Los incesantes y prolongados esfuerzos de un importante grupo de rabinos de Israel llegaron a un final feliz y pudieron así concretar una de sus grandes aspiraciones: la legitimación oficial de su nuevo aporte a los valores universales con el undécimo mandamiento: Matarás a quien haga peligrar a Israel.
Como resultado de escaramuzas mediáticas, el renombrado brazo jurídico del Gobierno del Estado judío demostró que se arruga con mucha facilidad ante ladridos y amenazas de conocidos rabinos de la corriente religiosa central.
En estos días se informó que el Fiscal General del Estado y máximo asesor jurídico del Gobierno decidió cerrar la causa de incitación al crimen en contra del rabino Itzjak Shapira que, con el apoyo de una larga lista de otros rabinos ideológicamente afines publicó un libro titulado «La Tora del Rey».
El contenido de esta obra no es nada más ni nada menos que una larga lista de veredictos halájicos (normas que deben regir el comportamiento de todo religioso judío) con el objetivo de responder a la insólita pregunta: «¿Cuándo se está permitido matar a un no judío?». En otras palabras, el claro contenido racista y aterrador de este manual del crimen religioso, recibió la rúbrica y la autorización de su difusión de la máxima autoridad judicial del gobierno de Israel y de facto se convirtió en una enciclopedia libre que educará generaciones (o mejor dicho degeneraciones) de judíos. Ahora es parte muy importante de la versión oficial del judaísmo religioso moderno.
Algunos ejemplos de su aberrante contenido: «Está permitido matar a no judíos en todo lugar que la presencia de éste representa un peligro para el pueblo de Israel, inclusive no siendo su enemigo directo». Según el autor, también está permitido matar niños. Su salvajismo con los niños es inverosímil pues «hay una lógica que obliga a matar al niño al estar convencidos de que cuando crezcan nos harán daño».
La insinuación al crimen no tiene límites. «Se permite matar inclusive a un ciudadano que apoya y/o fortalece a los enemigos de Israel por cualquier medio». Son tan sanguinarios que no pasan por alto a nadie: «Está permitido matar a todo no judío en todo lugar que ponga en peligro a Israel, inclusive si se trata de un benefactor de la humanidad y tampoco es culpable de la situación creada». Su comprensión de la justicia es muy «democrática»: «No se requiere una decisión oficial, inclusive individuos pueden matar» («Libro distribuido en los grupos de derecha explica cuando se puede matar no judíos»; Roí Sharón; Maariv; 9.11.09).
El mensaje es claro y tajante. Sería conveniente que amplios sectores de la población argentina presten debida atención y cuiden su comportamiento, sobre todo sus expresiones. Como es de público conocimiento, el judaísmo religioso está compuesto, también, por cofradías de fundamentalistas fanáticos que tratan de cumplir a rajatablas todos los veredictos halájicos de sus rabinos mentores.
Tampoco se debe pasar por alto el potencial de influencia de altas autoridades locales que declaran, como judíos, «un profundo sentimiento y un compromiso muy grande hacia Israel» (Perfil; 9.11.11). Ante tremendo trasfondo ideológico junto a ciertas y lamentables experiencias del pasado, no sería de extrañar que algún acto de apoyo a la causa palestina o al derecho iraní de desarrollo de infraestructura nuclear sea considerado por algún judío fanático como un peligro para Israel, y por lo tanto, actúe inmediatamente pasando a mejor vida a cualquier manifestante argentino.
Llama la atención el silencio de los medios judíos de la diáspora ante este trágico giro extremista de la justicia israelí a la cual no se cansan de alabar. El inquebrantable apoyo a Israel por parte de la DAIA y demás instituciones judías de la diáspora, junto a su mutismo ante aberrantes y antidemocráticas afirmaciones, los convierten, lamentable y necesariamente, en cómplices de la criminalidad del judaísmo moderno tal como se proyecta desde Israel los últimos años.
No podemos finalizar este artículo sin antes exaltar el gran aporte de estos destacados rabinos, representantes de la corriente central y dominante del judaísmo moderno, por haberle bajado el antifaz a quienes defienden con disparates fenomenales a un judaísmo que dejó de existir hace tiempo.
El Dr. Marcos Aguinis nos cuenta: «Es frecuente reclamar justicia, pero nunca venganza. El honor no pasa por el daño al otro, sino en la superación de la ofensa. Imaginen un shtetl (pueblo en idish) invadido por huliganes o cosacos, que asaltaban la aldea, violaban mujeres, arrancaban barbas, mataban chicos, degollaban al que se les ponía delante, rapiñaban, incendiaban y se iban gozosos. ¿Qué podrían hacer los judíos? ¿Perseguirlos? ¿Matar cosacos? ¿Con qué? ¿Cómo? Lloraban, enterraban a los muertos, curaban los heridos, consolaban a los deudos y después rezaban, cantaban, reconstruían. Seguía la vida. De esa manera se instauró un valor impresionante, ejemplar, de oponer a la tragedia y el sufrimiento, la gloria de la creación». («El orgullo de ser judío»; conferencia de Marcos Aguinis en la Universidad de Tel Aviv; 15.5.08).
Dice la versión del libro que recibió el sello oficial: «Para vencer a los malvados se debe actuar en contra de ellos por medio de la venganza bajo el lema «ojo por ojo». La venganza es un camino necesario para convertir la maldad en algo que cuesta mucho. Por lo tanto de vez en cuando se deben cometer actos crueles y feroces destinados a crear un equilibrio basado en el espanto». (Roí Sharon; Idem).
Dr Aguinis, es muy doloroso reconocerlo, pero esta es la verdadera imagen del judaísmo moderno que se trasmite día a día desde Israel. No se trata de algunas manzanas podridas; se trata de casi toda la cosecha de la religión judía de Israel.La misión más importante de todo judío preocupado por apuntalar la imagen de Israel es justamente movilizarse para extirpar este tipo de tumor social maligno que la indolencia y el temor a enfrentarlo por parte de la gran mayoría permitió su propagación.
Su silencio, como el de otros destacados defensores de Israel, actúa como catalizador que no hace más que ayudar a engrosar las filas en todo el mundo de quienes critican, lamentablemente y con mucha razón, no ya a Israel como Estado judío, sino al mismo judaísmo.