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¡Traficantes de esclavos!

En Israel la dignidad del trabajador extranjero, del refugiado, del emigrante no judío, vale menos que la cáscara de ajo. Ellos están aquí para que nos aprovechemos de sus esfuerzos y los tiremos después usarlos.  

El trato con ellos es peor que el otorgado a las máquinas de producción. No estamos dispuestos a gastar casi nada para mantenerlos. Se han convertido para nosotros en simples bestias de carga.

Si es imposible castrarlos para que se ocupen sólo de trabajar, les prohibiremos engendrar hijos.

Nuestro milenario imperativo moral según el cual "en cada generación el hombre debe verse a sí mismo como si él hubiera salido de Egipto" recibió una definición moderna y distorsionada. En lugar de una memoria colectiva de esclavos que se solidariza con el débil y la víctima, adoptamos métodos que nos identifican con el poderoso y el cruel.

La sentencia faraónica que determina que "cada recién nacido en las aguas del Nilo será abandonado" la modificamos por otra que prohíbe tener hijos a trabajadores extranjeros. En caso de hacerlo, los encarcelaremos y expulsaremos a sus hijos del país. Los descendientes de los esclavos hebreos se convirtieron en crueles faraones.

Incluso en las salas de tribunales no existe la piedad. Después que la Corte de Justicia determina que el futuro bebé "puede nacer en buena hora", ella misma se ocupa de que a la parturienta le vaya muy mal: autoriza al ministerio del Interior a prohibirle vivir en pareja; incluso rechaza el pedido de ser liberada para tener familia; una determinación que avergüenza su prestigio.

Este tráfico de personas es ya una institución que se realiza con el auspicio del Estado. Comienza con la política de "importación" de trabajadores extranjeros. Traen gente de la misma forma que transportan otros accesorios de producción, máquinas o bestias o simplemente carne para comer. El proceso se realiza a través de intermediarios - palabra demasiado pulcra para traficantes de seres humanos - que les sacan dinero para "arreglarles" su entrada a Israel.

Para que los intermediarios multipliquen sus ganancias a costa de dichos trabajadores, el régimen les permite inundar con ellos el mercado y absorber nuevos empleados en lugar de trabajadores locales despedidos sin motivo; así, son constantemente acosados y perseguidos hasta su expulsión del país.

Su permiso de trabajo, otro vocablo sumamente pulcro, es en realidad un billete de transacción mediante el cual lo venden al empleador. No se trata de una licencia general para trabajar en agricultura, construcción o asistencia. El permiso amarra al trabajador con una cadena a su determinado patrón. Si éste lo despide, pierde la licencia para siempre. No debe asombrarnos que los empleadores puedan hacer con ellos lo que les da la gana.

No hay quien los defienda. Patrocinados por la ley, los persiguen y expulsan. Nada determina su derecho a recibir un sueldo mínimo y otros derechos sociales. La ley israelí, que prohibe la esclavitud y el tráfico de personas, no se ocupará de defenderlos, dado que en este proceso quien gana es el propio gobierno.

Todos somos culpables: los empleadores "legales", que son, en realidad, los amos de los esclavos, los empleadores "ilegales", que aprovechan la debilidad de los trabajadores, y todo el resto de la población, que goza del fruto del trabajo barato en vivienda, agricultura y asistencia.

Además, aceptamos que nuestro gobierno, que perdió la vergüenza, difunda avisos por radio y televisión, a cuenta nuestra, incitándonos en contra de los trabajadores extranjeros, como si ellos fueran culpables de la desocupación por quitarnos lugares de trabajo.

Esos cuentos se lo pueden contar a su abuela, o a nuestro ministro de Seguridad y a su esposa, que hace poco tiempo empleaban ilegalmente una trabajadora extranjera para limpiar su casa.

Entretanto, nosotros somos los culpables, dado que no nos rebelamos contra la mentira y la explotación y no nos juntamos en la Plaza Rabín para manifestar por tiempo indeterminado hasta que esta ignominia termine.

¡Traficantes asquerosos de esclavos! ¡Eso es lo que somos!

Fuente: Yediot Aharonot - 5.5.10
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il