El Instituto Israelí para la Democracia publicó un estudio que aporta una imagen concreta de la sociedad israelí. Según sus principales datos, casi un 90% de los judíos que viven en Israel admiten que los rituales del ciclo de vida judaico son importantes o muy importantes. El 87% acepta que los alimentos servidos en las instituciones públicas deben ser kosher, el 80% cree en Dios y estima que las buenas acciones son recompensadas. Además, el 67% piensa realmente que los judíos son el pueblo elegido y el 65% cree que la Torá fue entregada por Dios.
A pesar de que sólo el 24% de los judíos de Israel se define como ortodoxo o ultraortodoxo, la sociedad israelí tiende a considerarse tradicionalista o religiosa.
La sociedad judía israelí es menos religiosa que la norteamericana. Un 85% de los estadounidenses dicen que la religión es importante o muy importante en sus vidas. Sin embargo, EE.UU posee una Constitución que asegura que la religión y el Estado estén estrictamente separados.
Además, el panorama religioso norteamericano es increíblemente variado porque la religión mayoritaria, el cristianismo protestante, está compuesto por distintos tipos de iglesias, a diferencia de Israel, donde el sector ortodoxo dirige y mantiene el monopolio de los asuntos religiosos y está enrraigado fuertemente en la vida de los ciudadanos desde su nacimiento hasta su muerte.
Por lo tanto, llegó el momento de que la sociedad judía israelí entierre un mito de larga duración: la creencia de que los israelíes laicos y liberales son la corriente mayoritaria y predominante en el Estado. La imagen en el espejo de esta suposición es la plataforma de la actual coalición gubernamental derechista, nacionalista y religiosa, la cual afirma que «la izquierda laica mantuvo al país cautivo conceptualmente mediante el control de las élites políticas, judiciales, económicas y culturales. Ahora que somos la mayoría, queremos gobernar el país de acuerdo con nuestros valores».
Detrás de esta convicción existe una gran confusión en la sociedad israelí acerca de la naturaleza del laicismo y la democracia liberal. Secularidad no significa que la mayoría de la gente no es religiosa, sino que la religión y el Estado están completamente separados. La democracia no determina simplemente que la mayoría impone sus decisiones determinantes a la minoría, sino que lo hace dentro de las limitaciones que imponen los derechos de las minorías que deben ser protegidos.
El Estado de Israel nunca acabó de entender dicha situación. Su historia se guió por la arraigada seguridad de que una mayoría siempre puede abatir a una minoría. Este supuesto deriva de su breve historial, durante el cual se estableció que una mayoría judía es crucial para la continuidad del proyecto sionista.
Israel nunca hizo la transición hacia la consecución de un estado de madurez que no puede dejar de tomar en cuenta a sus minorías.
La sensación es que el viejo partido MAPAI (el laborismo) gobernó y oprimió a la sociedad desde 1948 hasta 1977, y que, por lo tanto, llegó el momento de vengarse de los líderes liberales seculares de hoy a quienes se confunde con los gobernantes de antaño.
Como resultado, los ciudadanos liberales seculares en el Israel actual deben llegar a un acuerdo doloroso. Son odiados como si fueran la élite gobernante a pesar de que la derecha se mantiene en el poder más de tres décadas. Mientras tanto, en contraposición a los religiosos, nacionalistas y ultraortodoxos, se los priva de los derechos de las minorías. Ellos pagan por todos los demás y a cambio no reciben casi nada para satisfacer sus necesidades.
Ante tal situación, los liberales laicos tienen que dar un paso radical. Deben negarse a participar en la perversión de un sistema democrático en el cual se permite que la mayoría no tome en cuenta a la minoría. Al igual que los ultraortodoxos, que protestan cuando se sienten discriminados, o los habitantes de los asentamientos en los territorios, también ellos deben reclamar que las leyes dictadas no son condicionadas hacia su sector.
Deben hacerse percibir como si se tratara de un grupo ortodoxo; exigiir reivindicaciones dignas de una minoría religiosa; demandar que su credo no permite oprimir a otro pueblo. Los judíos humanistas deben luchar en una guerra destinada a proteger al Estado; no participar en nada relacionado con la ocupación de territorios.
Si los judíos nacionalistas y religiosos puede afirmar que no se retirarán de los asentamientos; los laicos liberales deben declarar que no participarán más en los esfuerzos que se llevan a cabo para protegerlos.
Se puede continuar con esta metáfora: Al igual que una minoría religiosa, los judíos laicos declararán que su «religión» les prohíbe participar en cualquier ritual o ceremonia que no reconozca la igualdad de derechos de las mujeres y de la población gay. También determinarán que su «religión» prohíbe comer animales que fueron matados de una manera que no minimiza su sufrimiento, así como los ultraortodoxos pueden exigir una kashrut especial, incluso en las instituciones públicas.
La actual mayoría gobernante tendrá dos opciones: La primera, encarcelar a todos; la segunda, concederles una autonomía similar a la que Netanyahu quiere otorgar a los palestinos.
Existe, por supuesto, una tercera opción: la derecha nacionalista y los religiosos pueden entender y aceptar los fundamentos básicos de la democracia liberal y respetar los derechos de minorías.
Pero eso ya suena a ciencia ficción.
Fuente: Haaretz - 9.2.12
Traducción: www.israelenlinea.com
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