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Falta de perspectiva histórica

La religión judía es, sin duda, parte muy importante de la historia y de la realidad actual de nuestro pueblo, pero las dimensiones religiosas, étnicas particularistas y las histórico-nacionales que deben abarcar a todos los pobladores de Israel, no pueden confundirse.   

El gobierno israelí declaró varios lugares como sitios de interés nacional; decidió repararlos y cuidarlos para que sean signos visibles de ligazón con el pasado histórico judío y que su repercusión aporte un carácter simbólico. El objetivo es reforzar la pertenecia al país y a su historia.

Hasta aquí no habría nada que reclamar; todo colectivo humano puede usar símbolos para aumentar su cohesión interna; los símbolos condensan en si emociones e ideas y llegan a tener mucha fuerza para movilizar poblaciones, tanto del punto de vista político como afectivo e intelectual. Pero esta resolución tiene dos fallas, una de ellas por efecto y la otra por omisión.

La primera falla es que a último momento, básicamente por insistencia del partido ultra religioso y nacionalista Shás, que forma parte de la coalición gubernamental, el ejecutivo decidió agregar a una serie de lugares que están bajo soberanía israelí, dos sitios que se encuentran en territorios de administración palestina y que se consideran parte del futuro Estado palestino: la Tumba de los Patriarcas en Hebrón (foto) y la Tumba de Raquel, adyacente a la ciudad de Belén.

Símbolos pueden ser ambivalentes; la Tumba de los Patriarcas es un lugar sagrado tanto para judíos como para musulmanes. Se cree que en ella están ubicadas las tumbas de Abraham y su esposa Sara, las de Isaac y su esposa Rebeca y las de Jacob y su primera esposa, Lea.

Cabe señalar que Abrahán (Ibrahim en árabe) es considerado por ambos pueblos, el judío y el árabe, como su antecesor común, padre de Isaac, de quien el relato bíblico hace descender a los hebreos y de Ismael, de quien el mismo relato hace descender a los árabes. Posiblemente, estas narrativas recuerden una antigua  tradición acerca del origen común de ambas poblaciones de lengua semítica.

Como se sabe, las religiones son exclusivistas; si bien el credo judío sostiene que Abraham intentó llevar a cabo el sacrificio de su hijo Isaac en Jerusalén, los musulmanes sostienen que Ibrahim trató de sacrificar a su hijo Ismael en la Meca. Ambas religiones conceden gran importancia a la figura de Abraham. Los árabes lo llaman "Al Jalil" (el amigo), pues Dios lo habría elegido como su amigo. Al Jalil es también el nombre árabe de la ciudad de Hebrón.

La Tumba de los Patriarcas tiene, pues, una gran importancia para ambas religiones. Lugar de culto judío en la antigüedad, está rodeada por una muralla construída por Herodes, rey de Judea. Luego fue mezquita, iglesia en tiempo de los cruzados y nuevamente mezquita hasta la conquista israelí en 1967, como consecuencia de la Guerra de los Seis Días.

Empero, la importancia otorgada por las tres religiones llamadas "abrahámicas", el judaísmo, el cristianismo y el islam, a ese antepasado reverenciado y al lugar de su entierro, no significa que estuvieran dispuestas a compartirlo en paz. Los símbolos no tienen una lectura unívoca; pueden servir para unir y desunir al mismo tiempo.

En lo que se refiere a judíos y musulmanes, cada grupo tiende a incorporar al patriarca en su herencia en forma exclusiva, mientras que el relato del otro es visto como deformado o adulterado. De modo que lo que desde un punto de vista ecuménico pudiera ser considerado como una afirmación de unidad, se transforma en un nuevo elemento de conflicto.

Además. Desde el punto de vista de las relaciones judeo-árabes, Hebrón tiene una historia muy traumática.

En 1029 se produjo un pogrom en el que fueron asesinados 67 judíos y los restantes integrantes de una comunidad de 800 personas - algunas se salvaron porque fueron escondidas por vecinos árabes - tuvieron que abandonar el lugar. 65 años más tarde, en 1994, un colono judío extremista, Baruj Goldstein, asesinó a 29 árabes que rezaban en la mezquita de la Tumba de los Patriarcas. 

