esos momentos los que le otorgan una libertad de elección, la posibilidad de girar a la izquierda o a la derecha, de actuar o de mantenerse firme en una sola posición. Esos son los instantes en los que puede determinar el curso de la historia, y precisamente eso fue lo que Rabín hizo al elegir el camino de Oslo.

Otro primer ministro, incluso el propio Rabín en otras circunstancias, hubiera elegido una línea diferente. Pero Rabín tomó una decisión, se mantuvo firme y con ello logró forjar por si mismo todo un legado. Todas sus demás decisiones - la paz con Jordania y el rechazo de un acuerdo similar con Siria - derivaron, a fin de cuentas, de aquella misma fatídica resolución que habría de costarle la vida.

Las biografías de otros líderes dejan percibir cierta similitud en esos grandes momentos decisivos. El gran Winston Churchill, ídolo de Binyamín Netanyahu, tuvo que tomar una decisión trascendental en su vida: no hacer la paz con Alemania en 1940, mientras invadía Francia, y continuar la lucha contra Hitler. Todas sus otras acciones - los discursos monumentales, las icónicas imágenes de sus cigarros y signos de victoria – son simples anécdotas al pie de la verdadera posición histórica que mantuvo contra la Alemania nazi. A partir de entonces, y hasta el final de la guerra, la influencia de Churchill sobre el curso de los acontecimientos fue marginal. Su gran legado se forjó durante los cinco días críticos (documentado en el libro de John Lukacs, Cinco días en Londres) en el que logró convencer a su gabinete de que Gran Bretaña debía enfrentar a Hitler, aunque tuviera que hacerlo sola.

Charles de Gaulle - del cual, Ehud Barak es un ferviente admirador - tomó dos decisiones que habrían de darle forma a la Francia moderna: huir, en 1940, junto con la retirada de las tropas británicas a Londres, del lugar desde donde hacía emisiones regulares de radio; y retirarse de Argelia en 1962, concediéndole al país su independencia. Ahora, Barak está llamando a Netanyahu a convertirse en un De Gaulle y no en un Churchill - pues el líder británico se limitó a decir “no”, negándose a ceder, en tanto que su homólogo parisino se decidió a cambiar el mundo, nada menos.

David Ben Gurión tomó tres decisiones importantes: en 1948, declaró la independencia de Israel; convirtió a Jerusalén en su capital y construyó la planta nuclear de Dimona. Levi Eshkol fue arrastrado contra su voluntad hacia la Guerra de los Seis Días, pero, al finalizar, decidió no retirarse de los territorios conquistados y, en cambio, mantenerlos bajo control israelí - una decisión que cambió la faz de Oriente Medio. Golda Meir se vió ante una decisión crucial durante su mandato: su rechazo a los intentos de Anwar Sadat para llegar a un acuerdo de paz; una elección que había de traerle la pesada carga de la Guerra de Yom Kipur. Menajem Begin decidió retirarse de la península del Sinaí, construir 100 asentamientos en Cisjordania y bombardear el reactor nuclear iraquí. La decisión más importante de Itzjak Shamir fue mantener el statu quo en los territorios. Rabín optó por Oslo; Barak por la retirada del Líbano; Ariel Sharón por la retirada unilateral de Gaza; Ehud Olmert decidió emprender la Segunda Guerra del Líbano y el ataque contra el reactor sirio.

Netanyahu, que no ha dejado una impronta profunda durante su primer mandato como primer ministro, todavía tiene que tomar una decisión importante, ya que ha retomado el cargo. Durante el próximo año, tras las recientes elecciones en EE.UU, tendrá una última oportunidad para decidir si ataca a Irán o espera a Barack Obama para avanzar contra la República Islámica, y para saber si se decidirá a cambiar la cara de Cisjordania y de los Altos del Golán o mantener el statu quo.

Sólo una de las posibles decisiones del actual primer ministro cambiarían fundamentalmente las relaciones de Israel con los palestinos y los sirios: la eliminación de los asentamientos. Todo lo demás es un inútil palabrerío que hace que los enviados diplomáticos y los cónsules parezcan estar muy atareados. Sólo la evacuación de los asentamientos - o, por el contrario, su expansión y desarrollo - habrán de modificar históricamente la situación.

Esas son las decisiones fundamentales que se presentan ante Netanyahu: atacar a Irán o mantener a los aviones en tierra; retirar a los colonos de sus casas o acrecentar una nueva generación de israelíes en los territorios. Esas resoluciones constituyen su Oslo particular.

Aquéllas que tome finalmente habrán de dar forma al futuro de Israel y forjarán su lugar en la historia como primer ministro.

Fuente: Haaretz - 4.11.10
Traducción: www.argentina.co.il