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No al Hezbolá judío

Ante la aparición de un cuerpo maligno en el organismo, los médicos recomiendan su extirpación. El paciente asustado recurrirá a algún curandero que prometa una sanación total. Algunos se sentirán mejor gracias al efecto placebo; sin embargo, la fisiología pronto se encargará de derrotar a la psicología. La medicina del chamán resulta así peor que la enfermedad.

La sociedad israelí está enferma. La enfermedad es el fundamentalismo judío. Servicio militar para los ultraortodoxos que se niegan a alistarse en el Ejército es la medicina ofrecida por el curandero. Sin embargo, no habrá servicio militar a gran escala, y en caso de llegar a establecerse a pesar de todo, como consecuencia de políticos débiles, sería corrupto y terriblemente costoso.

Por otra parte, un servicio militar de esas características no aceleraría la incorporación de holgazanes a la fuerza laboral. Tampoco produciría la reconciliación entre laicos y ultraortodoxos. Por el contrario, el encono entre ellos terminaría acrecentándose.

El servicio militar no generará un estado de convivencia armónica entre nosotros, ya que carece de un sentido de justicia. Un año de trabajo durante el cual los ultraortodoxos se dedican a servir ocho horas al día no es igual a un servicio militar que dura tres años o más.

La propuesta del General Elazar Stern de establecer regimientos exclusivamente ultraortodoxos es todavía peor. Los resultados de su implementación serían cada vez más graves a medida que fuera aumentando el número de ellos en dichas unidades. El Ejército de Dios habrá de diferenciarse del ejército en general, sometiéndose a la autoridad de aquellos oficiales que se adhieran a las directivas de sus rabinos.

¿Qué rabinos otorgarán su patrocinio a los regimientos ultraortodoxos? En el mejor de los casos, los rabinos de las grandes yeshivot lituanas; en el peor, clérigos radicales. Los primeros se ocuparían de asegurar el cumplimiento estricto de la ley judía hasta el punto de paralizar al ejército de Dios. Los últimos lo convertirían en un Hezbolá judío.

Un estado moderno no debería imponer el cumplimiento de un servicio sobre un tipo de trabajo que puede ser realizado por empleados asalariados. No vivimos en la época feudal, donde se obligaba a los vasallos a dedicar parte de su tiempo a las necesidades de sus señores. La única anomalía es el arte de la guerra. Serían pocos los que estarían dispuestos a enrolarse si el estado no hiciera uso de una mesurada mezcla de coerción e impartición de valores.

Los valores se comunican en el hogar y a lo largo de todo el sistema educativo. La coerción sólo es posible en los sistemas totalitarios. Como la educación ultraortoda rechaza una vida de trabajo y la participación en la defensa de la patria; como no es posible encarcelar a decenas de miles de estudiantes de yeshivot (y a aquellos que pretenden serlo); como el servicio militar será despreciado; como los regimientos exclusivamente ultraortodoxos constituyen la receta perfecta para una guerra civil, y como la comunidad ultraortodoxa prolifera rápidamente como resultado del crecimiento natural, por todo ello, la mayoría nacional no tiene más remedio que iniciar una decidida guerra cultural.

El tiempo es oro. Si la mayoría pierde esta guerra, la empresa sionista será recordada como un episodio histórico de corta duración.

No hay otra alternativa más que permitir la insumisión al servicio militar por parte de los ultraortodoxos, pero debemos intentar reducir el número de sus nietos. No es una misión imposible; tampoco una misión abusiva. Es una misión de salvación. El campo ultraortodoxo creció gracias al apoyo de nuestra sociedad ilustrada. La sociedad se equivocó y ahora debe corregir esa distorsión.

Para ello, debemos cambiar el sistema de gobierno relativo. Este sistema - además de muchos otros inconvenientes derivados de él - concede a la minoría ultraortodoxa una desproporcionada influencia sobre la distribución de los recursos y sobre las relaciones del establishment religioso con el estado civil.

El tipo de sistema de gobierno que tenemos es raro en estados ilustrados. Incluso Gran Bretaña y Estados Unidos, los padres fundadores de la democracia parlamentaria, renuncian a las elecciones estrictamente representativas y otorgan a la mayoría un poder que va más allá de su fuerza electoral relativa.

En términos políticos, sólo un gobierno centrista que no dependa de los ultraortodoxos sería capaz de erosionar su inmenso poder en el sistema educativo, y de repercutir sobre la tendencia demográfica.

Los grandes partidos laicos deben reconocer lo urgente que resulta cumplir tal objetivo. Hay que hacer algo, incluso antes de las próximas elecciones.

Fuente: Yediot Aharonot - 6.3.12
Traducción: www.israelenlinea.com

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