A pesar de la presencia del símbolo del padre común, la situación es comparable a la de un campo minado en el cual hay que moverse con extrema cautela política.

En la actualidad, ese santuario está dividido en dos partes, una mezquita y una sinagoga; el acceso a las mismas está custodiado por el ejército israelí y su mantenimiento corre a cargo del Waqf, la organización que rige el culto musulmán en Hebrón. Dicho arreglo es frágil y la decisión del gobierno israelí, que viola el status-quo, ha dado lugar a numerosas manifestaciones de protesta.

La Tumba de Raquel, la segunda esposa de Jacob, es sagrada para los judíos y también para los musulmanes que sostienen que en ese sitio existió una mezquita. La decisión de incluir esos lugares santos, en especial la Tumba de los Patriarcas, dentro de los sitios de interés nacional de Israel, es sumamente riesgosa. Según se afirma, dicha resolución fue tomada por Netanyahu para consolidar su gobierno, sin consultar previamente con las fuerzas de seguridad acerca de las posibles consecuencias.

Esta decisión puede afectar al proceso de paz y ha suscitado protestas del gobierno de Estados Unidos, interesado en consolidar su sistema de alianzas en Oriente Medio. Ante esa nueva presión, Netanyahu dio parcialmente marcha atrás, señalando que se trata de un mal entendido y que no existe ningún propósito de modificar el statu-quo, sino sólo de hacer algunas reparaciones de mantenimiento. Pero el mal ya está hecho.

El líder palestino, Mahmud Abbás, ha manifestado su temor de que esa resolución le dé al conflicto israelí-palestino una dimensión religiosa que lo haría aun más difícil de superar. Además, teme que al otorgarle a esos sitios el carácter de interés nacional, se pretenda su inculpación al territorio nacional judío. Por otra parte, el aspecto religioso es destacado siempre por la dirigencia de Hamás en Gaza; dicha resolución reforzaría su postura frente al partido Al Fatah de Abbás que es un movimiento laico.

La segunda falla, la falla por omisión, consiste en incluir en la lista de sitios de interés nacional solamente a lugares relacionados con la religión judía y con la historia del pueblo judío, sin tomar en cuenta los monumentos del pasado árabe. Aquí hay una manipulación de los conceptos nacionales y religiosos vinculados a la falta de comprensión de lo que debe entenderse por Estado judío: ¿Un Estado democrático con mayoría judía e igualdad para todos sus habitantes o un Estado regido por la religión judía?

Si se trata de destacar sólo la herencia religiosa judía, se comprende que se elijan sitios vinculados a esa religión sin reparar en fronteras actuales o futuras. En cambio, si se piensa en términos nacionales, es necesario tomar en cuenta los dos componentes principales de la población israelí, los judíos y los ciudadanos árabes que constituyen un 20% de la misma y que además, en su  mayoría, tienen un arraigo de siglos en el lugar.

La  historia de Israel no es sólo la historia de la antigüedad hebrea y de la reciente empresa sionista. Entre ellas hay 1800 años - con presencia judía - durante los cuales el país fue dominado por romanos, árabes, cruzados, nuevamente árabes, turcos (400 años) y finalmente británicos.

Cada una de esas épocas ha dejado huellas arquitectónicas y culturales muy importantes. Basta con recordar que las actuales murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén, que los habitantes de esta urbe vemos todos los días y son visitadas por miles de turistas, fueron erigidas por mandato del sultán turco, Solimán el Magnifico, a principios del siglo XVI.

A partir de 1880, con la llegada de los primeros "Hobebei Tzión" (Amantes de Sión) y de las posteriores oleadas ideológicas y de refugiados, hubo una tendencia a ignorar la presencia y el pasado de la población árabe en este lugar. Pero ahora, después de vivenciar relaciones traumáticas y también de coexistencia pacífica, que no son publicadas en los titulares, dicha concepción no tiene justificativo alguno, como tampoco la tienen algunos grupos fundamentalistas islámicos que niegan cualquier vínculo pasado o actual de los judíos con esta tierra.

Para un judío israelí laico, como es mi caso, la religión judía es, sin duda, parte muy importante de la historia y de la realidad actual de nuestro pueblo; pero las dimensiones religiosas, étnicas particularistas y las histórico-nacionales que deben abarcar a todos los pobladores, no pueden confundirse.