No más de diez o quince personas en todo Israel conocen toda la variedad de información que se precisa para tomar una decisión sensata sobre el asunto iraní, incluyendo al primer ministro, al ministro de Defensa, y a dos o tres asesores y profesionales.
En términos de principios democráticos, el debate público acerca de un futuro ataque israelí sobre instalaciones nucleares iraníes está justificado, siempre y cuando ello no cause a Israel un daño diplomático o implique el revelamiento de información confidencial. Pero el debate actual no es más que una tarea ritualizada y sin sentido.
En efecto, es imposible tomar una posición seria sobre el asunto sin pleno conocimiento de los hechos. Es importante conocer la postura adoptada por los países que son importantes para Israel, así como la evaluación de Inteligencia y las opciones operacionales.
Así que la única conclusión que puede extraerse de aquellas encuestas de opinión pública que pretenden averiguar si la gente está a favor o en contra de un ataque por parte de Israel, es que el discurso público israelí sobre el tema es francamente superficial. La única respuesta adecuada sería: "No poseo información suficiente para emitir una opinión".
El hecho de que este debate público sea tan insustancial afecta también a las afirmaciones realizadas por ex funcionarios de seguridad de alto rango. En teoría, tienen el derecho, e incluso la obligación, de compartir públicamente sus opiniones sobre un asunto tan importante; si es posible, sin revelar información secreta ni perjudicar la seguridad de Israel o sus relaciones exteriores. Es el caso de un debate público sustancial que puede influir en la toma de decisiones.
Por otro lado, no se gana nada con las declaraciones de ex altos funcionarios que dan su opinión sobre un tema en particular, si al final todo se reduce a un debate ritualizado. Sería mejor para ellos tratar de influir directamente sobre los verdaderos líderes desde dentro, en lugar de hacer tanto ruido en la arena pública.
Para captar mejor la diferencia entre discurso público sustancial e insustancial, podemos comparar el asunto iraní con otro no menos importante: el proceso de paz. Las decisiones relativas al valor que tiene para Israel su renuncia a partes de Judea y Samaria y la división de Jerusalén a cambio de un acuerdo definitivo, resultan adecuadas para el debate público, al igual que las decisiones acerca de si es conveniente centrarse en las relaciones con los palestinos, o si sería mejor buscar una paz regional completa. Es importante debatir todas estas cuestiones. A pesar de que el proceso de paz entraña también consideraciones de seguridad muy complicadas, no se puede comparar el nivel de confidencialidad necesario en tal caso con el nivel de confidencialidad que se requiere para tratar cualquier asunto relacionado con Irán. Por lo tanto, en el proceso de paz, los ex altos funcionarios políticos y de seguridad deberían realmente hacer públicos sus pensamientos y sus razones, contribuyendo así a la generación de un debate serio.
Un debate público sobre el proceso de paz, y los valores relacionados con él, puede y debería propiciar un referéndum nacional sobre el tema, así como también las votaciones de la Knéset y las resoluciones del gabinete. Eso es lo que otorga al debate un carácter esencial, a diferencia de la discusión sobre un ataque israelí en Irán. A diferencia de lo que sucede con el proceso de paz, los líderes israelíes deben - de acuerdo con los principios de la democracia representativa, y en base a las características específicas de la cuestión iraní - tomar una decisión sobre un futuro ataque israelí contra Irán basándose en el mejor de los criterios que pueda dictarle su capacidad de juicio, sin tener en cuenta a los medios de comunicación, el discurso público o los partidos políticos.
Tiendo a pensar que no más de 10 o 15 personas en todo Israel conocen toda la variedad de información que se precisa para tomar una decisión sensata sobre el asunto iraní, incluyendo al primer ministro, al ministro de Defensa, y a dos o tres asesores y profesionales. Esto me lleva a una conclusión difícil, pero ineludible: La historia está enfrentando a Israel con un reto fundamental en el que muy pocos pueden perjudicar seriamente el futuro de muchos. Tal situación no es deseable desde el punto de vista de los valores democráticos, e implica también ciertos riesgos. Situaciones de este tipo son raras, pero no son únicas en la historia, especialmente a la luz de las armas de destrucción masiva. Basta con recordar la respuesta del presidente estadounidense, John F. Kennedy, al despliegue de misiles soviéticos en Cuba.
Afortunadamente, a pesar de todas las justificadas críticas de los líderes de este país en temas como el proceso de paz y la política de bienestar social, no cabe duda acerca de su compromiso total con la seguridad de Israel, su competencia en el asunto iraní y su capacidad de razonamiento.
En cualquier caso, la decisión está necesariamente en sus manos. Uno sólo puede esperar que el debate público, que ciertamente no facilita las cosas, al menos no cause daño.
Fuente: Haaretz - 9.11.11
Traducción: www.argentina.co.il