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No hay derechos sin obligaciones


Se viene la "revolución legal" de Liberman y Netanyahu: Miles de electores israelíes podrá materializar su derecho democrático y votar en Brooklyn o en Minsk. Para nuestros nuevos líderes patriotas, la geografía es un asunto de pornografía.

Es curioso; los mismos dirigentes que reclaman contra los movimientos de derechos humanos de que "sus acciones están subvencionadas por donaciones extranjeras", solicitan posibilitar a los israelíes que viven en el exterior votar en las elecciones.

Existen muchos países calificados que permiten a sus ciudadanos enviar una constancia de voto por correo aéreo. Hay en ello incluso cierta lógica. La más conocida es la de Estados Unidos. Sólo que un ciudadano americano que solicita el derecho a votar, está obligado a un determinado pago de impuesto regular al banco federal. No hay derechos sin obligaciones.

De todas maneras, el modelo americano no tiene vigencia en el caso israelí por dos motivos fundamentales.

El primero es la cantidad. Cuando la población local asciende a 300 millones, los votantes externos no tienen gran poder de influencia sobre los resultados del sufragio. Por el contrario, la totalidad de electores israelíes es muy pequeña, por ello tal o cual inclinación de varios centenares de miles de votantes es crítica.

Sólo esta razón podría eliminar esa nueva necedad por parte de Liberman y Netanyahu. Es ilógico que una población de inmigrantes en el extranjero pueda determinar los destinos del Estado por voluntad propia.

El segundo motivo es mucho más significativo. No existe en el mundo un país más dramático que Israel. El sistema político israelí es resolutivo en cuestiones existenciales, álgidos, de vida o muerte.

En un país joven, aún inestable, incluso acerca de fronteras permanentes reconocidas resulta imposible permitir una constancia de voto a quienes los resultados de las elecciones no tendrán influencia directa en sus vidas.

Por supuesto, todos estos argumentos pecan en su esencia. Éstos se relacionan seriamente a un arrebato cínico, cuyos planeadores desean cosechar frutos políticos inmediatos.

La suposición de la realidad electoral es que la tendencia de la mayoría de los israelíes que viven en el exterior tienen una orientación de derecha. Esto nunca se analizó científicamente, pero hay una determinada lógica.

Los israelíes tienden a ser fervientes patriotas en la diáspora, especialmente después de ubicarse cómodamente en sus países. La población específica de Liberman y Netanyahu son ortodoxos de América y Europa, inmigrantes de la ex Unión Soviética que recibieron aquí la canasta de inmigración y volvieron sobre sus pasos. Son esos mismos "iordim" mitológicos en Queens y en Miami que se mueren por pegarles a los árabes, en especial si no es personalmente y se encuentran a una distancia segura.

Con todo, este no es un debate de la izquierda frente a la derecha. Aún cuando la mayoría de los israelíes en el exterior fuesen devotos de Meretz, no se puede permitirles influenciar sobre la vida de los residentes en Israel que viven las dificultades diarias.

Pero es natural que quien pasó una gran parte de su vida en EE.UU, que insiste en hablar inglés incluso en sus encuentros con israelíes, que llenó su oficina con judíos norteamericanos y que activa y está subvencionado por dos millonarios estadounidenses, elegirá conducir esta maniobra denigrante.

El cerebro afiebrado pertenece quizás a Liberman, pero el brazo ejecutor es el de Netanyahu, un primer ministro post sionista cuya visión es borrar los límites del "Estado del shtetl", hasta que nos convirtamos todos nuevamente en "Pueblo de Israel perseguido". 

Fuente: Yediot Aharonot - 10.2.10
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il